Opinión
UMBRAL Desde “América para los americanos”/ Manolo Pichardo
La doctrina -Monroe- elaborada por John Quincy Adams se justificaba en la supuesta amenaza de que los países europeos iniciarían un proceso de recolonización, lo que para algunos podría poner en riesgo la propia existencia de los EE.UU.
La Segunda Guerra Mundial afianzó el poder global de los Estados Unidos, país que a pocos años de su nacimiento, en 1776, mostró su proclividad a la geofagia; pues para 1823, apenas 5 décadas de la declaración de su independencia, el presidente James Monroe dio a conocer la doctrina que su administración bautizó con su apellido, y en cuyo contenido, “América para los americanos”, se sintetizaba una especie de proclama que pretendía dejar por sentado que el poder estadounidense se enseñorearía por todo el territorio americano, desde Canadá y México, su punto más cercado de influencia, hasta los lejanos territorios australes. Con esta expresión doctrinal comenzaría a marcar su política exterior, marca dejada antes de lograr la independencia, pues en plena guerra -1775/1776- invadió a Canadá, luego sus tentáculos alcanzarían todo el hemisferio, pues comenzaron a extenderse con la intromisión en el conflicto entre Gran Bretaña y Venezuela por la definición fronteriza con Guyana -1895- y la guerra hispánico-cubana de finales del siglo XIX -1898- dando sentido práctico a la Doctrina Monroe.
La doctrina -Monroe- elaborada por John Quincy Adams se justificaba en la supuesta amenaza de que los países europeos iniciarían un proceso de recolonización, lo que para algunos podría poner en riesgo la propia existencia de los EE.UU. Este argumento quedaba desmontado por los hechos que se produjeron fuera de América dos décadas después -1853- de conocido el primer proyecto de política exterior explícitamente expansionista, específicamente en Asia, cuando el comodoro Matthew C. Perry ocupó con su flota naval la isla de Okinawa en Japón; cinco años después le tocaría China cuando los estadounidenses tomaron a Shanghái durante la Segunda Guerra del Opio, acción que se repitió en Pekín en el 1900 en el marco de la llamada rebelión de los bóxers en alianza con 6 países occidentales y Japón -Alemania, Austria-Hungría, Francia, Italia, Reino Unido y Rusia-. Luego ningún continente escaparía a su presencia, porque, desde el 1801 que llevó a aguas africanas su flota naval para enfrentar la piratería que desató la primera y segunda guerra berberisca, el país que vio nacer a George Washington arropó al planeta hasta alcanzar al día de hoy más de 750 con bases militares, según reveló el profesor David Vine, quien imparte la asignatura de Antropología Política en la American University de Washington de acuerdo a una publicación aparecida en el portal elordenmundial.com el 5 de octubre de 2021 bajo la firma de Álvaro Marino, número que podría ser mayor debido al hermetismo con que el Pentágono maneja las informaciones que se relacionan con su funcionamiento y operaciones.
Durante su dinámica expansiva, y propósitos de consolidación como potencia global, sus doctrinas reforzadas con leyes que permitieron su puesta en operación, como la Mckinley, se convirtieron en ancla para la concentración de poder; de ahí que, al sentir el agotamiento de la Doctrina Monroe, se aplicó la Ley Mckinley del presidente William Mckinley, que se complementó con El Gran Garrote, de Roosevelt, para luego entrar en juego la Doctrina del Dólar de William Howard Taft, y seguir con la cadena que ha perfilado su política exterior, eslabonada además por la Política del Buen Vecino de Franklin Delano Roosevelt, la Doctrina de la Represalia Masiva de Eisenhower, la Alianza para el progreso de John Fitzgerald Kennedy, la Doctrina Reagan del presidente Donald Reagan, el Plan Brandy diseñado por el entonces Secretario del Tesoro estadounidense Nicholas Brandy, y la Doctrina de Agresión Masiva de George Bush hijo. Basculando de acuerdo a sus intereses -amigos y enemigos definidos por las coyunturas-, un eje central ha marcado su histórica política exterior: la expansión.