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Algunas ideas teórico-literarias/ Miguel Collado

Desde nuestra óptica de bibliógrafo, consideramos que todo trabajo antologizador debe estar fundamentado en una investigación bibliográfica, o sea, en un levantamiento informativo previo sobre las publicaciones y sobre los autores enmarcados dentro del momento histórico o generación literaria objeto de estudio del antólogo

Por Miguel Collado

Importancia didáctica de las antologías literarias

Conforme a la sabia opinión de Jorge Luis Borges “Nadie puede compilar una antología que sea mucho más que un museo de sus simpatías y diferencias”. Y es que todo el que selecciona, como el que lee, tiene, anticipadamente, y así sea en forma inconsciente, su propia concepción sobre el acto creador y a partir de ella incluye y excluye. He aquí una posible razón por la que, inevitablemente, y contra su voluntad, cada antólogo —o antologista— hace su propia y particular antología, aunque la honestidad y el rigor caractericen —como debiera ser siempre— su empresa antologizadora.

Desde nuestra óptica de bibliógrafo, consideramos que todo trabajo antologizador debe estar fundamentado en una investigación bibliográfica, o sea, en un levantamiento informativo previo sobre las publicaciones y sobre los autores enmarcados dentro del momento histórico o generación literaria objeto de estudio del antólogo.

Esa investigación, conducida a partir de definidos y claros criterios metodológicos, facilita la labor crítica del antólogo, haciéndola más objetiva, pero, sobre todo, más justa en cuanto a que lo ayuda a orientar mejor la compleja tarea seleccionadora. Como bien señala el escritor cubano Senel Paz, “toda antología implica un proceso de investigación y estudio”. Lógicamente —pensamos nosotros—, siempre y cuando se asuma con seriedad y rigor metodológico tan importante trabajo para la divulgación de cualquier literatura.

Ahora bien, diversos son los pretextos y motivos que suelen dar origen a una antología literaria. A manera de ejemplo, ilustramos algunos de ellos:

1) cuando se desea destacar la literatura de un país en sus diversos géneros literarios: Lecturas dominicanas, de Carlos Fernández Rocha y Danilo de los Santos; y Antología de la literatura dominicana, de José Alcántara Almánzar;

2) cuando el objetivo es dar a conocer la poesía de una comunidad específica de ese país (provincia o ciudad): Antología de poetas mocanos, de Julio Jaime Julia; Antología de poetas petromacorisanos, de Víctor Villegas; y Voces desatadas: antología del cuento sanjuanero, de José Enrique Méndez y Sobieski de León;

3) cuando el interés se concentra en una promoción o generación literaria: Antología informal: la joven poesía dominicana, de Pedro Conde; y La Generación del 48 en la literatura dominicana, de Lupo Hernández Rueda;

4) cuando el fin es resaltar la producción literaria de los autores de un sexo determinado: Sin otro profeta que su canto: antología de poesía escrita por dominicanas, de Cocco De Filippis;

5) cuando se busca destacar un tema específico, como el de la literatura de la diáspora: Poemas del exilio y de otras inquietudes: una selección bilingüe de la poesía escrita por dominicanos en los Estados Unidos, de Daisy Cocco De Filippis y Emma Jane Robinett; y Voces del exilio: poetas dominicanos en la ciudad de Nueva York, de Franklin Gutiérrez

6) cuando se desea dar a conocer los textos ganadores en un certamen literario: Cuentos premiados 1986, de Casa de Teatro;

7) cuando se desea resaltar lo mejor de la producción poética de un autor determinado: Antología poética de Domingo Moreno Jimenes, de Manuel Mora Serrano;

8) cuando el objetivo es promover un género literario de la literatura de una región: Cuentistas del sur de la Isla, de Edgar Valenzuela;

9) el caso de la antología personal editada por el propio autor: Poesía. Antología personal, 1972- 1995, de Tony Raful; o

10) cuando se trata de los integrantes de un grupo literario o taller literario: Una palabra para cruzar el puente: antología poética de La Antorchade Alexis Gómez Rosa.

 Desde 1874, cuando fue editada la primera antología literaria dominicana —Lira de Quisqueya: poesías dominicanas escogidas, de José Castellanos—, el río de las antologías literarias (poéticas, narrativas, generales, etc.) no ha dejado de correr. Basta con ver nuestra separata Una bibliografía cronología de las antologías literarias dominicanas (1874-1996), editado en New York en 1996, y que sirvió de catálogo a la exposición bibliográfica de gran parte de esas antologías que realizáramos en The City University of New York (CUNY), en ese mismo año, contando con el copatrocinio del Centro Dominicano de Investigaciones Bibliográficas, Inc. (CEDIBIL) y del Instituto de Estudios Dominicanos, adscrito a dicho centro académico newyorquino. Presentamos allí 112 antologías literarias dominicanas publicadas en el período 1874-1995.

