Por Américo Valenzuela F
Altos representantes de la Unión Europea, entre estos, el actual Presidente del Gobierno Español, el Señor Pedro Sánchez, y José María Aznar, Unión de Naciones que junto a Estados Unidos y la OTAN invadieron Afganistán hace 20 años, bajo la excusa de que en el territorio de ese país se ocultaban y entrenaban combatientes de agrupaciones terroristas como Al Qaeda, a quienes se señaló como responsables de los ataques a las Torres Gemelas de New York, aceptaron como fracaso total y derrota de la Coalición invasora, la re-toma del poder por parte de los Talibanes. Fracaso de la intención de la invasión ya que los países de la actual civilización occidental pretendían cambiar en Afganistan-nacion del Asia Central- la organización político-social tradicional de las 9 tribus principales : pastún, tayikos, jazarí, uzbecos, sadat, aimak, turcomanos, beluchi, pasai, etc., que componen ese pueblo, sembrando en allí, al amparo de un régimen presidencialista por ellos creado y apoyado, la simiente de la democracia al estilo que la comprende Estados Unidos y Occidente, los derechos humanos, y en especial, los de la mujer. Refiriéndose a esa situación habló Serguei Lavrov, Ministro ruso de Exteriores, señalando que la lección que los países invasores deben sacar del fracaso de sus propósitos en Afganistán es la de no pretender enseñar cómo deben vivir los demás. Meses antes ya los Cancilleres de Rusia y China habían emitido un comunicado criticando esa tendencia de unos pocos países de imponer a las mayorías el criterio que ellos se habían hecho, y como debe funcionar la democracia.
Es imposible que algunos de nosotros acepte vivir bajo la ley de la sharia y en un califato regido por la religión. Imposible que apoyemos a los talibanes. Pero en fin, esa es la forma de los afganos, quizás el sueño realizado de las mayorías. Ellos son una civilización totalmente distinta a la nuestra. La simpatía que generan los talibanes es la de haber vencido todo el tiempo, a todos los imperios que osaron meter allí sus tropas y sus armas. A todos. Y demostrar que se le puede ganar la guerra a todos los imperios juntos. Pero también se puede admirar en ellos la determinación de no permitir que extranjeros terminen cambiándole sus costumbres y sus tradiciones. Aquella civilización europea diezmó la nuestra. Con los afganos no pudieron, ni con la civilización rusa. Tampoco con la china. Ni con la de Vietnam.
Transcribo estas declaraciones de José María Aznar:
El expresidente español ha abogado por una reflexión estratégica para enfrentarse “con coraje, liderazgo y claridad moral” a las amenazas que representan “el populismo, los autoritarismos, el nuevo comunismo, el indigenismo en Iberoamérica o el islamismo radical”, que, en su opinión, volverá a golpear en cuanto tenga la ocasión.
El indigenismo en Iberoamérica, Aznar y los europeos desean prolongar por más tiempo la imposición de su civilización sobre la nuestra, justo en el momento en que comienza a palpitar el corazón y a respirar el pulmón de lo viejo, de lo antiguo, de lo originario. Ahora que ha despertado y que canta la mujer dormida. Precisamente cuando Bolivia logra restaurar sus antiguas costumbres, sus creencias ancestrales, su religión, los sueños de los antepasados. Para ellos, el fracaso afgano hizo recular la programación de llevar e imponer a otras tierras, su propia cultura. Y están dispuestos a luchar para que no se levanten nuestros pueblos. Buscan motivar a sus representantes como aquella señora diputada del Perú que ordenó a un congresista callarse porque estaba saludando en lengua quechua. Precisamente hoy en que México publica su Himno Nacional en lenguas mixteco, maya, náhuatl, otomí, y otras. Ahora cuando los nativos venezolanos están en diálogos sin intervención extranjera, cuando ha tomado fuerzas renovadas la lengua aimara, los mapuches de Chile en las calles, Lula y el PT comprometidos con el regreso al poder, justo cuando el presidente Lasso de Ecuador se pronuncia a favor de la integración latinoamericana.
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