Opinión

Algunas ideas en torno al tema domínico-haitiano/ Miguel Collado

Son miles (¿o millones?) los haitianos que residen en paz en la República Dominicana, yendo a las escuelas y a las universidades a estudiar y recibiendo asistencia médica en hospitales costeados por los contribuyentes de la patria forjada por los trinitarios en lucha a muerte contra esos mismos haitianos

Por Miguel Collado

In memoriam a los padres de la patria dominicana:

Juan Pablo Duarte,

Francisco del Rosario Sánchez y

Matías Ramón Mella.

LA INGRATITUD Y LA AGRESIVIDAD DE LOS HAITIANOS

Los haitianos son enemigos de ellos mismos y por eso se autodestruyen constantemente —como si intentaran extinguirse como grupo humano del planeta— y son incapaces de tener un Estado organizado que garantice la convivencia humana respetando el más sagrado derecho natural del ser humano: EL DERECHO A LA VIDA. La historia haitiana está ahí; solo hay que estudiar su evolución histórica como pueblo.

Son miles (¿o millones?) los haitianos que residen en paz en la República Dominicana, yendo a las escuelas y a las universidades a estudiar y recibiendo asistencia médica en hospitales costeados por los contribuyentes de la patria forjada por los trinitarios en lucha a muerte contra esos mismos haitianos desde aquel trabucazo la noche de febrero de 1844 en la Puerta de El Conde. O sea, los hemos perdonado y los tratamos con bondad solidaria y aun así nunca muestran gratitud.

Y es que todo parece indicar —digo parece— que la gratitud no es una virtud que forme parte de la escala de valores de los haitianos, cuyo comportamiento agresivo que siempre han exhibido (desde que se independizaron en 1804 del imperio francés) no es producto del estado de colonialismo al que estuvieron sometidos como los demás pueblos de la América Latina. Descarto eso, puesto que los puertorriqueños no son así y siguen siendo colonia ni los cubanos tampoco y fueron los últimos en liberarse del imperio español. Los haitianos se comportan así porque esa es su esencia, su naturaleza humana.

NO SOY ANTIHAITIANO, PERO SÍ NACIONALISTA

Por mi idea anterior, es pertinente hacer la siguiente aclaración: no albergo en mi corazón odio hacia los haitianos ni hacia nadie. Tampoco soy racista porque valoro la condición humana obviando el color de la piel y el origen racial de las personas. Así como he promovido y valorado a los escritores nacidos en la parte oriental de la Isla igualmente lo he hecho con los escritores de la parte occidental. Prueba de ello es que estuve promoviendo al brillante escritor haitiano René Depestre como candidato caribeño idóneo para optar por el Premio Nobel de Literatura, lo cual nunca han hecho sus compatriotas.

Mis reflexiones responden a un sentir nacionalista, no racista; tienen un sentido de alerta ante una situación que podría retornarnos a un pasado histórico que no debemos olvidar los dominicanos: el de la ocupación y dominación haitianas (1822-1844). Es un llamado a tener presente que una nación no solo se invade con guerra, sino también pacífica y gradualmente; también culturalmente. Como ciudadano dominicano he asumido mi deber: dar la voz de alerta ante la preocupante situación que vive la República Dominicana con la

insostenible carga económica que viene representando el problema de descalabro del Estado haitiano.

La presencia masiva de haitianos ilegales (ya las estadísticas se han salido de control), arrastrando sus costumbres y hábitos de vida tan distintos a los nuestros, es un fenómeno social que debería ser visto, también, con honda preocupación. Y no tan solo por el Gobierno de la República Dominicana, sino, además, por cada dominicano, por cada dominicana. Esa es mi idea.

ANTE LA PRESENCIA MASIVA DE LOS HAITIANOS, HAY QUE PREPARARSE PARA LO PEOR

La situación de la República Dominicana frente a Haití ya no debe ser vista con la ingenuidad de la mirada humanística, sino con la mirada del análisis político. Es un drama humano desgarrador el que viven los haitianos. Lo admito. Pero es una situación de hondas raíces histórico-políticas que peligrosamente siempre ha estado ahí, desafiante frente a nosotros, como la espada de Damocles: «Amenaza persistente de un peligro» (DRAE). «Si abrazas a tu enemigo con amor, ese amor te puede costar la vida».

Y es lo que hemos venido haciendo luego de la desaparición del régimen neo trujillista presidido por Joaquín Balaguer (1966-1978): tenderle la mano humanitaria al pueblo haitiano, apoyándolo y socorriéndolo cada vez que la misma naturaleza lanza su furia sobre la parte occidental de la Isla o con un ciclón o con un terremoto. Pero siempre de esos habitantes originarios de África recibimos lo mismo: ingratitud insólita y odio ancestral e inexplicable.

