Arte, Ciencia y Literatura
¿Por qué Tomás de Aquino sigue siendo clave en la Iglesia?
El pensador italiano fue un innovador que intentó conciliar la fe con la razón en pleno siglo XIII
Si tenemos en cuenta que Tomás de Aquino (1225-1274) vivió solo 49 años, y que una buena parte de este tiempo lo pasó viajando, nos impresionará aún más lo prolífico de sus contribuciones. Su obra completa, en una edición del siglo XIX, abarca 38 volúmenes. No trató solo temas filosóficos; también cuestiones políticas e incluso relacionadas con las ciencias de la naturaleza. A lo largo de los siglos, su influencia iba a ser, más que importante, descomunal. La Iglesia católica le considera uno de sus más grandes pensadores. Por eso le denomina “Doctor Angélico” o “Doctor de la Humanidad”.
La literatura hagiográfica sobre Tomás, como la dedicada a otros santos, contiene anécdotas piadosas para transmitir a los lectores que se hallan ante un personaje destinado a la grandeza. Se cuenta, por ejemplo, que el futuro filósofo, cuando era un niño, se aferraba a un escrito con el texto del Ave María, la conocida oración.
Sus padres, pertenecientes a la aristocracia italiana, lo enviaron a la abadía benedictina de Montecassino para que se empapara del saber de la época. Su familia suponía que, con el tiempo, llegaría a ser el abad de la comunidad, puesto que entonces ocupaba su tío, Landolfo Sinibaldi. Él, sin embargo, tenía otras aspiraciones. Prosiguió su formación en Nápoles y la completó en Colonia (Alemania), donde se convirtió en el discípulo favorito de Alberto Magno.
Según la tradición, una prostituta, por encargo de la familia, trató de seducirle. Él resistió la tentación
En un principio, su vida no se distinguía de la del típico empollón. Consagrado por completo a los estudios, era un chico tímido al que sus compañeros apodaban “el buey mudo” porque no acostumbraba a meter baza en las conversaciones. Parecía, a primera vista, no demasiado listo. Pero Alberto Magno supo ver más allá de las apariencias y captó todo su potencial: “Llamáis a este ‘el buey mudo’; pero yo os aseguro que este ‘buey’ dará tales mugidos con su ciencia que resonarán en el mundo entero”.
En 1244, la orden de los dominicos llevaba poco tiempo en activo. Tomás se unió a sus filas contra la voluntad de su familia, que recurrió a todos los métodos a su alcance para hacerle cambiar de opinión. Su madre le hizo secuestrar y lo confinó en el castillo de Roccasecca. Según la tradición, una prostituta, por encargo de la familia, trató de seducirle. Él resistió la tentación. Más tarde dejaría atrás su confinamiento de una manera novelesca: se descolgó por una ventana. Tan decidido estaba a llevar una vida de estudio como simple monje que, años más tarde, rechazaría la oferta de ser arzobispo de Nápoles.
En París se convirtió en un famoso profesor universitario. Decía que su oficio era el de “sabio” porque se encargaba de dar a conocer la verdad divina, es decir, la verdad por antonomasia. Entre sus escritos, destaca la Suma teológica, una apología de la fe cristiana, y la Suma contra gentiles, dedicada a la refutación de “los errores de los infieles”. Era un polemista temible por el rigor de sus argumentos, pero también por su extraordinaria confianza en sí mismo. En cierta ocasión, desafió a cualquiera a refutar en público sus ideas… si es que se atrevía.
No obstante, también es cierto que, como señala Eudaldo Forment, uno de sus mejores estudiosos, era capaz de buscar la verdad allí donde estuviera “con libertad de espíritu y con una honradez y sinceridad intelectuales que todavía constituyen un ejemplo”. Además, sus obras no solo eran sólidas, también estaban bien escritas. Su experiencia como docente le impulsó a desarrollar un estilo claro, agradable y conciso y la hora de tomar la pluma.
