Arte, Ciencia y Literatura

La Inquisición española y el sexo

En una España subordinada públicamente a los dictados de la Iglesia y el Santo Oficio, ¿cómo vivía la sociedad su esfera más privada?

La España del Siglo de Oro es sinónimo de las grandes victorias militares de los tercios y también de un declive que supuso la pérdida de la hegemonía europea en beneficio de Francia. Fue un país de contrastes, en el que la misma Corona que disfrutaba de los tesoros incontables de América sufría pavorosos problemas económicos que desembocaban en quiebras periódicas.

El mundo de los Austrias nos lleva al esplendor literario y artístico protagonizado por figuras como Miguel de Cervantes o Diego Velázquez. Pero también a un entorno de severa moral, radicalizada pronto por la Contrarreforma, en el que la Iglesia sofocó deseos y pasiones. ¿O no fue exactamente así?

Ante todo, continencia

Los españoles contemporáneos del Quijote, con sus austeros vestidos negros, transmiten una sensación de sobriedad que les aleja de una vida de placeres, entre ellos, los carnales. En materia de sexo, el ideal era la castidad. Así se recoge en la literatura religiosa de la época.

El modelo moral imperante dictaba para las mujeres la virginidad si permanecían solteras, y las conductas castas y con fines reproductivos en el ámbito matrimonial. El erotismo era considerado pecaminoso. Se consideraban también impropias las relaciones maritales en los días de la menstruación femenina, y se rechazaban las mantenidas durante el embarazo, por el riesgo que se creía que suponía para el feto.

Las autoridades eclesiásticas toleraban situaciones fuera del canon, siempre que no se produjera escándalo

En los manuales de confesores, el pecado de la lujuria era el que se trataba con mayor amplitud. A su vez, se pedía mesura al confesor a la hora de interrogar al penitente sobre ello, para no inspirar involuntariamente posibilidades sexuales que le fueran desconocidas.

De todas formas, algunas fuentes coetáneas dan a entender otra cosa. De hecho, las autoridades eclesiásticas admitían como mal menor determinados comportamientos que se alejaban de estos límites. Por eso se aplicó el “si non caste, caute” (si no castamente, con discreción), con lo que se toleraban situaciones fuera del canon, siempre que no se produjera escándalo.

El dramaturgo (y monje) Tirso de Molina consideraba que la excelencia entre las jóvenes era pura imaginación al afirmar: “Pues lo mismo digo yo de nuestras finezas bellas: todos dicen que hay doncellas, pero ninguno las vio”.

Trento dice basta

El celibato eclesiástico propició otra realidad: el amancebamiento de los clérigos. Este hecho constituyó un verdadero quebradero de cabeza para quienes buscaban la reforma de las costumbres entre sacerdotes y religiosos, que llegaban al siglo XVI en un ambiente de relajación muy parecido al que había imperado a lo largo de la Edad Media.

Sesión del Concilio de Trento, donde la Iglesia modificó sus actitudes respecto al sexo. Obra de Tiziano.

Sesión del Concilio de Trento, donde la Iglesia modificó sus actitudes respecto al sexo. Obra de Tiziano. (Dominio público)
 

En las actas de obispos o sus vicarios aparecen numerosas denuncias a párrocos que mantenían relaciones maritales con mujeres, a veces con más de una. Estas actas también reflejan la existencia de maridos consentidores. La documentación de la época indica que, en algún caso, se acusaba a las propias dignidades eclesiásticas de no actuar con la debida energía.

A mediados del siglo XVI, el del celibato eclesiástico seguía siendo un tema palpitante, como nos revela el hecho de que, en el Concilio de Trento (1545-63), se decretase como anatema la defensa de que los clérigos pudieran contraer matrimonio. El celibato terminó por imponerse, pero no la castidad en este colectivo. Proliferó el llamado concubinato eclesiástico.

Los nuevos vientos traídos por la Contrarreforma iniciada en aquel concilio en Trento se tradujeron en la España de los Austrias en un mayor control de la sexualidad por parte de la Iglesia. Esto llevó a una actuación más contundente de la Inquisición a la hora de perseguir comportamientos que se desviaban de la norma.

Fue objeto de pesquisas la homosexualidad, por suponer una alteración del precepto de “creced y multiplicaos”

El Santo Oficio, creado por una bula papal de 1478, no contemplaba cuestiones relativas a la moralidad. Sin embargo, como consecuencia de las directrices emanadas de Trento, intensificó o extendió su actividad sobre conductas sexuales que podían ser interpretadas como ataques a la ortodoxia.

A partir de la segunda mitad del siglo XVI, asuntos como la fornicación extramatrimonial, la bigamia o la solicitación (delito cometido por el sacerdote que, aprovechando la intimidad del confesionario, requiere sexualmente a, por lo general, una feligresa) fueron objeto de procesos inquisitoriales mucho más a menudo que hasta entonces. Se consideraban un desprecio al sacramento del matrimonio y una burla al de la penitencia.

También fue objeto de las pesquisas inquisitoriales la homosexualidad, por suponer una grave alteración del precepto bíblico de “creced y multiplicaos”.

'La Inquisición', cuadro de Goya que se expone en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.

‘La Inquisición’, cuadro de Goya que se expone en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. (Dominio público)
 

Según los registros de los archivos parroquiales, durante la Cuaresma, considerada un tiempo de ayunos y abstinencias, también en el terreno carnal, la celebración de matrimonios era casi inexistente. Sin embargo, la cifra de bautismos recogida nueve meses después no indica una reducción de los bautizados.

En resumen: en la intimidad de las alcobas, las relaciones entre las parejas no respondían a la abstinencia propugnada por la Iglesia.

