Opinión
El siglo XXI: El siglo del desarrollo dominicano / Milton Olivo
El país no puede seguir dependiendo de un modelo importador, que beneficia a unos pocos y que obstaculiza el desarrollo del sector productivo nacional, y del sector servicios, básicamente en manos de la inversión extranjera
Por Milton Olivo
La República Dominicana se encuentra ante una oportunidad histórica que no debe desaprovechar: proponerse liderar la conformación de una Confederación de Estados del Caribe, un proyecto de integración regional que abarque dimensiones económicas, políticas, militares y culturales.
En un mundo donde las alianzas regionales definen la capacidad de respuesta ante los retos globales, el Caribe necesita una plataforma común para fortalecer su soberanía colectiva y su poder de negociación internacional.
Para asumir ese rol protagónico, la República Dominicana debe transformarse de forma creciente en un modelo económico y social inspirador para las demás naciones caribeñas. Esto implica un giro profundo en su estructura económica.
El país no puede seguir dependiendo de un modelo importador, que beneficia a unos pocos y que obstaculiza el desarrollo del sector productivo nacional, y del sector servicios, básicamente en manos de la inversión extranjera.
Es urgente avanzar hacia una economía productiva, basada en la industrialización del sector agropecuario y pesquero, la manufactura, y con fuerte impulso o apuesta a sectores postindustriales como la biotecnología, la inteligencia artificial, la energía renovable y la economía del conocimiento.
El siglo XXI debe ser el siglo del desarrollo dominicano. Pero esto sólo será posible si se supera el modelo de concentración de la riqueza, e importaciones, que ha resultado ser el mayor obstáculo al desarrollo sostenible y equitativo. No puede haber nación desarrollada cuando la mayoría de sus ciudadanos quedan marginados del crecimiento.
Además, es fundamental una transformación institucional. El modelo presidencialista y centralizado ha demostrado sus límites. Se necesita un sistema más democrático, descentralizado y federal, donde el poder esté más cerca de las comunidades. Especialmente revitalizando las provincias, con la asignación de sus presupuestos, que elijan sus gobernadores, puedan organizar su gabinete y posean su poder legislativo honorario, conformado por los regidores municipales.
Un buen punto de partida es el sistema judicial, el cual debe ser reformado para incluir el sistema de jurados, que garantizaría una justicia más participativa, independiente y transparente. Solo con un sistema judicial confiable se podrá atraer inversión extranjera creciente, de calidad y convertirla en una turbina del desarrollo nacional.
En ese mismo orden, es imprescindible un Ministerio de Ciencia y Tecnología, que cumpla con su verdadera misión reflejado en su nombre: -que nunca lo ha sido- ser un catalizador del conocimiento, la innovación y el desarrollo de nuevos productos en colaboración con las universidades y el sector privado. La investigación científica y el desarrollo tecnológico son la base del progreso en el mundo contemporáneo.
El futuro del Caribe puede construirse desde Santo Domingo. Pero para ello, la República Dominicana debe continuar convirtiéndose en ejemplo de transformación, prosperidad compartida y liderazgo visionario.
El autor es escritor y analista político.