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Restauradores vencieron a España y Haití / Oscar López Reyes

La  Guerra Restauradora tuvo, conforme el  profesor de historia y autor Luis Alvarez-López, por lo menos, tres vertientes

Oscar López Reyes

Bravos en las tonadas del  cruzado  pabellón tricolor y varoniles de fervoroso amor a la Patria, a la que atribuían más valor que a sus propias vidas, guerrearon –estimulados por el olor a  pólvora de  los trabucos y los movimientos de los machetes en sus manos– en pastizales de campiñas y en praderas de ciudades para restaurar el proyecto duartiano de 1844. Y, por su intrepidez como soldados dominicanistas, se consagraron como adalides y hoy son recordados con veneración.

El 16 de agosto de 1863 acometió, en Dajabón, la guerra por la restauración de la soberanía nacional, con Santiago Rodríguez y Gregorio Luperón en la primera línea de combate. Galvanizó ese relampagueo épico la afrenta del presidente Pedro Santana, quien el 28 de marzo de 1861 había proclamado la anexión a España, con un pronunciamiento humillante y disonante:

 “La España nos protege, su pabellón nos cubre, sus armas se impondràn a los extraños; reconoce nuestras libertades y juntos las defenderemos, formando un solo pueblo, una sola familia, como siempre lo fuimos”.

La conversión de la República Dominicana en una provincia de ultramar de la metrópoli fue  justificada por tres razones: 1) la falta de fe en el futuro de la Patria, 2) la inestabilidad y apuros financieros, y 3) el pánico ante una posible nueva ocupación haitiana.

Y ese acto de indignante traición soliviantó el espíritu patriótico con protestas: “¡Abajo España!”, y alzamientos armados en  distintas comarcas contra la monarquía española y el capitán general de la provincia de Santo Domingo, Pedro Santana,  en Moca, Neyba, San Juan de la Maguana, Sabaneta, Puerto Plata, Santiago, Moca, La Vega, San Francisco de Macorís, Cotuí y otras poblaciones.

La eficacia y expansión territorial de la guerra de guerrilla conminó a los españoles a desertar de la fortaleza San Luis, de Santiago, donde fue instalado el gobierno provisional restaurador, el 14 de septiembre de 1863, presidido por José Antonio (Pepillo) Salcedo.

 En otros puntos de la geografía nacional contendían gallardamente Gregorio Luperón, Gaspar Polanco, Juan Antonio Pimentel y otros que -segùn el autor Frank Moya Pons- cada mes les causaban 1,500 bajas a los españoles. A la vez, estos eran pastos de la fiebre amarilla –producida por las aguas contaminadas y los mosquitos-, causante de diarreas y vómitos.

 En la guerra por el Norte, el Sur, la capital y el Este, las tropas españolas sufrían descalabros por las pólvoras, los machetes y las enfermedades, con un saldo de más de 10 mil víctimas en más de 100 duelos armados. Ese cuadro, más los gastos de 35 millones de pesos, una alta progresión de impopularidad, obligaron a la Reina Isabel II a disponer el cese de las operaciones militares en la colonia de Santo Domingo.

 El 3 de marzo de 1865, revocó la Anexión, con lo cual se materializó el triunfo dominicano. El día 25, Pedro Antonio Pimentel fue investido como nuevo Presidente de la restaurada Nación, y el 15 de julio, las huestes extranjeras evacuaron la República Dominicana.

Entre el 14 de septiembre de 1863 y el 4 de agosto de 1865, el gobierno restaurador estuvo a cargo de cuatro presidentes: José Antonio Salcedo (Pepillo), Gaspar Polanco, Benigno Filomeno de Rojas y Pedro Antonio Pimentel. Y en el campo de batallas brillaron con sus espadas Santiago Rodríguez,  Gregorio Luperón, José María Cabral, y otros.

La  Guerra Restauradora tuvo, conforme el  profesor de historia y autor Luis Alvarez-López, por lo menos, tres vertientes:

  1.- “Un carácter múltiple: una lucha anti-imperialista y anti-colonial de la nación dominicana contra el imperio español por la reconquista de la soberanía y su independencia”, por lo que “fue una guerra de liberación nacional”.

 2.- “Una guerra social de carácter eminentemente popular donde la fuerza motriz fundamental fue constituida por los cientos de campesinos anónimos”, y por “intelectuales liberales”.

 3.- “Un carácter racial, pues siempre existió el temor entre los grandes sectores de la población negra y mulata dominicana de que la esclavitud podría ser restablecida”.

Esa solemnizada victoria fue doble, porque la República Dominicana recuperó su soberanía y permitió a los gobernantes de Haití comprender, definitivamente, la imposibilidad de adjudicarse nuevamente la parte Oriental de la isla. Así se coronó de lauros la Guerra de Restauración, que principió pujante un 16 de agosto (1863), consignado como día de fiesta nacional, y cada cuatro años en esa efemérides toma juramento el nuevo presidente constitucional del país.

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El autor es periodista-mercadólogo, escritor y artículista de El Nacional,

Director Escuela de Comunicación Universidad O&M,
Ex Presidente del Colegio Dominicano de PeriodistasOficina: 809-688-6507,
Celular: 809-222-5019
Email: oscarlr1952@gmai.com

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