Opinión

La tarde que Orlando Martínez dejó de escribir/ Rafael Pineda

Por Rafael Pineda


Escritor y poeta


MONTEVIDEO, Uruguay- Esa tarde del 17 de marzo cuando Orlando Martínez escribió su último artículo, salió de la redacción de la revista “Ahora” sin sospechar que su muerte había sido decidida en el despacho de Joaquín Balaguer, el tirano que bajo el manto de fingida democracia encabezaba uno de los regímenes más sangrientos de la América Latina.

Era una tarde tranquila, soleada, más o menos a las 6h40 todavía no se había ocultado totalmente el sol;  bajó de la segunda planta al estacionamiento abordando, como hacía diariamente, el pequeño auto.
 Presionó el encendido del motor, se despidió del watchman y  salió pensando en la política editorial del día siguiente. La radio encendida, silbando una melodía de Víctor Manuel San José Sánchez, su amigo y cantante preferido. No sospechaba que era el último día de su vida.
  Al desplazarse por la calle José Contreras,  detrás del campus de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, donde había hecho sus estudios, los sicarios del tirano lo interceptaron chocándole el auto por detrás,  obligándolo a frenar de golpe y al intentar bajar para cerciorarse de lo que estaba aconteciendo, le dispararon, sin errar, en la cabeza.        Entre los asesinos había oficiales de la policía, del ejército, y calieses.
Han pasado 42 años. Se cumplen justo este 17 de marzo cuando la humanidad también está recordando los 134 años de que fuera sepultado el más grande pensador de nuestros días: Karl Marx, fallecido el 14 de este mismo mes y ante quien, su gran amigo y compañero de carrera y de militancia política Friedrich Engels, al pronunciar el panegírico ante las nueve u once personas que asistieron al funeral en Londres, bajo el cobijo del frío y las nubes grises, dijo: “,,,pronto se dejará sentir el vacío que ha abierto la muerte de esta figura gigantesca”.
Hago el símil porque Orlando era un lector contumaz de las obras del creador de El Capital, de la teoría de la plusvalía,  y en la práctica cotidiana asumía la frase de la “Tesis sobre Feuerbach” de que “Los filósofos sólo han interpretado el mundo de distintos modos, pero de lo que se trata es de transformarlo”. Hoy la humanidad completa recuerda al autor de El Capital.
Orlando Martínez también fue un gigante en la República Dominicana donde se le recuerda como el modelo de periodista y de ser humano que fue. El vacío que dejó en la prensa dominicana se ha hecho sentir a través de estos años.
SERENO
 No era un bocón del periodismo, no extorsionaba ni perseguía prebendas; era un periodista sereno con una pluma al servicio de la patria; analista capaz de dilucidar los entramados de las multinacionales, los negocios espurios de los que movían los hilos en el Palacio,  la lucha por el control de los poderes en las Fuerzas Armadas y la policía, la vergonzante desigualdad en el régimen de tenencia de la tierra, la lucha de los campesinos por la reforma agraria,  el acontecer internacional, la expoliación de las riquezas nacionales y el papel entreguista de un Joaquín Balaguer que, “ciego y sordo” entregaba el patrimonio de la patria a poderes extranjeros.
Era un periodista brillante. Nada exceptuaba de los análisis,  de su certera pluma. Por eso su lema era aquella frase de Publio Terencio Afro, el esclavo y dramaturgo cartaginés del año 194 a.C. que dice “Soy hombre. Nada humano me es ajeno”, colocada como epígrafe de la columna “Microscopio” que se publicaba todos los días en el diario “El Nacional”, y los fines de semana en la revista “Ahora”.
Ganó fama por su incorruptible honestidad. Muchas veces intentaron seducirlo con el brillo del oro, ofreciéndoles prebendas para situarlo del lado de los poderes;  repetidamente dijo no a los ofrecimientos para que formara parte de la corruptela.
