Opinión

Yo estuve preso siete días en la fortaleza de San Juan, 2 parte/ Cassandro Fortuna

Por Cassandro Fortuna

2 parte

No recuerdo detalles del traslado de la cárcel preventiva de la policía nacional local hasta la fortaleza general José María Cabral, donde estaba la cárcel pública de la zona.

Solo recuerdo, vagamente, que algún uniformado dijo: “van pa’ la fortaleza”.

Recuerdo,de una forma muy difusa, cuando me montaron en un jepp. Pero no tengo nada en mi memoria sobre qué pasó con mi amigo Eligio. A mí me sacaron y procedieron a llevarme a la sede de la tercera brigada del ejército.

Durante el recorrido, que era muy corto, pues la fortaleza queda a pocas cuadras de la sede central local de la PN, sentí tristeza, nostalgia y preocupación. Tres emociones al mismo tiempo. Mientras el jeep militar se desplazaba por la avenida Independencia miraba las calles con tristeza. Solo pocas horas antes me había desplazado por ellas tan tranquilamente. Ahora estaba preso con aquellos hombres uniformados que me trataban con hostilidad. Guardé silencio durante la travesía y sentí nostalgia de mi libertad. ¿Qué iba a ser de mí ahora?

Entonces comencé a preocuparme por mis padres. A estas alturas debían estar en gran incertidumbre. Ellos me amaban. Yo también a ellos. El momento era muy peligroso. La vida no valía nada para los esbirros de aquel régimen oprobioso que no respetaba el derecho ajeno. Es más, clamar por justicia era entonces un acto subversivo. Reclamar derecho era una afrenta. Criticar el gobierno era un acto de rebeldía que te convertía en un comunista de facto y eso le podía costar la vida a cualquiera. Era un gobierno cívico-militar. Todo el mundo tenía el poder. Era un archipiélago de poder. A veces esos poderes chocaban.Muchos se sometían a ese estado de cosas por temor o para sacar ventaja. El que no le temía al gobierno y no le interesaban sus prebendas estaba en serios problemas. No encajaba más que en la oposición.

Para entonces mi padre era secretario general del Partido Revolucionario Dominicano (PRD). Es decir, yo era hijo de la principal figura del partido de la oposición. No tenía padrinos. Algunos amigos y familiares dejaron de visitarnos para evitarse problemas. A mi papá no le gustaba pedir favores.

Pero en fin, llegamos a la fortaleza. No recuerdo muchos detalles. De pronto estábamos en el patio de la cárcel. Los presos nos miraban con curiosidad. Escuché que alguien dijo “son presos políticos”. La aclaración se hizo porque en aquella cárcel habían presos ladrones, violadores y asesinos.

Entonces me condujeron a una puertecita con rejas que llevaba a una cárcel interior. Ya adentro, de pronto, ocurrió algo nuevo. Un hombre barrigón, que tenía una cabellera negresita, peinada hacia atrás, y cejas bien pobladas, cuarentón, con pantalón militar verde y una camiseta blanca, sin mangas, salió no se de donde y me dio un golpe por la espalda. Me volteé con gran rapidez, para cubrirme instintivamente del otro golpe que ya venía, y vi sus ojos grandes, brotados.No parecía un loco.  Era algo rutinario en él golpear a los presos políticos.Ahora no recuerdo qué era lo que me decía. Por su edad podía ser mi padre. Y era el padre de un amigo, cuyo nombre me reservo. (Algunos años después, estando yo entonces en una posición de ventaja política, con 30  años  ya, me encontré con él en un lugar donde yo era tratado con muchas atenciones y él continuaba siendo un simple sargento. Lo saludé y me saludó con mucha y cordialidad. Ni en  sueños podía pensar que ese era el adolescente que él golpeó una vez. Yo no le dije nada. Creo que ya murió).

Volviendo a mi historia. En aquel momento el tenía en sus manos eso que se llama un “chucho”, algunos le decían “guevo e’ toro”. Era como una masa de carne, más bien como un nervio, largo, blando y macizo, que golpeaba de forma contusa, sin dejar huellas. Aquel hombre me lanzó varios golpes que esquivé con los brazos.

Dos o tres minutos después llegaron varios guardias y me dijeron que me desnudara. Pensé que la idea era amarrarme y darme una pela, como había visto en las películas. Pero no. Me llevaron por un pasillo hasta donde la luz no llegaba. Estaba todo tan oscuro que no podía ni siquiera ver mis manos. Ellos se conocía el trayecto. Sabían muy bien donde estábamos. Así que abrieron la puerta de hierro y a tientas me introdujeron en una cárcel de esas que llaman solitarias. Cerraron y se marcharon. Yo quedé allí, donde no se veía nada y completamente desnudo. Cuando los militares se fueron me percaté de que no estaba solo en aquella celda.Allí había dos jóvenes. Recuerdo que uno se llamaba Wander. Me hablaron. Entonces comenzamos a dialogar sobre lo que nos había ocurrido.

Aquellos jóvenes tampoco eran dirigentes estudiantiles. No eran nada. Simple estudiantes. De modo que los cabrones del régimen, en lugar de hacer su trabajo lo que estaban era apresando gente “a lo loco” en la calle. ¿Era así como pretendían defender el régimen? Fue algo ridículo y estúpido.

Mientras tanto, allí estábamos. Tres “presos políticos” en solitaria y todo. Que risa. Así pasábamos el tiempo hablando un poquito de todo, cuando de pronto, y como salido de la nada, nos tiraron una lata de agua que nos mojó por completo. Para entonces estábamos sentados en el suelo y nos paramos de un tirón. Teníamos nuestros cuerpos desnudos y mojados en aquel cuarto frío y oscuro. En total indefensión.

. De pronto, del otro lado de la celda alguien encendió un fósforo. Entonces, con cierta dificultad, vimos cuatro guardias.Creímos que nos iban a tirar agua nuevamente. Pero no lo hicieron. Comenzaron a reírse y a burlarse de nosotros.

Cuando ya se iban uno de ellos le dijo a los demás:

-Míralos, parece que están en un hotel.

Se fueron.

Poco después llegó otro guardia y me sacó de la cárcel. ¿qué harán conmigo?”, pensé.

Yo iba detrás de él por el oscuro pasillo. El se detuvo. Yo no veía absolutamente nada. Entonces me dijo “entra”. Era otra celda solitaria. Allí quedé yo solo.

Me senté cerca de la reja. Me preguntaba ¿qué habrá en el fondo esta celda oscura? No tenía ni idea del lugar en donde estaba.

Allí escuché la sirena del cuerpo de bomberos y supe que eran las 12 del mediodía. Así escuché la misma sirena tiempo después y me dije: las dos menos cuarto. Hasta que la sirena sonó una ultima vez y supe que eran las seis de la tarde.

En la mañana nos sacaron, nos entregaron nuestra ropa y nos alojaron  a mí, a mis dos nuevos amigos, en una celda separada. Nos pusieron aparte porque no juntaban los presos políticos con los presos comunes, según escuché decir.

Luego supimos que nos llevarían a juicio dentro de una semana. Un tribunal de primera instancia conocería las acusaciones en nuestra contra para decidir nuestro destino inmediato. Así que tendríamos que pasar 7 días en aquel lugar. Nos preparamos mentalmente. En una semana llegaría el día en que nos encontraríamos frente a un juez que tenía el cabello tintado de rojo que era el color del partido reformista, que era el partido de gobierno.

Esa es la tercera parte de la historia que compartiré con ustedes en la próxima entrega.

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Yo estuve siete días preso en la fortaleza de San Juan, 1 Parte/ Cassandro Fortuna

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