Opinión

Una guerra que no podemos perder / Mario Rivadulla

Por: Mario Rivadulla
El presidente de la Asociación Nacional de Fabricantes e Importadores de Productos para la Protección de Cultivos (AFIPA), Julio Lee, advierte que el cambio climático constituye una amenaza para la seguridad alimentaria del pueblo dominicano y las condiciones de vida e ingresos de la población rural. No exagera.
Se trata de una voz autorizada por la directa y estrecha vinculación de las empresas que integran dicha entidad con el desarrollo de las actividades agropecuarias, a las cuales aportan fertilizantes y productos para el control de las plagas en los cultivos, tanto químicos como orgánicos.
Su alerta se suma a las muchas otras que cada día se dejan escuchar en forma cada vez más apremiante sobre una realidad que de continuo nos está enviando señales crecientemente preocupantes sobre el comportamiento más diferenciado de la Naturaleza, que se aparta de sus patrones tradicionales.
Las dos más recientes las encontramos en la trayectoria de los huracanes Irma y María, como hizo notar el geólogo y ambientalista Osiris de León, en las distintas comparecencias públicas que hizo en los medios de comunicación en los días en que tuvieron lugar ambos meteoros. En ellas llamó la atención sobre la pronta conversión de ambas, en el espacio de apenas escasas horas, de tormentas tropicales en sus inicios a los más fuertes huracanes que haya sufrido la región del Caribe, un proceso de evolución que normalmente se tomaba varios días.
Si bien es cierto que todavía hay algunos científicos que se obstinan en negar el cambio climático, ya sea por una valoración errada, ya respondiendo a determinados intereses, su número se ha ido reduciendo al extremo de resultar hoy casi insignificante. Ya más del noventa y ocho por ciento de los climatólogos y científicos más reputados consideran el calentamiento global una amenazante realidad. La sucesiva ocurrencia de esos cambios constituyen el mejor aval a su opinión.
Dentro de este marco, ha resultado motivo de desaliento el hecho de que el presidente Donald Trump tomara la decisión de que los Estados Unidos, segundo país que envía mayor cantidad de gases a la atmósfera, se niegue a ratificar el Protocolo de Kioto.
Mediante este, las naciones de mayor poder económico, que son precisamente las que ocupan los primeros lugares en agresiones al medio ambiente, se comprometieron a establecer políticas de efectivo control ambiental, al tiempo que aportar fondos para apoyar a los de economía más débil en la implementación de medidas destinadas a reducir los niveles de contaminación y a realizar los necesarios ajustes en previsión de reducir los perjuicios ocasionados por el cambio climático.
Es evidente que la no ratificación del Protocolo por parte de los Estados Unidos constituye un fuerte golpe, tanto político como financiero y psicológico, al esfuerzo común del conjunto de países que lo suscribieron.
Pero al margen de esa circunstancia y precisamente por ella, es que con mayor razón tenemos por nuestra parte que poner los mayores empeños en enfrentar una realidad que se nos muestra cada día de manera más palpable.
No olvidemos que en el ilustrativo y premiado documental “Una verdad inconveniente” que produjo hace algunos años el ex vicepresidente estadounidense Al Gore, convertido en cruzado de la lucha contra el “efecto invernadero”, figura la República Dominicana en el listado de los 8 países entre 183 considerados más vulnerables que pudieran resultar más afectados.
Un estudio realizado sobre la incidencia de eventos naturales que han afectado al país en los últimos 60 años, establece que mientras el promedio era de uno cada dos años en la década de 1960, había aumentado a uno por año en la de 1990, en tanto ya en la del 2000 la cantidad había escalado a 2.6 por año.
El riesgo de pérdidas en vidas humanas es también mayor, así como la cuantía de los daños económicos. Es para tomarlo muy en serio y con la mayor responsabilidad.
Cabe en este caso aplicar la vieja máxima de que “guerra avisada, no mata soldado”. En nuestro caso los avisos y las evidencias son más que sobradas. Y la del cambio climático es una guerra que no podemos evadir y mucho menos perder. En ello nos va la vida.

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