Lógica y religión
Tras el triunfo de la Ilustración en el siglo XVIII, el tomismo pasó a ser visto en términos despectivos como sinónimo de tradicionalismo. Este es un error de perspectiva, porque, en su época, Tomás de Aquino fue un innovador. Una de sus grandes aportaciones como intelectual consistió en conciliar la fe con la razón. En su opinión, la fe podía ser una verdad de orden superior, pero no se contradecía con lo que nos indica la lógica.
No obstante, continuaba pensando que la filosofía debía estar al servicio de la teología. Esta, a su juicio, era una ciencia por derecho propio, tanto a nivel teórico ‒la reflexión sobre la naturaleza de Dios‒ como práctico, en todo lo referente a las virtudes y los pecados en las acciones humanas.
Cristianizar a Aristóteles
A mediados del siglo XIII, Aristóteles era un pensador cada vez más conocido en Europa. Sus textos se tradujeron del árabe, en la Escuela de traductores de Toledo, o bien directamente del griego. El conocimiento de su obra despertó polémica en una cristiandad que, hasta entonces, tenía como filósofo de referencia a Platón. Para los católicos más conservadores, el aristotelismo era un peligro para los fieles, porque privilegiaba la razón frente a la revelación divina. Por eso las condenas de las autoridades eclesiásticas se suceden. Gregorio IX llegó a nombrar una comisión para censurar los escritos del estagirita.
Entregado al estudio en cuerpo y alma, el pensador sufrió al final de su vida una especie de agotamiento nervioso
En este ambiente de recelo hacia las ideas “nuevas”, Tomas de Aquino realiza una aportación revolucionaria al mostrar que Aristóteles era del todo compatible con la ortodoxia cristiana. Divulgó sus obras filosóficas, pero también un tratado, la Política, ignorado por el mundo académico. El preceptor de Alejandro Magno dividía las formas de gobierno en monarquía, aristocracia y democracia, con preferencia por esta última. En cambio, nuestro protagonista apostará por una combinación de los mejores rasgos de los tres sistemas. El poder debía estar orientado hacia el bien común. En caso contrario, el pueblo tenía derecho a derrocar al tirano por medios pacíficos o violentos si no existía otro remedio.
Podemos preguntarnos hasta qué punto Tomás de Aquino, al cristianizar a Aristóteles, desnaturalizó un pensamiento que se había formulado en un contexto cultural muy distinto al de la Iglesia. Demos a esta cuestión la respuesta que le demos, lo que está claro es que nada en la historia de la filosofía occidental volvería a ser lo mismo.
Entregado al estudio en cuerpo y alma, el gran pensador sufrió hacia el final de su vida algo parecido a un agotamiento nervioso. Por razones sobre las que solo podemos especular, creyó entonces que nada de lo que había escrito tenía valor. ¿Experimentó algún tipo de experiencia mística? Es lo que creen muchos de sus biógrafos. Es posible que, si fue el caso, sintiera que las palabras ya no le servían para comunicar lo que quería decir. Lo que sí es seguro es que ya no se sentía con fuerzas para continuar. No tardaría en morir, aunque no sabemos si por causas naturales o asesinado.
Su fama no haría más que extenderse. Subió a los altares en 1323. Dos siglos después, en 1567, se convirtió en Doctor de la Iglesia. Un movimiento de origen decimonónico, el neotomismo, reivindicó su legado y adquirió gran prestigio gracias autores como Jacques Maritain (1882-1973). Esta corriente, apoyada por el Vaticano, se convirtió en el pensamiento oficial de la Iglesia. Según el papa León XIII, en su encíclica Aeterni Patris (1879), el tomismo debía ser la base de cualquier filosofía cristiana. En la actualidad, Tomás de Aquino es el patrón de numerosas universidades y un punto de referencia indispensable en el pensamiento de los pontífices.
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