Arte, Ciencia y Literatura

Los “enanos de Auschwitz”: la familia Ovitz, vivió y sobrevivió a las perversidades nazi

Los siete pequeños artistas de vodevil debieron sufrir una dolorosa extracción de sangre diaria, que los dejaba completamente extenuados y débiles el resto de la jornada

La noche del 19 de mayo de 1944, un tren proveniente de Hungría ingresóal campo de concentración de Auschwitz, uno de los infernales sitios donde los nazis llevaron adelante el exterminio de millones de judíos, un genocidio que los alemanes del Tercer Reich llamaron entonces la “Solución Final” y que el mundo conoció luego como el Holocausto.

Entre los 3500 pasajeros, en su mayoría judíos húngaros, que viajaron de pie, hacinados y sin luz en ese traslado hacia su condena, había un grupo particular: los Ovitz. Se trataba de una familia de artistas de variedades cuyos integrantes eran, en su mayoría, enanos.

Apuntados por las armas de los soldados nazis, entre ladridos de perros guardianes y la luz de los reflectores que los cegaban, los prisioneros debilitados por el viaje bajaron de los vagones en los andenes de Auschwitz. La mayoría de ellos no llegaría a ver la luz del nuevo día. Serían fusilados al descender del transporte, y luego cremados.

Pero los Ovitz corrieron otra suerte. Cuando uno de los guardias los vio bajar de la formación, se asombró por su fisonomía y su pequeña estatura y los contó. Eran siete. Entonces, dio la orden de que mantuvieran al grupo a salvo y fue corriendo a despertar a uno de sus superiores, el tristemente célebre médico nazi Josep Mengele.

  Eran muy queridos, admirados y respetados en Rozavlea, el pueblo del norte de Transilvania donde vivían       antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial

El llamado “Ángel de la muerte” era un médico habituado a hacer experimentos con los prisioneros en el campo de concentración. En este sentido, el nefasto doctor se veía atraído por los gemelos, y por todos aquellos que divergían del discutible concepto de “normalidad”. Jorobados, obesos, mujeres corpulentas, intersexuales, personas con gigantismo y, por supuesto, enanos. Todos eran buenos cobayos para sus aberrantes prácticas médicas, que muchas veces finalizaban en la muerte.

Cuando, minutos más tarde, Mengele estuvo frente a la familia Ovitz, observó a los miembros más bajos con detenimiento, sonrió y dijo en voz alta: “Con estos, tengo trabajo para 20 años más”.

Las vías del tren que conducen al acceso de Auschwitz. La familia Ovitz ingresó al campo de concentración en                                                                     el mes de mayo de 1944

Todos los integrantes de la familia Ovitz sobrevivirían a Auschwitz. Muchísimos años más tarde, Perla (Piroska era su nombre original), la menor de las hermanas, recordaba esa lejana llegada al campo de concentración de mayo del 44 y reflexionaba frente a las cámaras de un documental televisivo: “Si hubiéramos tenido un tamaño normal, hubiéramos sido asesinados y quemados esa misma noche”.

La Troupe Lilliput

La familia Ovitz era de origen húngaro y habitaba la ciudad de Rozavlea, una localidad del norte de Transilvania, que corresponde a Rumania. El patriarca del clan era un rabino de nombre Shimshon Eizik, que tenía enanismo, específicamente un trastorno de carácter genético que afecta el crecimiento de los huesos llamado pseudoacondroplasia.

Shimshom, que además de rabino era badchen, algo así como un animador de fiestas, se casó dos veces con mujeres de talla corriente. Con la primera de ellas, Brana Frutcher, tuvo dos hijas enanas: Rozika, y Francika. Tras la muerte de su primera esposa, el rabino volvió a desposarse y tuvo, con Bertha Husz, otros ocho hijos. Cinco de ellos, con enanismo, -Avram, Freida, Micki, Elizabeth y Perla- y tres sin esa alteración del crecimiento -Sarah, Leah y Arie.

En el año 1923, el rabino falleció tras intoxicarse en una comida y Berta decidió que sus hijos de escasa estatura -las medidas de estos herederos de Shimshon rondaban el metro veinte- no serían del todo aptos para las duras tareas del trabajo de la tierra. Entonces, los volcó hacia el mundo del arte escénico. Envió a los siete a una escuela de música de la ciudad de Sighet, y, a su regreso, armó con ellos el grupo de variedades Lilliput Troupe, que se convertiría en un exitoso conjunto artístico de música, actuación y comedia. Mientras los enanos actuaban, los miembros altos de la familia trabajaban detrás de escena, como tramoyistas, iluminadores o vestuaristas.