Sexo real y plebeyo

La sexualidad fuera del matrimonio fue moneda corriente entre los miembros de la familia real. El número de bastardos que se atribuyen a Fernando el Católico se eleva a varias docenas, y alguno de ellos llegó a ser reconocido e incluso elevado a importantes magistraturas. Fue el caso del arzobispo de Zaragoza, don Alonso de Aragón, nacido de los amores de don Fernando con una noble catalana, doña Aldonza Roig e Iborra.

Alonso sustituyó, como persona de confianza de su padre, a Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán, en el cargo de virrey de Nápoles. Fue, a su vez, padre de una numerosa prole con doña Ana de Gurrea, con la que vivió amancebado muchos años.

Uno de los hijos naturales de Carlos I se convertirá en un personaje capital en la España de la segunda mitad del siglo XVI. Nos referimos a Juan de Austria, nacido en Ratisbona, fruto de los amores del emperador con la alemana Bárbara Blomberg.

Por lo general, el destino de las mujeres objeto de la pasión regia era el convento

En este terreno de los bastardos reales, fueron numerosos los de Felipe IV. El rey solo reconoció a uno de sus numerosos bastardos, Juan José de Austria, que se convirtió en el favorito de su hermano, Carlos II, ya avanzado el siglo XVII.

Por lo general, el destino de las mujeres objeto de la pasión regia era el convento. Así ocurrió, por ejemplo, con la madre de Juan José de Austria, una famosa comedianta madrileña llamada María Calderón y conocida popularmente como la Calderona. Una vez que dio a luz al vástago de Felipe IV, fue conducida a un convento del valle de Utande, en la Alcarria.

La sexualidad extraconyugal estuvo también muy extendida entre las clases populares. Lo atestigua el importante número de registros de bautismo en los que los neófitos aparecen reseñados como “hijos de la Iglesia” o “expósitos”. Muchos eran bebés fruto de amores extramatrimoniales que solían depositarse a la puerta de las iglesias y los conventos.

Retrato del poeta y dramaturgo Lope de Vega y Carpio que se puede ver en el Museo Lázaro Galdiano de Madrid.

Retrato del poeta y dramaturgo Lope de Vega y Carpio que se puede ver en el Museo Lázaro Galdiano de Madrid. (Dominio público)
 

Fueron también frecuentes los abandonos de recién nacidos para ocultar embarazos que suponían un estigma social para la madre. En los casos en los que era forzada una mujer soltera, su honra quedaba mancillada si no se reparaba con el matrimonio. Hay muchos testimonios de esta realidad recogidos por la literatura de la época, como hizo Lope de Vega en El mejor alcalde, el rey (1635) o Calderón de la Barca en su drama El alcalde de Zalamea (c. 1636).

El sexo en la cultura

La amenaza que suponía la Inquisición limitó el alcance de los temas sexuales en la literatura. Pese a ello, algunas obras plasmaban aspectos de la vida sexual. Un ejemplo lo tenemos en la Tragicomedia de Calisto y Melibea, que terminó conociéndose como La Celestina en alusión a una de las protagonistas, una vieja alcahueta. En la obra –atribuida a Fernando de Rojas y escrita a finales del siglo XV, aunque su boom llegó en el XVI– se vislumbran situaciones relacionadas con el mundo de la prostitución.

Otro trabajo de referencia, salido de la pluma de Francisco Delicado y publicado en Venecia en 1528, es La lozana andaluza , que narra las andanzas de una cortesana española en la Roma del Renacimiento.

El estigma de una sexualidad extramatrimonial también podía afectar al hombre

Pero, como decíamos, la intervención inquisitorial tuvo su reflejo en las dificultades para el desarrollo de una “literatura picante”.

Lo mismo ocurrió con la pintura. Mientras pintores extranjeros como Tiziano y Rubens reciben encargos de temática erótica, Velázquez será de los pocos que cultive en la España del Siglo de Oro el desnudo femenino. Lo hizo en la Venus del espejo . Su primer propietario fue Gaspar de Haro y Guzmán, marqués del Carpio, conocido libertino y amante de la pintura.

El “mal francés”

El estigma de una sexualidad extramatrimonial también podía afectar al hombre, aunque fuese en mucha menor medida que a la mujer. Lo revela el rechazo social que provocaba la sífilis, enfermedad que adquirió un gran desarrollo a finales del siglo XV y a lo largo del XVI. Hay un notable debate acerca de su origen, y una de las tesis más admitidas es que su llegada a Europa está relacionada con la de los españoles a las Indias.

La aversión que generaba la sífilis dio lugar a una especie de xenofobia nominal

Las pústulas que la caracterizaban, incluidas deformaciones en el rostro, marcaban socialmente al sifilítico. Biógrafos de César Borgia, que padeció esta dolencia venérea, afirman que utilizaba una máscara para ocultar sus efectos en su cara.

La aversión que generaba la sífilis dio lugar a una especie de xenofobia nominal. Los españoles y los alemanes la llamaron “morbo gálico” o “mal francés”. Los franceses, “mal napolitano”. En los Países Bajos se la conocía como “mal español”, y los turcos la denominaban la “enfermedad cristiana”.

La Iglesia se empeñó en imponer unos planteamientos morales muy estrictos en la España de los siglos XVI y XVII, con un control férreo de la sexualidad. Y, desde luego, en el plano público, la población respetaba mayoritariamente las normas establecidas, en gran medida, por el temor que inspiraba el Santo Oficio. Sin embargo, el ámbito privado sería harina de otro costal.

Este artículo se publicó en el número 601 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.

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