Opinión
BIEN COMÚN, EL GRAN AUSENTE / Roberto Rosado Fernández
Por: Roberto Rosado
Educador
Nací y crecí en un Paraje de la Sección Mogollón de nombre San Ramón. Crecí al lado de mi madre, 7 hermanos, abuelos y tíos paterno.
Nací y crecí en un Paraje de la Sección Mogollón de nombre San Ramón. Crecí al lado de mi madre, 7 hermanos, abuelos y tíos paterno.
Mi madre nos enseñó buenas costumbres, a obedecer a las personas mayores, a nuestras familias y respetar a nuestros maestros. Mis tíos y abuelos también contribuyeron. Esa era normativa rígida a la que todos debíamos acogernos.
Es un Paraje que para aquella época no tenia energía eléctrica, las actividades nocturnas se hacían con farol y en ocasiones fogata para alumbrar. Nadie osaba en hacer travesuras pues el castigo venia sin que se pudiera manifestar algún desacuerdo. Nos corregían los abuelos, los tíos, los hermanos mayores y los adultos de toda la comunidad. Todos tenían otorgado ese derecho.
La solidaridad era clave en el modo de vida de la gente. Todo problema que sucedía en la vida de los comunitarios era solucionado en común haciendo de la solidaridad una regla de su consuetudinariedad.
Lo que se colocaba en la mesa para comer se aceptaba sin oposición debido a que se entendía que era lo que había para la ocasión, lo contrario se entendía un desafío a la autoridad de los padres y eso era pasible de severo castigo.
Como no existía televisión, la diversión provenía de una orientación precisa de los mayores sobre lo que se debía hacer y hasta la hora que debía hacerse.
Las tareas que asignaban los profesores debían hacerse en el horario que establecían los padres y, luego, a la cama para descansar hasta el nuevo dia.
No había excusas para notas bajas debido a que las tareas se hacían con regularidad y, cuando ocurría cualquier distorsión, los padres eran invitados a pasar por la escuela para aplicar los correctivos de lugar con la finalidad de garantizar el éxito de su año escolar.
El orden, el respeto, la disciplina, la solidaridad, la bondad, la educación, la obediencia y el amor a los demás, era la vida de los lugareños. Por esta razón cumplir deberes y obligaciones era consustancial a la formación que se recibía de los padres en el hogar y en la escuela.
Los niños crecían en ese ambiente y sus responsabilidades de adultos las asumían sin ningún tipo de trauma, todo se hacía en base a valores inculcados en la familia, la escuela y la comunidad.
Los matrimonios eran duraderos y los hijos que llegaban los iban desarrollando con los mismos principios que le inculcaron sus padres desde el momento en que hizo su aparición como ser viviente en la tierra.
La modernidad expresada en la promoción de valores contrarios a los concebidos desde la familia ha creado nuevos comportamientos que han roto el sosiego de la familia y la escuela llevándose de paso aquellos valores con los que crecimos.
Las novelas, las películas y otras proyecciones han producido un ambiente multicultural que ha influido, de tal manera, que hoy hasta lo que somos no se sabe que es ni de dónde viene.
En la casa no se sabe quién manda, ni mucho menos a quien obedecer. En la escuela pervive la amenaza. En la comunidad no hay nadie seguro y en la sociedad el individualismo se ha apoderado de la gente, a tal punto, que la familia se ha reducido a padres e hijos.
Romper con este escenario es una tarea que hay que colocar en la AGENDA DEL ESTADO y sus instituciones.
Es urgente buscar solución que disminuya la promoción exagerada de anti valores presentes ahora en el diario vivir.
He planteado en otras entregas la creación de un mecanismo de control de todo el producto a consumir desde el poder mediático de nuestro país. Ese poder que influye tanto en la sociedad es más poderoso que la escuela y la familia e inculca ideas y valores que sobrepasan la capacidad de convencimiento de los padres y de la escuela.
Ha de recordarse que el ESTADO es responsable de controlar todas las instancias de promoción de valores pero, para hacerlo, debe estar convencido de que no debemos seguir contraponiendo nuestras esencias, ni permitir que se pierda de raíz lo que ayer produjo y desarrolló un hombre integro, solidario, respetuoso y cargado de amor y espíritu de contribución para desarrollar EL BIEN COMUN, tan ausente en la sociedad de hoy.