Opinión
QUINTA PALABRA “Tengo Sed”/Ramón Benito Ángeles Fernández
La quinta palabra es: “después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba consumado, dijo, para que la escritura se cumpliera: Tengo sed” Juan 19.28
La quinta palabra no puede ilustrar mejor la humanidad de Jesucristo. El crucificado no es un fantasma que aparenta sufrir en la cruz. Jesús no es una aparición que cumple una formalidad en el plan divino. Jesús de Nazaret es un ser humano verdadero. Su dolor fue tan real como el nuestro; su sufrimiento tan duro como el de cualquier otra persona.
Jesús tiene sed. Tiene sed para que se cumplan las profecías: «Y mi lengua se pegó a mi paladar» (Sal 22.15); «Y en mi sed me dieron a beber vinagre» (Sal 69.21).
Su sed es real. Es la sed de un torturado que se levanta en el árbol de la cruz en representación de todo el género humano.
Ahora bien, escondido en este episodio hay un pasaje que considero pertinente para nuestro contexto. El Evangelio de Marcos afirma que el vinagre que le ofrecen a Jesús en la cruz es vino mezclado con mirra (15.23). En el mundo antiguo, esta mezcla se hacía con el propósito de endrogar al penitente. Se le daba el brebaje para que la pena del crucificado no fuera tan amarga. Al parecer, se entendía que el vino podía ayudar al crucificado a olvidar su dolor.
¿No les parece conocido este cuadro? Nuestro país vive momentos amargos que muchas personas desean escapar de la realidad. Por eso tantas personas abusan del alcohol, de las drogas ilegales y de los medicamentos recetados. Están buscando medicina que cure el alma; y la están buscando en los lugares equivocados. Por eso tantas personas buscan en la música estruendosa, en el baile y en el “vacilón”, la felicidad que no encuentran en sus vidas diarias. Lo que es más, hay personas que buscan en la iglesia un escape para sus problemas.
Estas quieren una adoración que les ayude a desconectarse del mundo; no una que les ayude a confrontar las situaciones difíciles en el nombre del Señor.
Jesús tenía-y sigue teniendo- sed de amor y de respuesta. Es propio del corazón humano la sed de amor. No somos felices mientras alguien no nos ame. en profundidad A Jesús le sucede lo mismo: quiere nuestro amor, nuestro “sí”. No porque El lo necesite, sino porque nos quiere regalar el gran don divino: participar del mismo amor del Dios Trino.
Jesús tiene sed de que recobremos nuestra verdadera libertad y dignidad, porque, con palabras de San Ireneo, “La gloria de Dios es que el hombre viva”
Al amor gratuito de Cristo respondemos con desprecios. Preferimos amar más el dinero, el poder, el placer, la fama, la comodidad. Vivir de las apariencias, del apego feroz de lo material, a veces teniendo como su Dios el tener, creyendo que con esto saciaremos nuestra sed profunda. Y sin embargo la sed se hace mayor. Cristo se quejaba a Santa Margarita María de Alacoque: “Mira este corazón que tanto ha amado a los hombres y en respuesta sólo recibe ultrajes y desprecios”.
Hemos abandonado las fuentes de la verdadera vida para ir a beber a aljibes que no tienen agua o es sólo agua estancada. Cristo tiene sed De nuestra conversión sincera, de testimonio nuestro que deje huellas de amor y de perdón. Somos nosotros los que tenemos sed de Dios y del amor verdadero. Y es Cristo quien nos da de beber. Sólo Él nos sacia. Lo dijo el Concilio Vaticano II, y nos lo ha recordado muchas veces el Papa San Juan Pablo II: “Sólo en Jesucristo la persona humana encuentra su plenitud y su sentido definitivo”. Quien a Dios tiene, nada le falta. Sólo Dios basta. El que va a Jesús nunca jamás sentirá más sed.
“Dame Señor sed del amor más puro,
del agua del Espíritu y de tu gracia,
del manantial y la fuente que no se agotan;
concédeme, Señor, beber de la roca de tu costado
y saber señalar a los hombres dónde esta el agua verdadero”.
El Crucificado nos enseña el verdadero camino a seguir. Jesús no escapó de las situaciones difíciles, al contrario, “afirmó su rostro para ir a Jerusalén” (Lc. 9.51b). Aun sabiendo que en Jerusalén podría encontrar la muerte; aun sabiendo que en Sión le esperaban sus enemigos, Jesús va a la Ciudad Santa a enfrentar su futuro.
En el momento difícil de Getsemaní enfrenta la copa amarga y enfrenta la turba que viene a arrestarle. Y enfrenta estas situaciones con valentía, sin la violencia de Pedro y sin la cobardía de los discípulos que huyeron.
Después va a la cruz. Y aún allí, en el agudo dolor del madero, se niega a escapar. Se niega a tomar el vino drogado. Se niega a dejarse vencer por la cobardía. Jesús sabe que la única manera de vencer los problemas es dándoles el frente.
Debemos recordar lo escrito en Hb 5,9: “Cristo, sufriendo, aprendió a obedecer y, así consumado, se convirtió en causa de salvación”. Este es nuestro camino: crecer como hijos en un doble movimiento: contemplación y acción, abandono y espera activa, mirada al Hijo crucificado y lucha por liberar a todos los crucificados de todo mal y sufrimiento. Sólo el Espíritu, Amor del Padre y del Hijo, puede hacer posible la liberación y redención definitivas y totales, la nueva creación, la nueva y definitiva Jerusalén .
!Qué bien y con qué sinceridad lo expresan estas palabras en forma de oración, de una enferma de nuestros días!:
“Señor,hoy en mi enfermedad y sufrimiento no te grito “¿por qué me has abandonado? ¿por qué me mandas esto? ¿Qué pecado cometí? ¿Por qué no lo remedias?”, sino más bien me fío y te digo: “Señor, sé que esto te duele como a mí me duele o más que a mí; sé que tú me acompañas y me apoyas aunque muchas veces no te sienta o no te comprenda”… Señor, hoy no te grito, sino que te doy gracias”.
“Señor hoy no te grito, sino que doy gracias”
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