Opinión
Viejos y nuevos funcionarios, ¡Ayayayyy…!/Oscar López Reyes
Ya rodeados de guardaespaldas, la inmensidad sin la más mínima justificación, exhiben un nuevo vocabulario y emplean verbos más fluidos, con gestos pomposos
Por Oscar López Reyes
Como acontece siempre con los cambios gubernamentales, desde el pasado
16 de agosto, algunos de los nuevos altos y hasta medianos
funcionarios designados por el jefe de Estado muestran otro
comportamiento: con frecuencia se distancian de los vecinos y amigos,
sus saludos se encarecen, comienzan a organizar mudanzas con miras a
residencias más confortables, bloquean o cambian sus números de
celulares, su sensibilidad comienza a elevarse por las nubes y
peligran sus relaciones con las compañeras sentimentales.
Luego de fumigar, lavar, planchar y abotonarse el traje oficial de un
difunto, comprado en un mercado de pulgas, la humildad de los
flamantes buròcratas se esfuma y hacen presencia las ínfulas de poder,
en la joroba de la arrogancia, el engreimiento rebosante de insano
orgullo y la presunción matizada de la más pura vanidad.
Ya rodeados de guardaespaldas, la inmensidad sin la más mínima
justificación, exhiben un nuevo vocabulario y emplean verbos más
fluidos, con gestos pomposos. En unos años retornarán tranquilos a sus
asientos, muy simpáticos y locuaces, la mayoría con los mismos bienes,
y unos cuantos enriquecidos ilícitamente, después de múltiples
maniobras, malos arreglos y burlas.
Ahora mismito, la incertidumbre jinetea, con el sombrero inclinado
como un vaquero, por las aceras planetarias y el traspatio dominicano,
que se hace intensa a propósito del traspaso de mando presidencial,
hace ya casi un mes.
Y, en ese vaivén, los temores angustian y los oficios que se
lengüetean en oficinas y calles colman de más inseguridades y
desequilibran a los más débiles, con la mala suerte de que no cuentan
con ningún “enllave” ni protección. También suspiran desalientos ante
reales o imaginarios síntomas de coronavirus, los sustos por los
fallecimientos de familiares, parientes, amigos y
conocidos; los “enfados” ante tantos reclamos financieros con los
bolsillos rotos, y hasta recordando añejos datos de la eventualidad de
un terremoto, y en estos días por la temporada ciclónica o el mal
tiempo que amenaza con agravar el tétrico panorama engendrado por la
Covid-19.
Esa inestabilidad se multiplica por partida doble con los movimientos
y cambios de altos titulares o encargados de la administración
pública, que no garantizan la permanencia de miles de empleados, y
colocan en precariedad contratos y otros negocios.
Magulla el alma –que no cede ni siquiera rascándose los fondillos- ver
còmo seres humanos son botados de mansiones estatales, y cómo
discretamente dejan escapar sus lágrimas, porque no tendrán “bulluyos”
para comprar sus medicamentos, activar las mandíbulas para engullirse
los manjares que les facilita alimentar las células y pagar el
alquiler de la casa que los cobija.
“¿Quiénes te apenan más, los que han comido bien durante 16 años, o
los que llevan 16 años jalando aire y, ahora con la llegada de su
partido al gobierno, tienen la oportunidad de recuperar su déficit de
cucharas?, respondió un cuadro político a un periodista, que enmudeciò
y en la silueta de la discreción se preguntò: ¿hasta cuàndo…?
Si bien no deben cantar el popurrí, los asalariados que todavía quedan
en la administración gubernamental deben darse un baño de relajación y
optimismo, a través de la oración, la meditación o la música sana, y
no pensar que si los sacan van a ir a parar al mismo infierno. No,
jamàs… Cuando una puerta se cierra, se abre otra; no hay mal que por
bien no venga y más pa’lante vive gente, y con “techo de cemento”.