El legendario líder comunista vietnamita Ho Chi Min, aconsejó a su pueblo, en momento de una alta tensión frente al imperio yanqui, del siguiente modo: «Estad preparados siempre para lo peor». Y creo firmemente que los dominicanos, ante la galopante presión socio-política generada por la masiva presencia haitiana en nuestro territorio, deberíamos seguir ese sabio consejo del tío Ho.

EL PUEBLO DOMINICANO NO ES RACISTA

La República Dominicana siempre ha sido un país de puertas abiertas para todos los inmigrantes, incluyendo a los venezolanos, griegos, españoles, italianos, mexicanos, árabes, cubanos, puertorriqueños, argentinos, libaneses, colombianos, panameños, etcétera, etcétera, etcétera. A todos, sin distinción racial, se les ha brindado oportunidades de trabajo, de sobrevivencia, en condiciones de igualdad. Pero muy de manera especial, cargando pesado por ello, les hemos abierto esas puertas a los que con los dominicanos comparten la isla de Santo Domingo: me refiero a los haitianos.

Paradójicamente, todo parece indicar que nada de lo que el pueblo dominicano hace en favor de ellos es suficiente. Peor aún: nos acusan de ser racistas. ¡Inaceptable acusación! ¡Somos nacionalistas y humanitarios! Y todo eso a pesar de que la República Dominicana es un país subdesarrollado, con limitaciones y problemas que demandan solución, pero la República Dominicana es un país de gente solidaria y amante de la libertad, de gente capaz de «comerse hasta el fuego» y luchar con uñas y dientes por mantener la soberanía concebida por el patricio Juan Pablo Duarte, a quien cabe recordar ahora: «Entre los dominicanos y los haitianos no es posible una fusión» (En: José María Serra: «Apuntes para

la historia de los trinitarios, fundadores de la República Dominicana». Santo Domingo, Rep. Dom.: Imprenta de García Hermanos, 1887. Pág. 23).

¡Hay que tener cuidado con avivar el fuego libertario que late dentro del corazón de cada dominicano como volcán dormido a punto de estallar! Se siente su inconformidad en las calles, en los vehículos de transporte público masivo —autobuses, carros de concho, minibuses, en el tren metropolitano— y en los lugares de encuentros populares cotidianos como los colmadones y mercados.

¡Hay una honda preocupación en el pueblo dominicano ante lo que podría ocurrir de continuar la pacifica invasión haitiana! El pueblo dominicano no es racista. ¡No lo es! Pero sí ha demostrado, a través de su historia, ser un pueblo nacionalista, con una honda pasión por la libertad y por ella ha luchado desde los tiempos coloniales: los dominicanos les dimos candela a los haitianos en 1844 (Independencia Nacional), les dimos candela a los españoles en el 1863 (Restauración de la República) y les dimos candela a los yanquis en 1965 (Guerra Patria de Abril).

¡Así es el pueblo dominicano!¡Siempre manteniendo bien en alto la dignidad de un pueblo libre y orgulloso de sus símbolos patrios!

LOS HAITIANOS EN LA REPÚBLICA DOMINICANA

Hacen filas en los bancos comerciales conjuntamente con dominicanos; laboran en oficinas del Estado dominicano y de empresas privadas, ocupando puestos con nivel de clase media, no como cortadores de caña —¡eso ha quedado en el pasado!—; muchos son choferes de vehículos del transporte público, incluso al servicio de compañías de taxis y a veces son los propietarios de esos medios de transporte; comparten las ceremonias religiosas dominicales con los dominicanos en iglesias católicas y de otros credos, pues muchos son evangélicos (o eso aparentan ser); son empacadores en supermercados y dependientes en farmacias y heladerías Bon; algunos son bomberos en estaciones gasolineras y también son parte del personal paramédico en clínicas y hospitales; estudian y comparten aulas y profesores con dominicanos en escuelas públicas, en colegios privados y en universidades; y en los negocios de comida rápida de chinos han desplazado a los dominicanos. En dichos centros de enseñanza algunos son profesores, transmitiendo sus ideas y costumbres a niños y jóvenes dominicanos.

Podríamos decir más, pero lo dejaremos de ese tamaño y solo agregaremos lo siguiente: lo sorprendente es que la mayoría de ellos son ilegales y aun así hasta en sus miradas reflejan su arrogancia y su creencia histórica de que están en su propio dominio. ¡Dios mio! ¿Y así siguen diciendo que en la República Dominicana la migración haitiana objeto de discriminación?

He ahí el desafío, el reto patriótico, que por delante tenemos todos los dominicanos en defensa de la imagen y de la soberanía de la nación forjada, con sangre y sacrificios, por los Padres de la Patria.

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