En la década del 30, la troupe artística recorría todo el centro de Europa con sus vodeviles musicales, que además realizaban en varios idiomas, según el lugar donde montaran su escenario: yiddish, alemán, rumano, húngaro y ruso. Su fama alcanzó tal nivel que llegaron a presentarse frente al rey Carol II de Rumania.

En los momentos en los que no estaban de gira, los Ovitz habitaban una casona de Rozavlea, ciudad donde eran queridos y respetados. Además, llevaban un buen pasar. La biografía de esta familia señala que sus integrantes fueron, en 1934, los primeros en tener un auto en esa localidad de Transilvania y que también fueron pioneros en el hecho de instalar una bañera en su vivienda.

Pero la vida color de rosa de estos particulares artistas daría un giro trágico con la Segunda Guerra Mundial y el avance del nazismo por Europa. En 1940, cuando Hungría, aliada en ese momento de Alemania, tomó la zona del norte de Rumania, los Ovitz pudieron escapar de las leyes raciales impuestas por los húngaros -no deportaban a los judíos, pero les quitaban derechos como ciudadanos y los obligaban a realizar trabajos forzados- al presentar documentación donde no constaba su religión, de acuerdo con lo que consigna la página oficial del Museo del Holocausto.

Deportados a Auschwitz

Pero en la primavera boreal de 1944, los alemanes ocuparon Hungría y, cuando llegaron a Rozavlea, la Troupe Lilliput completa fue apresada y enviada el ghetto de Dragomiresti. Poco más tarde, todos ellos fueron deportados a Auschwitz. “¿A dónde nos llevan?”, preguntó desesperada Perla, la menor de los Ovitz de tamaño pequeño, a un soldado alemán que los obligaba a subir al tren. “A un lugar del que ninguno volverá”, le contestó el militar nazi. Afortunadamente, se equivocaba.

En total eran 12 los integrantes de la familia que ingresó al infausto campo de exterminio aquella noche de mayo de 1944. Las edades oscilaban entre los 18 meses y los 58 años. Pero hubo más personas que se sumaron como familiares al peculiar conjunto.

Ocurrió que cuando algunos pasajeros del tren de Auschwitz vieron que los pequeños artistas contaban con cierta ventaja a los ojos de los nazis, comenzaron a gritar que ellos también eran parientes. Así, con la aquiescencia de los Ovitz, que inventaron parentescos donde no existían, el grupo pasó a tener un total de 22 integrantes.

Pero la misma noche del arribo al campo, a la familia -con sus nuevos miembros- le faltaba pasar por una macabra prueba más. Es que, a pesar de la “bienvenida” de Mengele, los pequeños y su grupo vivirían un incidente que los puso al borde de la muerte.

El Bloque 10, de Auschwitz donde se hacían experimentos científicos con prisioneros

En el libro Gigantes: los siete enanos de Auschwitz, de los escritores e historiadores israelíes Yehuda Koren y Eliat Negev, cuyo extracto publicó el medio británico The Guardian, la propia Perla narró que, en un momento de confusión luego del descenso de los pasajeros, en esa misma noche convulsionada, los soldados nazis llevaron a la familia a una cámara de gas para acabar con ellos.

En la antesala del lugar, los obligaron a desnudarse. Luego se abrió una pesada puerta y fueron empujados al interior, junto con otros prisioneros, en su mayoría ancianos y enfermos. “De repente, sentimos olor a gas y jadeamos pesadamente -relató Perla-, algunos de nosotros nos desmayamos en el suelo. Pasaron los minutos, o tal vez solo segundos, y escuchamos una voz enojada desde afuera, que decía: ‘¿Dónde está mi familia enana?’ Era el doctor Mengele, que ordenó que nos sacarán de allí”.

“Nos tiraron agua fría para reanimarnos”, agregó Perla, que aseguró más tarde que, aquella vez, había sido salvada de la muerte “por la gracia del diablo”. Hacía referencia, claro está, a la figura de Mengele.

