Opinión

El mayor reto / Mario Rivadulla

Por: Mario Rivadulla
Sin restar importancia en lo absoluto a la inseguridad ciudadana, el costo de la vida y la falta de empleo, que la Encuesta Gallup confirma una vez más constituyen los principales motivos de inconformidad de la ciudadanía según reiterados estudios de opinión anteriores, y a la cuantía, diversidad y seriedad de los demás problemas que arrastramos, debemos seguir insistiendo que en el tiempo, y cada vez a menor plazo, el mayor y más grave reto que enfrenta el país es la crónica y creciente presión que ejerce la invasión de ilegales haitianos.
No se trata en lo absoluto de fomentar sentimientos de odio contra los nacionales del otro lado de la isla. Ni de llevar a cabo campañas xenofóbicas de persecución irracional en su perjuicio.
Nada más lejos de nuestro ánimo. Por el contrario, siempre hemos abogado y lo seguiremos haciendo por la conveniencia de mantener las mejores relaciones de entendimiento y cooperación en beneficio mutuo, única opción sensata de convivencia entre nuestro país y Haití, como obligados vecinos.
Pero esto en modo alguno, puede servir de excusa para que cerremos los ojos a una realidad que cada día se profundiza más, y nos acerca a peligrosas situaciones de mayor confrontación si no afrontamos una realidad tan inexorable como es el hecho inevitable de tener que compartir el mismo territorio insular, pero con marcadas diferencias que van ensanchándose en vez de acortarse, y no prepararnos debidamente para conjugar las consecuencias que se derivan de esa situación.
La población de Haití aumenta a un ritmo bastante mayor que la nuestra. Es un crecimiento demográfico que tiene lugar sobre un espacio territorial menor que el que ocupamos, depredado, erosionado y desertificado en un 98 por ciento, en el país más pobre del continente y uno de los más pobres del mundo, minado por la miseria, el atraso, el hambre y las enfermedades, con una economía estancada e instituciones que si aquí son todavía débiles e imperfectas, allá resultan inexistentes, y con todas las características propias de un estado fallido. Pero sobre todo, huérfano de toda posibilidad de romper por si mismo las cadenas que lo mantienen atado a esa penosa realidad.
En la medida en que el crecimiento poblacional haitiano siga aumentando, lo será también la presión sobre este lado de la isla, más tomando en cuenta que es la salida más accesible de escape migratorio que, en cambio, encuentra las puertas cerradas a cal y canto de casi todos los demás países del hemisferio, incluyendo aquellos que hipócritamente muestran preocupación por el destino de Haití…pero no encaminan ninguna acción para remediarlo.
Es una inevitable realidad para la cual debemos prepararnos con tiempo, no con actitudes hostiles sino con medidas inteligentes y racionales. Lo primero será acabar de diseñar una firme y coherente política migratoria, regulando la presencia haitiana en el país y la contratación del personal requerido por los sectores donde resulte imprescindible, bajo contratos de trabajo y permisos de estancia temporal; erradicar y penalizar la práctica del “peaje” fronterizo; desmontar, perseguir y sancionar ejemplarmente a los integrantes de las mafias, haitianos y dominicanos, que se dedican al contrabando de indocumentados; evitar el desmonte de árboles con fines de hacer carbón y cualquier otra práctica depredadora de nuestros recursos naturales.
Pero, sobre todo, recordar que la frontera es la primera línea de defensa de nuestra integridad territorial. No se trata solo de mantener una permanente y celosa vigilancia militar. Es preciso ir al rescate efectivo de la misma.
Llevar a cabo un acelerado programa de construcción de las obras de infraestructura requeridas y estimular la inversión para impulsar al máximo el aprovechamiento de todo su potencial de riqueza, a fin de crear fuentes de trabajo y condiciones de vida atractivas para la repoblación dominicana que motive su asentamiento en las provincias fronterizas. Ningún otro mecanismo ni muro mas efectivo para recuperar y preservar nuestros acortados límites territoriales.
Hora es ya hacerlo. Es tarea urgente y previsora. Cada día que pasa conspira contra nuestra futura estabilidad y hará que la convivencia se torne un problema más complejo, costoso y difícil de solucionar al tiempo que enturbiar y llevar a un punto de peligrosa confrontación las necesarias relaciones armoniosas que en beneficio mutuo, debemos mantener con las autoridades y el pueblo haitianos.

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