Arte, Ciencia y Literatura

Senderos de palabras entre un jardín de pinturas en pandemia/Bernardo Silfa Bor

La poeta aspira a un mundo donde el hombre sea la panacea real de la existencia

Por Bernardo Silfa Bor
Todo término, toda palabra tiene una pronunciabilidad, tiene una fonética. Ahora, en estos tiempos, esa pronunciabilidad, situada en la territoriedad consonántica y vocálica, desde su elasticidad, se ejecuta, se hace o se realiza a distancia y desde el distanciamiento físico del Ser.
El encierro se pronuncia en libertad a pedido del Señor Virus. Nunca, jamás, esta generación, como ahora, había usado la pronunciabilidad de la palabra pandemia, tantas veces y de manera epistémica y certera, con un acierto especulativo tan duro y tan volátil, hacia el sentimiento saludable de lo humano.
El encierro es la tendencia. Se habla y se calla en lo visible. El susurro traspasa lo real a lo virtual. Los cimientos de la existencia tiemblan en las huellas de cada paso. Gel hidroalcohólico embriagan las manos de voces gestuadas y el látex enguantando los dedos cubriéndolos y protegiéndolos de una virulencia silente planetaria.
Hay, en este veinte, disidencias, cierres telúricos, espaciales y temporales. Cierres perimetrales como condena, que se disfraza en la cadena fractal entre la frontera del ser y la ciudad.
Todo se desierta. Solo los balcones abren las rendijas a la luz de la vida. La palabra, en ella, se indica hablada, cantada, escrita, pintada en danza y en música. Aquí, y ahora, me acompañan pinturas y poesía y pandemia.
Ivonne Sánchez – Barea, nos habla desde la pintura y desde la poesía su visión pandémica. Nos refiere a esa conceptualidad significante de vida y muerte desde su pintura rotulada “PAN DE MÍA” que abre el poemario “SENDEROS, Vírgulas de Confinamientos” y que va delineando a través de una poética de esas cualidades profundas como ese que da inicio al poemario bajo el título primero “DUELE EL AIRE” en dialogo visual con el “Tiempo Roto” pintando y presagiando el acontecer por estos SENDEROS de Ivonne.
En siete poemas y un manojo de pinturas la poeta analiza la temática de la pandemia. Aquí, la palabra pandemia, plantea, con todos sus efectos y en todos sus niveles sociales: el económico y el cultural, la problemática existencial, de verdad que se habla y se dice en cada pintura y en cada poema estructurados con una sensibilidad delirante, porque resistiremos en el ojo del recuerdo reparando en los vuelos de la luz que arropa el cosmos.
El aire duele. Duele el cuerpo. Duelen los pálpitos en el centro de cada caricia en la distancia. La duda es un sabor amargo con pasado de caracolas, de océano, oteando llanuras donde las lágrimas pintadas se encierran a vivir falsas esperanzas. El dolor es un crimen que arrastra todas las plagas que habitan las casas de “muros blanco de otras casas”.
La poeta aspira a un mundo donde el hombre sea la panacea real de la existencia. Por eso dice: “Trazamos planos con dedos sobre Céfiro y escudriñamos mil caminos marismas, espesas selvas, subiendo alto, desde orillas de olas, hallando otras líneas, que dibujan estrellas o, ser Luna o, cometa o, planeta”. Ella recoge el lamento de toda la humanidad, todo su lloro, todo su silencio, todo su dolor y toda su tristeza porque todas las casas de todas las ciudades se confinan mientras los soldados del virus invaden las calles e inundan de muerte todo cuanto toca. Quizás las tumbas siguen abiertas descansando de tantos entierros, porque a los muertos los incineran como para aliviarlos y curarles el virus de la muerte.
Las tribus ideales de la aldea global se reúnen en un centro ceremonial, con visión y pensamientos propios de libertad sometida en donde “Lo absoluto seguirá siendo relativo, como relativa es la vida” concluyendo en unos juicios de valor, antiguos y modernos, o mejor postmoderno. La poeta mira como va y como viene, saltando de memoria en memoria, la ciencia, sin cesar en la búsqueda de una medicina que termine esta incertidumbre afanosamente de vida, que se deshace en esta muerte mayor, la cual se hace perenne y eterna en “los espacios inexplorados de lo vivo”.
Sin embargo, dice la poeta de estos SENDEROS, que “vemos y creemos, en todas las liturgias, en sacros textos, de fervores, dogmas y credos, porque tienen ángeles de luz en sus historias”. Sí, ésta es una certera verdad. Creemos, así, afirmativamente, como la poeta, que la poseía se hizo técnica y terapia de la ciencia para el anticovid y la antipandemia. Y, además, con ella, con esa perfecta verdad poética se reescribe la historia. Esa historia de todo ser humano nacido en este éter espiritual que se baña en el río manso y apacible toda la poesía producida en el tiempo de la pandemia. Tiempo donde las ventanas y los balcones fueron simulaciones de escenarios y espejos para la puesta en escenas de las distintas tramas: las dramáticas, las irónicas, las reales, las patéticas, las triviales…