A ese fenómeno de la abundancia de antologías en la literatura dominicana hay que agregarle el interés desmedido —casi frenético— de la mayoría de los escritores dominicanos por ser incluidos en ellas. Ese interés muchas veces traspasa los límites de la objetividad que debe caracterizar todo trabajo antológico y convierte en puro exhibicionismo ele ego y complacencia las antologías, primando el criterio de selección de autores sobre el criterio de selección de textos atendiendo a parámetros de calidad literaria. Todo esto mueve a ref1exión en torno al oficio de antólogo.

Finalmente, cabe señalar que, desde la perspectiva de la divulgación literaria, las antologías tienen una importancia capital para la introducción de los lectores y estudiosos en el mundo literario de los autores antologados. A la vez, son valiosos materiales didácticos para la enseñanza de las letras tanto en las escuelas y colegios como en los centros de enseñanza superior en el campo de las humanidades. Y aunque las antologías literarias no constituyen un género literario en sí, su utilidad en la divulgación de las creaciones literarias que se inscriben dentro de los diversos géneros literarios tradicionales nos obliga a reconocer su indudable importancia, pero nunca sin olvidar esta sentencia del más universal de los escritores argentinos (Borges): “[Solo] el tiempo acaba por editar antologías memorables. Lo que un hombre no puede hacer, las generaciones lo hacen”.

Diferencia entre antología y compilación

Existen dos trabajos de investigación bibliográfico-editorial que tienden a confundirse: las antologías y las compilaciones. Las primeras deben responder a criterios de selección a partir de una valoración estética; las segundas, por lo regular responden a una valoración histórica. Y quizá esto que decimos encuentre sustentación lógica en lo planteado por el humanista mexicano en 1930 en su breve ensayo “Teoría de la antología”: “las hay en que domina el gusto personal del coleccionista, y las hay en que domina el criterio histórico, objetivo”.

Una antología es el resultado de una escogencia, es decir, de una selección; mientras que la compilación es el resultado de reunir o recoger todo lo relativo a un tema o cuestión, sin discriminar. El antólogo trabaja en función de una muestra representativa, de lo mejor del conjunto; mientras que el compilador lo hace en función del universo, del todo.

En otras palabras, el alcance entre una y otra es lo que marca la gran diferencia entre antología y compilación. Y ese alcance lo determina el nivel de exigencia en términos de calidad literaria, de los textos o materiales de lectura reunidos en un volumen.

La antología tiene una importancia crítico-literaria, la compilación tiene una importancia histórico-documental y, por ello, ésta puede ser de gran utilidad a la hora de hacer una antología. Otro juicio crítico de gran valor sobre las antologías vertido por Reyes en su texto citado —publicado en La Prensa (Buenos Aires) el 23 de febrero de 1938—, es el siguiente: “las antologías recopilan piezas más pequeñas, son más manejables, permiten mayor unidad en menor volumen, y dejan sentir y abarcar mejor el carácter general de una tradición”.

Todavía: la compilación equivale a un archivo maestro de la historia literaria de una comunidad, de una región o del país. Reúne textos dispersos en cualquiera de los literarios tradicionales para su preservación y posterior estudio crítico.

Historia vs. literatura

La Historia no es, ni por asomo, asunto de ficción, de cosa imaginada o a suponer. ¡Nada de eso! La Historia —ya está establecido desde mucho antes de yo nacer— es una disciplina científica perteneciente al campo delas Ciencias Sociales. Estudia lo acontecido, los hechos que se han dado en la sociedad en un momento determinado y que pasan a ser parte del pasado, un pasado que habrá de ser estudiado por el historiador. Hasta aquí, la Historia.

Y de la Literatura, ¿qué? Contrario a lo que se da con la Historia, la Literatura se nutre del imaginario del literato, es producto del acto creador en el que los hechos emergen de la imaginación del literato (poeta, narrador o dramaturgo), quien construye y destruye mundos, pudiendo reflejar, en ese proceso creador, sus ansias, sus deseos, sus sueños, sus frustraciones y sus locuras. Es distinto al historiador, quien deberá escribir a partir de los hechos ya ocurridos y que solo tiene la libertad de interpretarlos a partir del análisis científico, no subjetivo.

En otras palabras, la historia es realidad acontecida; la literatura, realidad imaginada, ficción. Y es por todo eso —y he aquí la justificación de esta reflexión— que en una historia literaria la Historia solo ha de contar para referenciar o explicar hechos que pudieron haber influido en la creación literaria de los poetas, de los narradores o de los dramaturgos, por ejemplo.

