Opinión
El milagro dominicano / Bernardo Vega
Muchos pensaban que el PLD no se dejaría quitar el poder después de tantos años, aun cuando perdiese unas elecciones como había ocurrido ya cuando Balaguer en 1978 y 1994
Por Bernardo Vega
Hablar del “milagro dominicano” durante el peor momento de una cruel pandemia que está llegando ya a los mil muertos luce una ironía, sino una inhumana burla. Pero todo es cuestión de perspectivas y contrastes.
Nunca antes en los últimos cien años de nuestra historia hemos tenido un traspaso de gobierno tan suave y civilizado, a pesar de que hace apenas cinco meses lo mejor de nuestra juventud, en la Plaza de la Bandera, pedía la renuncia de los integrantes de nuestra sufrida Junta Central Electoral, sin darse cuenta, en su inocencia, que los reemplazantes hubieran sido gente afín al gobierno del PLD. Al llegar la pandemia muchos sugirieron posponer las elecciones, pues pensaban que sería imposible llevarlas a cabo a pesar del peligro de la perpetuidad en el poder del gobierno de Medina.
¿Unas elecciones libres en el peor momento económico de nuestro historia desde el crack de 1929? ¿A quién se le habría ocurrido? Muchos pensaban que el PLD no se dejaría quitar el poder después de tantos años, aun cuando perdiese unas elecciones como había ocurrido ya cuando Balaguer en 1978 y 1994. Insisto en que es cuestión de perspectivas y contrastes porque precisamente estoy aprovechando el enclaustramiento obligatorio para escribir sobre la crisis electoral de 1994, trabajo que comencé durante mi tiempo como académico invitado de la Universidad de Columbia. ¡Mucho hemos progresado políticamente durante estos últimos 26 años! ¡Qué contraste!
Para evitar que ganara el candidato presidencial del PRD, José Francisco Peña Gómez, un Joaquín Balaguer que buscaba la reelección, además de satanizarlo con el tema haitiano, logró que se modificase ilegalmente el padrón electoral que había sido ya entregado al PRD, por otro que llegó a las mesas donde se habían sacado por lo menos 28,000 adeptos al “jacho prendío”, sustituyéndolos con nombres falsos. Como Balaguer sacó 22,000 votos más que Peña Gómez, hubiese ganado el segundo de no haber sido por la trampa.
Esas elecciones coincidieron con el esfuerzo del presidente Clinton de reinstalar en el poder a un Aristide quien había sido derrocado por los militares haitianos y para eso Estados Unidos y Naciones Unidas establecieron un embargo a la mayoría de las exportaciones a Haití, incluyendo gasolina, embargo que Balaguer permitía que se violase a través de nuestra frontera. El dilema de Clinton era cómo presionar a Balaguer para que cooperara con el embargo (hoy le llamaríamos cuarentena) al tiempo que también se le presionaba para que se corrigiese lo de las elecciones fraudulentas. Muchos plantearon que los americanos le ofrecieron a Balaguer un “quid pro quo”, el embargo a cambio de hacerse de la vista gorda en el asunto de las elecciones. José Rafael Abinader, por ejemplo, padre del presidente electo y miembro del PRD, escribió un artículo con el título “Quid pro quo”.
Se le presentaron a Balaguer varias opciones, entre ellas elecciones libres, totales o parciales, o el establecimiento de un gobierno provisional, “el dardo de los pardos” de Michael Skol. Pero como bien dijo en ese entonces Leonel Fernández: “Balaguer tiene sus propios medios, sus propios trucos, entiende la necesidad de negociar el asunto haitiano para que lo dejen solo con el asunto electoral. Puede ganarle a Clinton, puede ganarle a cualquiera, puede llegar a un acuerdo con él, pero siempre se burla de todos”. Peña Gómez ese mismo día dijo: “Soy un hombre humilde, del color de la noche, y es por eso que creen que me pueden pasar por encima, pero no estoy solo”.
La solución fue que Balaguer se quedase en el poder pero solo por dos años, se prohibiría la reelección, se establecería una segunda vuelta si no se lograba el 50% de los votos y se elegiría una nueva Junta Central Electoral. Fernández defendió ese “Pacto por la democracia” pues evitaba “una injerencia mayor de Estados Unidos por ser una fórmula dominicana y evita mecanismos internacionales”. El propio Fernández se beneficiaría de ese acuerdo al llegar Peña Gómez solamente al 46% en 1996, ganando Fernández por estrecho margen en segunda vuelta. Peña Gómez declaró al negociar el pacto: “Está por culminar uno de los procesos de reconciliación más emocionantes de la historia del país”.
Cuarenta y seis días después de haber firmado el pacto era diagnosticado con cáncer y veinte días después las tropas americanas colocarían a Aristide de nuevo en el poder.
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