También fue político militante de izquierda,  terrible organizador planificador y un destacado lector de todos los géneros literarios. Sobre todo leía filosofía y a los clásicos de la literatura universal. Solía recomendar El Quijote, de Cervantes; La Condición Humana, de André Malraux;  Las Uvas de la Ira, de John Steinbeck.
Difusamente recuerdo que cuando el dirigente del Movimiento Popular Dominicano Rafael (Fafa) Taveras estaba cumpliendo la condena que por su militancia política le habían impuesto los jueces de la época, Orlando lo fue a visitar a la cárcel y le llevó de regalo el libro “Juan Salvador Gaviota”.  Desde entonces hice ese libro uno de mis favoritos.
El asesinato de Orlando fue un golpe atroz contra el libre pensamiento, es decir, contra la democracia, y un brutal ataque al periodismo. Para esa época, la muerte violenta era cosa cotidiana y Joaquín Balaguer nos quería imponer a los dominicanos el sentimiento de que la vida no tenía ningún valor, y que el crimen político, la represión a las manifestaciones de protesta, la tortura y la aplicación  de mordazas a las libertades ciudadanas (como las que les aplicó a José Francisco Peña Gómez y al cantante que interpretaba el merengue “El guardia con el tolete”, la prohibición de las películas “La Batalla de Argel” y “La Última Tentación de Cristo”), eran cosas inherentes a nuestra cultura.
Orlando Martínez nació el 23 de setiembre del 1944 en Las Matas de Farfán, un pueblito al Sur de la República Dominicana. Primero quiso ser contable iniciando estudios en la Escuela de Peritos, dándose cuenta a tiempo de que su vocación iba mejor con las ciencias sociales se inscribió en la escuela de sociología de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, estudios que luego abandonó para dedicarse a tiempo completo al periodismo, siendo el de  reportero en la emisora HIN su primer trabajo.
En la universidad fue un activo militante de FRAGUA, movimiento estudiantil revolucionario. Cuando los yanquis invadieron la República en el 1965 fue un activo defensor de la soberanía nacional.  En los años 60 viajó a la República Checa donde trabajó en la redacción de la Revista Internacional, una las más difundidas en el mundo.
La sentencia de muerte llevaba tiempo en un cajón del palacio presidencial y se tomó la decisión de ejecutarla el 25 de febrero del 1975 cuando salió publicado el  artículo titulado “Por qué no, doctor Balaguer”, en el que Orlando, indignado por el acto de humillación que se había cometido contra el pintor Silvano Lora,  le dijo las más crudas verdades a Balaguer:  “… ya que usted impide que un artista del prestigio y la calidad moral de Silvano Lora viva en su Patria (…) me voy a permitir hacerles algunas recomendaciones. Espero que sobre todo medite la última.”
La última recomendación de Orlando a Joaquín Balaguer fue que se suba en un avión y desaparezca del país con todos sus corruptos.
La tarde que se publicó el artículo se puso en movimiento el operativo criminal. Ese día, Orlando Martínez dejó de escribir.  Su voz fue apagada por las balas.
El crimen se mantuvo impune desde el 1975 hasta el 1996 cuando el Partido de la Liberación Dominicana llegó al poder y el presidente Leonel Fernández designó con el nombre de Orlando Martínez la sala de prensa del Palacio Presidencial, nombró en la Fiscalía General al abogado Guillermo Moreno, ordenando reabrir y llevar el caso a los tribunales hasta sus últimas consecuencias.
Fueron condenados los autores materiales a penas de hasta 30 años de cárcel, pero el doctor Joaquín Balaguer y los demás autores intelectuales se fueron a la tumba sin ser interrogados, o al menos sin pagar por el hecho.
En ocasión de que se cumpliera el primer año del crimen en 1976, el cantor Guillermo San Juan lo recordó con estas coplas: “No basta con estar de acuerdo en tu ideal, no basta recordarte compañero, hay que seguir tu ejemplo, hay que seguir la senda aunque esté llena de espinas…”
Y el periodista Cassandro Fortuna, años después lo recordó así: “La memoria de Orlando Martínez está hoy tan alta como alta está la bandera dominicana”.

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