Opinión
DANZA OBRERA SOBRE MAIZ / Américo Valenzuela G.
Desde cierta distancia distinguí la Factoría que me habían indicado, conducía una Toyota, y fui acercándome a dicha instalación, y ya bastante próximo vi a un haitiano danzar sobre un determinado volumen de maíz disperso
Por Américo Valenzuela G.
Desde cierta distancia distinguí la Factoría que me habían indicado, conducía una Toyota, y fui acercándome a dicha instalación, y ya bastante próximo vi a un haitiano danzar sobre un determinado volumen de maíz disperso, lo habían desparramado así expresamente, colocado para secarlo, estaba regado sobre toda el área de terraza, y ante la inclemencia del sol y del viento. Los pocos espacios del hormigón de la terraza se delataban como trozos de espejo reflejando los rayos del sol, ésta había sido construida de pulido brillante, el trabajador removía los granos caminando sobre ellos, empujándolos con sus pies, era tan hábil y tan diestro su andar sobre el maíz que aparentaba flotar sobre ellos como queriendo no ejercerles peso, las botas de goma negra iban dejando espacios como surcos, libres de granos. Yo observé la dulzura con que este hombre se movía sobre el maíz, iba y volvía recorriendo el área, cantaba, entonaba una melodía en creole, y se llevaba un cigarro pachuché hasta los labios.
No entendí la indiferencia, ni el por qué ante nuestra presencia este jornalero ni siquiera por curiosidad había detenido su accionar, y tomé una determinación, bajé del vehículo y caminé sobre el maíz, y me le acerqué, y caminando al mismo ritmo que él pregunté por el Dueño de la Factoría. Muy próximo a él estaba sentado su acompañante, otro nacional haitiano, éste era un jovencito que en ese instante se encontraba en cuclillas bajo la sombra del almacén de hojas de zinc. Inclementes los rayos del sol a esa hora, pero el hombre junto al cual yo caminaba no lo percibía, él continuaba pateando el maíz con melódico y rítmico swing, danzaba dulcemente sus piernas, se movía hacia un lado y hacia el otro, jugaba con el maíz, iba y volvía, y mientras laboraba cantaba de manera alegre, entusiasta. Había un gozo sobresaliente en su alma. El amigo levantó su mano, y señaló con el dedo hacia una casucha. Entonces vi a un hombre sentado dentro de una Cocina de techo cubierto con hojas de canas.
Buenas tardes, Don. Mire, yo vengo desde Vallejuelo, pasé por San Juan (que nostálgico momento al pasar exactamente al frente de la antigua Manicera), Pedro Corto, y Las Matas de Farfán buscando despulpar y vender esa carga de maní que traigo sobre la Camioneta.
Y es mucho?, preguntó. Se levantó de la silla, ojeó mi carga sin moverse del lugar, y se dejó caer de nuevo. Luego dijo: Bueno tiene que esperarse, ni siquiera el Dueño está aquí, es mi hora de almuerzo. Debes esperar a que yo digiera mi comida y a que regrese Don Antonio. Asi que entendí la situación, no tenía otra opción, ya había caminado mucho, y no estaba dispuesto a regresar con la misma carga, me alejé, me metí a esperar dentro de mi guagua. Lo vi dormir. Pasaron casi dos horas. Y cuando le dio ganas, se incorporó, se dirigió hacia un cuartullo, sacó la máquina, una y otra vez tiró de una cuerda enrollada para encender su motor, hasta que al fin tuvo éxito, y procedimos a despulpar y limpiar los granos. Cinco sacos de hilo llenos de maní en cascaras dieron un solo saco de hilo lleno de maní sin cascaras. Ese volumen fue el total de la cosecha.
El haitiano no había parado de caminar y de patear el maíz. Más de tres horas sin un solo minuto de descanso. Ida y vuelta. Una y otra vez. Y Cantando. Alegre con su trabajo. Feliz de la vida. Yo
escuchaba cuando su acompañante le hablaba dirigiéndole la palabra desde la sombra del interior del Almacén. Y cuando éste respondía. Y por el tono de voz supuse que era el Padre. Nadie nunca dijo que los haitianos eran cariñosos. Nunca. Y lo son. Su voz de respuestas a las palabras del joven eran tan sentidas que puedo asegurar que acariciaban sus oídos.
Casi a las 5 de la tarde llegó el Dueño de la Factoría. La gente de San Juan acostumbra cerrar el Negocio a eso del mediodía. Almuerza en su casa. Hace la siesta. Y Regresa. No me parece que el Comercio llevado de esta manera pueda progresar. Entonces me aclaró el precio del quintal de maní. Me descontó el costo del uso de su Máquina. Y me pagó RD$5 mil 200. Casi 5 meses de actividad agrícola, adquisición de granos, arado de terreno, pago por la siembra, pago por reguio, fumigaciones, abono, y dos cosechas : arrancar las plantas y dejarlas tiradas secando, y dentro de otras dos semanas, regresar con Obreros a recogerlas y separarlas de la raíz. Más los gastos en combustible por el viaje Vallejuelo-San Juan-Pedro Corto-Las Matas, y Elias Piña. RD$5 mil 200. Es este tipo de resultados que nos ha puesto como estamos ante el trabajo agricola?
Persiste el motivo que obligó a los colonizadores europeos a importar esclavos de distintas razas y tribus del África para sustituir a los trabajadores nativos que resultaron más resistentes. Recién hubo protesta de Hacendados por la ausencia forzada de mano de obra haitiana en sus predios. Son preferidos no solo por el bajo costo de la jornada. Subyace lo otro. Y no se trata de debilidad muscular ni de menor resistencia física. Es holgazanería. Los nuestros hacen vida en el colmadón, y esperan hasta remezas. Talvez aquel quien alegre danzaba sobre el maíz ni siquiera había almorzado, y a la hora de dormir, lo hacía sobre el suelo, mientras el nuestro, con la panza repleta, disfrutaba su prolongada siesta.
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