En conclusión, la Historia es tiempo pasado; la Literatura carece de tiempo porque posee el privilegio de estar en la plena libertad de inventar el tiempo con el poder que le brinda la imaginación.

Relato vs. cuento

En el relato el narrador es como quien espía y conoce todo lo relativo a la vida de los personajes: entra en su mundo, en sus interioridades más profundas, incluso en sus sueños y en sus pensamientos. Es decir, los personajes carecen de vida propia, son títeres sostenidos por una cuerda que el autor-titiritero tira a su antojo. Y hay una ausencia de diálogo entre ellos. De ahí que haya tantos narradores dominicanos que prefieren escribir relatos y no cuentos: le temen a las exigencias de la construcción del diálogo, recurso literario dominado por los grandes maestros del género.

En el cuento el narrador es como el director de cine que está sentado detrás de la cámara, como ausente, viendo cómo sus personajes se mueven con libertad, en su propio mundo: el diálogo entre ellos es un elemento importante, como en el drama.

En el relato los personajes son mudos, carecen de voz, mientras que en el cuento los personajes tienen voz propia, dialogan y se expresan al margen de su creador. Ambos son subgéneros narrativos de corto aliento que agrupamos, junto a la estampa y a la tradición, en la NARRATIVA BREVE, a la que nos referimos en varios capítulos de nuestra obra Apuntes bibliográficos sobre la literatura dominicana (1993): “Sobre la historia de los géneros cuento y relato en nuestra literatura, José Alcántara Almánzar, en su Antología de la literatura dominicana, señala que los primeros intentos en este campo comenzaron en los años posteriores a la proclamación de la independencia”. En nuestra obra citada planteamos que el pionero es Alejandro Angulo Guridi, autor del relato titulado “El garito”, publicado en 1854 en el periódico El Orden y que rescatamos en octubre de 1989: “Podríamos considerar al autor de la novela Cecilia como el iniciador no tan solo de la novela dominicana, sin, también, como el iniciador de nuestra narrativa breve”.

Algunos de los más importantes cuentistas de la literatura universal han planteado sus puntos de vista sobre el oficio narratológico en lo tocante al cuento específico: los argentinos Jorge Luis Borges y Julio Cortázar, el uruguayo Horacio Quiroga, el estadounidense Edgar Alan Poe y el dominicano Juan Bosch, por ejemplo. Con Bosch, uno de los maestros de la narrativa breve latinoamericana, concluimos:

“¿Qué es un cuento? La respuesta ha resultado tan difícil que a menudo ha sido soslayada incluso por críticos excelentes, pero puede afirmarse que un cuento es el relato de un hecho que tiene indudable importancia. La importancia del hecho es desde luego relativa, mas debe ser indudable, convincente para la generalidad de los lectores. Si el suceso que forma el meollo del cuento carece de importancia, lo que se escribe puede ser un cuadro, una escena, una estampa, pero no es un cuento”.

¿Qué es un poema? 

Un poema trasciende lo literario; no es posible expresar de otro modo lo que en él se dice.

El poema deja huellas a veces imposible de descifrar: es un laberinto envolvente interminable, un espejismo: vemos en él lo que no existe y lo que en él subsiste nunca podemos saberlo.

¿Cómo explicar lo inasible, lo invisible, lo que sólo es posible presentir a través de las palabras? Un poema puede ser una vida latiendo y muriendo o una muerte que resucita y retorna al mundo de los sufrientes.

Escribimos un poema y anhelamos llegar al fondo, a la raíz de todo; aspiramos a decirlo todo, aunque quede ese vacío enorme en el alma al comprender nuestro fracaso, porque la vida desborda las posibilidades del poema.

¿Acaso es el poema quien nos escribe a nosotros y no nosotros a él?

El aforismo

Así como en la poesía y en la narrativa —dos de los géneros literarios mayores— existen subgéneros literarios (cuento, relato, apólogo, décima, canción, elegía), también en el ensayo se da lo mismo: el AFORISMO, por ejemplo, es un subgénero del ensayo, que es otro de los géneros literarios tradicionales y quizá el de mayor prestancia académica.

El AFORISMO, como un subgénero del ensayo, se caracteriza, mayormente, por su brevedad (no tener más de 30 palabras es lo aconsejable) y es similar a un disparo que deberá dar en el blanco, o sea, debe ser certero.

Ahora bien, la clave del aforismo o de la frase reflexiva está en decir las cosas de un modo distinto a pesar de que la misma encierre verdades ya dichas. Es decir, que nos dé la agradable impresión de que la opinión vertida es nueva, que encante por su forma e impacte por su contenido…o a la inversa. En este aspecto está emparentado con la poesía.

