Opinión

Mujeres por impunidad, el desvarío con el Código Penal / Rosario Espinal

Por: Rosario Espinal
En el Congreso Dominicano hay un desparpajo con el Código Penal. Tiene cerca de dos décadas en un vaivén. ¿Por qué? Porque las iglesias católica y evangélica tienen montado un chantaje desde hace mucho tiempo para que no aprueben tres causas en las cuales se permitiría un aborto: 1) cuando peligra la vida de la madre, 2) cuando el embarazo es producto de una violación o incesto, y 3) cuando el feto presenta malformaciones incompatibles con la vida.
El presidente Danilo Medina observó por segunda vez el Código Penal a fines del año pasado, pero el Senado peledeísta, en medio del escándalo Odebrecht, se despachó con un voto mayoritario, rechazando las tres causales señaladas.
Otra vez un órgano fundamental del Estado intentó confabularse con las iglesias para negar derechos a las mujeres. Otra vez las iglesias intentaron chantajear al Gobierno. Otra vez los políticos participan del chantaje para su propio beneficio: que los dejen vivir en paz con impunidad. ¡Es ancestral!
Por suerte ayer, un grupo de diputados y diputadas de distintos partidos, en una conducción ejemplar del debate por Lucía Medina, detuvieron el despropósito de prohibir todo tipo de aborto. No se lograron los derechos que merecen las mujeres a decidir si interrumpen o no un embarazo en las tres causales porque el Senado lo impidió, pero por lo menos no se aprobó la prohibición total del aborto.
Desde la Edad Media, las sociedades que han intentado acercarse a la modernidad y alcanzar algún tipo de democracia protectora de derechos, han tenido que enfrentar las religiones. Son siglos en esta lucha.
¿Por qué? Se supone que las religiones existen para hacer el bien. Porque su norte no es la libertad sino el dogma, y los dogmas son rígidos; atan, no liberan.
El cristianismo y el judaísmo, al emigrar a Europa, tuvieron que hacer adaptaciones en las emergentes democracias, dejar que los parlamentos otorgaran derechos, presionados como estaban por los pueblos. Estados Unidos tuvo que declararse acogedor de todas las religiones para poder desarrollar un Estado moderno.
Pero hay países como la República Dominicana donde todavía las iglesias quieren ser batuta y constitución. Claro, los casos más aterradores de autoritarismo religioso están hoy en el mundo musulmán, donde el Corán (según la interpretación de cada gobierno), sí es batuta y constitución.
Los seres humanos han vivido a expensas de las religiones por razones entendibles. Las religiones tienen el monopolio de lo imposible. Prometen la salvación en el más allá y el consuelo en el más acá. Es un producto potente.
Todos queremos confort, redención, creer que hay otra vida porque nos cuesta creer que somos finitos, que morimos. Hemos creado la eternidad como consolación. ¡Y qué bueno!
Si las religiones se mantuvieran en ese plano, harían una inmensa contribución al calmar las angustias humanas. Pero esa noble misión se desvirtúa porque quieren regular toda la sociedad y las decisiones de los gobiernos. Por eso han estado envueltas en tantas guerras.
Los políticos dominicanos, si realmente creyeran en el Dios justo, podrían gobernar mejor; promover la justicia y la igualdad. ¡Pero no! Muchos entran pobres al gobierno y salen ricos. Nada más claro que los legisladores. Como hacen las leyes, se asignaron, cada uno, la exoneración de un vehículo cada dos años. No traen carros regulares, traen vehículos lujosos.
¿Qué es eso? Robo público, aunque sea legal. ¿Ha visto usted a curas y pastores movilizarse afanosamente contra ese robo? ¡No! Muchos también reciben exoneraciones. ¡Ya quisiera mucha gente!

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