Dejar en el abandono el único y principal monumento que simboliza el remate de la dictadura trujillista, que oprimió al país por treinta años, es una imperdonable muestra de ingratitud hacia los héroes de esa gesta.
Cubierta de mugre y con sus losas oxidadas, nuestra “estatua de la libertad” , erigida en el mismo lugar en que se consumó el tiranicidio, es ahora un elemento más de un entorno de basuras, como si de nada valiera el sacrificio de un grupo de hombres que se jugó la vida para devolverle la libertad al país.
Este abandono pone de relieve una indiferencia social y un descuido de la autoridad frente al legado del episodio del 30 de mayo de 1961.
Que no se nos diga que es por falta de recursos para remozarlo y validarle su categoría de altar de la democracia, porque son muchos los dineros que se invierten para ampliar o embellecer otros espacios públicos.
Por la dimensión histórica que representa este símbolo monumental, lo menos que podría reclamarse es que se rehabilite la plaza y se instale una guardia permanente para rendir honor y cuidar su solemnidad.
Algo debemos de hacer para resarcir esta penosa indiferencia frente a la más audaz y comprometedora gesta que puso fin a la dictadura de Rafael L. Trujillo.
Los dominicanos de las últimas generaciones, que no conocieron los horrores de esa era, deben adquirir consciencia de la importancia de vivir en democracia y libertad, donde los derechos ciudadanos sean garantizados y respetados.
Este país tiene una deuda imperecedera con los héroes del 30 de mayo, la mayoría de ellos capturados y asesinados por los remanentes de la dictadura trujillista, por lo que su memoria debe ser perenne y sus símbolos colocados a la par de la grandeza de su patriotismo y su amor por la libertad.
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