Según los historiadores que escribieron el citado libro sobre los Ovitz, y por los análisis que realizaron del funcionamiento de la cámara de gas, en realidad los integrantes de la familia no habían sido llevados a la muerte, sino a una cuarto de desinfección. Sin embargo, cuatro de los integrantes de la troupe aseguraron una y otra vez que los hechos habían sucedido tal como los relató Perla.

Fuente de experimentos para Mengele

Luego de este episodio que ellos recuerdan como casi fatal, los integrantes de la familia fueron llevados a una barraca especial, separada del resto de los prisioneros del campo de concentración. No fueron rapados ni ataviados con los uniformes a rayas del lugar. Recibieron raciones de comida un poco -solo un poco- mejores que las del resto de los cautivos. Pero, a cambio de esos tratos especiales, los de talla baja de la familia debieron someterse a los cruentos experimentos del médico nazi que se había obsesionado con ellos.

Joseph Mengele, el Ángel de la Muerte, separó alos Ovitz del resto d elos prisioneros del campo de                                          concentración para hacer con ellos todo tipo de crueles experimentos

sí, los siete pequeños artistas de vodevil debieron sufrir una dolorosa extracción de sangre diaria, que los dejaba completamente extenuados y débiles el resto de la jornada. Mengele, y los médicos que lo acompañaban estaban convencidos de que en el plasma sanguíneo se encontraban todos los rasgos genéticos de sus objetos de estudio.

Además, padecieron todo tipo de intervenciones invasivas. Siempre con la excusa de la experimentación científica, los enanos fueron punzados para la toma de médula ósea. También pasaron por la extracción brutal de dientes sanos y frecuentemente les arrancaban el pelo y las pestañas. Las mujeres de la Troupe Lilliput, además, fueron sometidas a humillantes revisiones ginecológicas.

La familia Ovitz completa en Bélgica, en el año 1949, antes de partir a Israel

“Nos ponían agua helada en los oídos, y después nos echaban agua hirviendo. Era algo con lo que pensamos que nos íbamos a volver locos. Incluso a morir”, contaba Perla en un testimonio incluido en el documental sobre la historia de los Ovitz realizado por el Canal Smithsoniano en 2013.

A pesar de las torturas, los Ovitz se mantenían vivos, algo que podía considerarse una bendición en Auschwitz, donde la maquinaria del horror nazi exterminó alrededor de 1,1 millones de personas. Ellos mismos vieron las consecuencias mortales de los experimentos con otros prisioneros. Imágenes que no olvidarían por el resto de sus días.

Liberación de Auschwitz y regreso a la actuación

El 27 de enero de 1945, las tropas del ejército ruso liberaron Auschwitz. Mengele había sido transferido a otro campo de concentración 10 días antes de este suceso. Y la Troupe Lilliput había sobrevivido a ese infierno. De esta manera, la familia que ya tenía el récord de contar con la mayor cantidad de miembros con enanismo, se transformó también en la familia más grande en ingresar a Auschwitz y sobrevivir completa.

Luego de una breve estadía en un campo de refugiados ruso, regresaron a Rozavlea. De allí emigraron a Bélgica y, en mayo de 1949 partieron rumbo a Israel. Poco tiempo después, instalada en Haifa, la familia Ovitz volvió a ofrecer su arte en los escenarios. Tal como ocurría antes de la tragedia bélica, Perla tocaba el ukelele, Freida, el címbalo, Rozika y Franzika, el violín, Micki, el violonchelo y el acordeón, Elizabeth, la batería y Avram era quien escribía los guiones y llevaba los números del grupo.

En 1955, la famosa troupe Lilliput anunciaba su retiro. La mayoría de ellos fueron longevos y vivieron tranquilos tras su salida del espectáculo. La última en partir de este mundo fue Perla, la menor, que murió en 2001, a la edad de 80 años.

                                   Perla Ovitz brindó su testimonio sobre la experiencia de la familia

En una de sus últimas entrevistas, difundida en el citado documental del canal Smithsoniano, Perla aseguraba que “no odiaba” a Mengele. “Debería hacerlo -decía-, pero nos dejó vivir”. Sobre el final de la nota la anciana confesaba cómo era despertarse cada día luego del horror de Auschwitz: “Los labios sonríen, pero el corazón llora”, expresaba entonces, con los ojos llenos de lágrimas.

La Nación

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