Allí, en esos escenarios tétricos y alegres, blancos y negros, grises y de todos los colores, y de todas las razas y edades, hay cenizas de cuerpos esparcidos por valles de esperanzas limitadas, porque como dice la poeta Sánchez Barea “Somos difuntos vivos”, “privados de Libertades, sin soberanía y encerrados en las casas, domiciliados y vencidos tras otras líneas sin coronas y sin dinastías”.
La gloria que se ganaría a esta batalla es de tantas mentes brillantes de la ciencia, de los poetas, de los artistas, de los músicos, de los pintores, en fin de todos cuanto luchan por sobrevivir al virus desde sus esquinas y sus distintas poses. Así, como Ivonne, que pinta derritiendo la clausura y el “asalto”, “porque quizás lloverán esperanzas en otras ventiscas”…
A la poeta, en ese otro lado de la vida, le duele el aire, le duele el agua, le duele la tierra, le duele el fuego, los alimentos, los hábitos, los quehaceres. Le duelen los besos y los abrazos no dados, la inmovilidad involuntaria, las jornadas perdidas, disipadas, evaporadas de esta existencia elíptica, como se lee en su poética de pandemia, diciendo:
“Presos, dolidos, reos de un virus se rizan los cuerpos como helechos, tendiéndose y escondiéndose entresuelos de otros mundos, anclados en prejuicios… “
Poesía de estilo sencillo como la poética de Martí, pero denunciante de unos estándares y unos estados de vida y de muerte que atormentan, abruman y quiebran el alma. Poesía enunciativa, poesía sentida. Jardín poético en donde florecen los sentimientos. Esta es una poética exuberante, una poética profunda, una poética excelsa, una poética sublime y hermosa, una poética lúdica y amena, que toca las fibras sensitivas de la consciencia de la poeta y la transfiere al lector, para que éste, analíticamente, goce y haga aprendizaje de la era que le ha tocado vivir.
Hay en este SENDEROS textos visuales y fragmentos cuadrantes en “paradojas”, “gravas” de “incertidumbres” que dejan los “sueños nulos” en las “noches interminables”, que son un deleite. Cuadrantes en colores sustanciosos a la vista y al gusto que se tiene por una buena obra de arte y una buena poética, que retratan con exacerbada claridad la temática de la pandemia.
Hay, también, muchas soledades cantadas en estos versos sendéricos. Y la poeta la anuencia así: “Soledad e incertidumbre clavan sus puntillas al madero dejan escurrir el peso sobre el altar de nuestras vidas”. Y continúa para terminar con esta sentencia: “La soledad siempre es un cristal de doble cara, una para vivirla dentro, otra para el reflejo externo”.
En poemas como “Premura” y “Germen”, la poeta extrema su pesimismo profetizando que “no hay visión para un regreso” y que “la calma después de la risa, del fuego de la piel y los te quiero, viven eternamente en el corazón del tiempo” a la espera de un perdón y una justicia que no llega “para abrazar de nuevo el futuro incierto”.
El texto, en su conjunto, presenta un lenguaje llano, limpio, fluido, sin rebuscar. Usa solo las palabras justas y exactas para acomodar su decir a lo que quiere expresar desde un léxico poético de honduras brillantes. La poeta habla y dice lo que quiere y tiene que decir de forma entendible, de forma blanca, cristalina y transparente, sin retorcimiento sintáctico, como se puede observar en estos versos: “Olvidé el regreso de la historia solo nuestra entre espumas de mares repartidos con olas que mecen sueños de un pasado hundido entre siglos”.
Hay “destellos”, ahora en estos momentos de pandemia, que suspiran la luz de la vacuna contra el virus del covid-19 y unos “vuelos” que van dejando “que lluevan semillas, palabras” para humedecer la conciencia de los hombres y las mujeres de esta generación y poder sembrar el conocimiento y el afianzamiento de nuestra vulnerabilidad y nuestra fragilidad.
Esto no es un “holograma”. Esto, del virus, no es una ilusión. No es un espejismo. Es una realidad. Y que, como dice la poeta en “Voz de escamas”, no es una “leyenda sin regreso, mueren, mueren en vuelos cortos,” muchísimas personas que habitan este tercer planeta llamado Tierra.
Pero seguiremos en estos páramos. Continuaremos pisando estas “sendas”, como sendas de luz, porque aunque se llenen los cementerios y los tanatorios “no dejaremos sus cadáveres ni olvidaremos sus restos”. “Seremos una sola voz en espejos coordinados, despertaremos todas sus relegadas vidas, todos sus enterrados sueños”, nos anuncia la poeta. Finalmente, después de terminar la lectura de estos SENDEROS, sé que la vida seguirá viva a pesar de este mortífero virus y estos encierros de muerte tan necesario para el continuo de la existencia.
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