Muchos aprovecharán los despidos como una oportunidad para emprender
nuevos proyectos, y posiblemente progresarán más que con un miserable
y triste empleo, que estanca merodeando en los sobresaltos de cuatro
paredes que sólo impresionan por su solemnidad, y que estimulan la
ingesta de fritangas y frìos-frìos, que empollan salmonelosis.
En menos de un mes, miles de incumbentes del tren gubernamental han
sido cesanteados de sus puestos, y ahora pueden sentarse en los patios
–peinándose los bigotes como el personaje que encarnò Freddy Beras
Goico, -el célebre Morrobel-, en una merecida holganza. Y volverán a
recorrer las veredas antiguas y a reconocer (mirándoles otra vez las
caras con algún pretexto), telefonear y visitar a los parientes y
amigos que dejaron de responderles sus llamadas.
Una parte de esos privilegiados ha salido empobrecida, igual que como
entró, y la otra con la chequera más gorda que Rufinito (aquel
camarada habitué del parque Colón que pesa más de 400 libras y al que
hay que ayudar a sentarse y levantarse del banco que encontró), porque
recibió comisiones o desvió partidas monetarias para esconderlas
debajo de sus colchones, mofándose de los registros contables y de los
generosos portadores del voto popular.
Hay que entender que los nuevos mandantes no podrán complacer las
solicitudes de empleos de todos sus compañeros, en vista de que
abundan las cabezas y escasean los sombreros, ni tomar todas las
llamadas telefónicas, porque -si lo hacen- tendrán que seguir
hablándoles mentiras o no podrían cumplir con las responsabilidades
que han asumido.
Y resulta que los agraciados no acaban de descansar del trajín de la
campaña comicial cuando aliados y colaboradores reclaman y cabildean,
con imprudencia, puestos en el gobierno, que tradicionalmente se han
visto como un botín de guerra. Buena parte de los que se fajaron no
podrán ocupar asientos en la nave que surcò desde el 16 de agosto
recién pasado, mientras que “avivatos” sin principios los saborean,
sin haber levantado una “paja” política y hasta hostigaron al
candidato triunfador.
Muchos se quedarán con el “moño hecho”, porque un porcentaje de los
empleados está en la carrera administrativa, otros son imprescindibles
por su condición de técnicos y especialistas muy cualificados, y un
tercer grupo habrá conseguido un buen vínculo o cuña para mantenerse
en la “papa”.
Eso sí, altos funcionarios actuales, que llevan 16 y hasta 20 años de
bateo y corrido, por el palanqueo de “padrinos” empresarios o por el
aguaje de que son imprescindibles, ya aburren en su egoísmo lacerante.
Impiden que otros dominicanos disfruten de las mieles del poder.
Una legión de morados abandonó deslucidos escritorios sin presentar
declaraciones de bienes y perremeístas que aportaron financiera y
logísticamente ocupan sillones relucientes, planificando acciones
favorables para la Nación, o engrasando sus cerebros para determinar
cómo se las podrán ingeniar para sustraer sus partidas por debajo de
la mesa, no obstante la transparencia y vigilancia oficial que impulsa
el Primer Mandatario.
Dos cercanos colaboradores electorales del anterior presidente de la
Repúblicaaún conservan los trajes blancos que mandaron a confeccionar
para la juramentación. Uno de ellos esperó la emisión de su decreto
en su casa, empinando el codo con una botella de wiski, y el otro
aguardò –sin ningún resultado- que le llamaran al salón de embajadores
del Palacio Nacional.
Aportadores victoriosos/2020 no conseguirán los cargos codiciados, o
se quedarán con las indumentarias juramentativas –y tal vez con las
gafas- durmiendo el sueño eterno en los roperos, y teniendo que
conformarse con verlo como un sacrificio por su candidato
presidencial, y por la Patria, porque sus aspiraciones particulares se
desvanecieron o se ve volatilizaron con acetona en frasco abierto!!
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Oscar López Reyes
Periodista-mercadólogo, escritor y artículista de El Nacional,
Ex Presidente del Colegio Dominicano de Periodistas
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