El aforismo regularmente es un pantallazo reflexivo, dicho en una sola oración y sin detalles o accesorios. Es, simplemente, una opinión sin análisis explicativo: “La paciencia hace corto el sendero; la impaciencia lo hace largo y angustioso” (M. C.).

La fábula 

La fábula ―ese subgénero narrativo o apólogo, en verso o en prosa, en el que lo inanimado adquiere vida y lo animal es humanizado, y cuyo propósito es de tendencia moralizante― ha tenido, en la literatura dominicana y en la literatura universal, muy pocos cultores. José Núñez de Cáceres (1772-1846) merece ser reconocido como el primer fabulista dominicano y el segundo en la literatura latinoamericana, por lo que no es posible escribir la historia de la fábula en la América hispánica obviando su nombre, lo cual constituye un verdadero prestigio para las letras dominicanas. Justipreciar su peonería literaria como fabulista debería ser considerado asunto pendiente en la agenda sobre el estudio de la historia literaria dominicana.

Núñez de Cáceres fundó, el 15 de abril de 1821, el periódico El Duende (Santo Domingo), a través del cual se dio a conocer como fabulista, publicando en ese medio nueve de sus fábulas. Tenía plena conciencia del oficio de fabulista: “Ni otra cosa en las fábulas se busca, / que corregir los vicios de los hombres, /y que el sutil ingenio obras produzca” (en carta dirigida al editor de El Duende el domingo 3 de junio de 1821). Leyó a todos los fabulistas clásicos (Esopo, Fedro, Jean de La Fontaine, Félix María Samaniego y Tomás de Iriarte) y, de manera consciente, se dejó influenciar por ellos, especialmente en el uso de los personajes irracionales (animales): águila, Abeja, Burro, Cigüeña, Conejo, Cordero, Camello, Lechuza, Lobo, Mulo/a, Palomo/a y Raposa/o.

Como personaje racional, es común a todos el Pastor. De los diecinueve personajes que actúan en las once fábulas del fabulista criollo analizadas por nosotros, trece los encontramos en Iriarte, doce en Esopo y en La Fontaine, nueve en Fedro y ocho en Samaniego. Curiosamente, la Acémila —cruce de caballo y burra― y el Abejarrón aparecen en dos de las fábulas de Núñez de Cáceres, pero no así en ninguna de las escritas por los fabulistas clásicos mencionados.

El fabulista dominicano — en una época en la que el movimiento de emancipación colonialista se había expandido por toda América Latina, incluyendo Santo Domingo-—utilizará sus fábulas no con propósitos filosóficos, sino para satirizar los males que aquejaban a la sociedad “dominicana” de entonces, colocándole a cada una de ellas un epígrafe con el que sintetizaba su intención ejemplificadora: “Contra los que obtienen puestos elevados y visten grandes uniformes sin las calidades necesarias”, por ejemplo.

Al espíritu contestatario de Núñez de Cáceres —siempre dispuesto al enfrentamiento: basta recordar su polémica en Venezuela con Simón Bolívar― le iba bien el género de la fábula, pues, desde sus orígenes, este modo de expresión de procedencia oriental se nos ha presentado, además de didáctico y moralizante, como efectiva arma satírica. “Contra los que no ven la viga en su ojo, y sí la paja en el ajeno va dirigida la fábula “El Camello y el Dromedario”. (Ir a nuestra obra En torno a la literatura dominicana. Santo Domingo: Banco Central de la Rep. Dom., 2013. Págs. 125-141).

A la primera mujer en la literatura dominicana que asume con plena conciencia y claridad de pensamiento el cultivo de la fábula —la educadora Aurora Tavárez Belliard—nos referimos en nuestra obra Historia bibliográfica de la literatura infantil dominicana (1821-2002), publicada en el 2003. Rescatamos su valoración crítica sobre la fábula: “…la fábula es para la literatura infantil lo que los mitos son para la cultura de los adultos: una mentira, una ficción, pero más amable y dulce que la más hermosa realidad.

Sugería esa maestra ejemplar — nacida en Guayubín (Montecristi) en 1894 y fallecida en 1972 en Moca— que la fábula es, desde el punto de vista didáctico, el modo de expresión ideal para estimular al niño en la lectura: “El niño, sujeto poderosamente imaginativo, es un gran enamorado de lo maravilloso y lo extraordinario […] y dominado por la más ardiente curiosidad, aspira a traspasar las fronteras de su mundo, para conocer la vida y milagros de otros seres, que bien pueden ser animales, reyes, hechiceros, apóstoles, mendigos, piratas, héroes, guerreros, príncipes, aventureros, bandoleros, exploradores”.

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*Fragmento del prefacio de mi obra en preparación: Caminando por la literatura dominicana (Textos reunidos para una historia literaria)

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