Opinión
DARIS JAVIER CUEVAS/ El valor de la humildad
Por lo general, el termino humildad suele manejarse como sinónimo de la pobreza, esto es, para identificar las personas que carecen de recursos financiero para costearse la vida. Esa es una de las razones por el cual comúnmente se utilizan frases como “una persona humilde” o “un barrio humilde, es decir que se trata de la expresión más objetiva para convencer a los demás de la existencia de este fenómeno de la pobreza.
Tal interpretación pone en evidencias que el común de la gente distorsiona el concepto de humildad, creando confusión, y hasta exclusión, frente al sujeto señalado o discriminación cuando se trata de demarcación geográfica o grupos sociales. Si, así como se lee o se ve, ya que la humildad es un valor del individuo que va mas allá de cualquier situación humana coyuntural, que en la interpretación de la filosofía religiosa es más bien el reconocimiento de la superioridad divina, expresado en aquello de que todos los seres humanos son iguales ante los ojos de Dios todopoderoso.
Cuando alguien se muestra con humildad frente a los demás, es porque esta enseña la grandeza de ser objetivo con uno mismos, es como aceptar que tenemos errores y, sobretodo, que nos permite entender que todos tenemos límites, y es ahí donde reside el reconocimiento de que nadie es perfecto, que lo perfecto no es terrenal.
En adición, la generalidad de nosotros estamos convencidos de que la forma en que vemos la vida es la correcta, la que encaja dentro de nuestros esquemas y, a su vez, todos aquellos que la ven de otra forma, están, sin duda, equivocados.
Es en ese contexto que aparece el engendro de la soberbia, esto es, que hace creer que se sabe mucho, mejor que los demás, y así lleva al desprecio de lo que se ignora, de lo que no ha sido descubierto personalmente, de las opiniones ajenas, cerrando así al reconocimiento de la verdad en muchos campos y desvanecerse porque lo veneren. Tal irracionalidad conduce al maltrato de quienes son sus subalterno haciéndole creer que no es imprescindible, golpeándolos y humillándolo recurriendo de esta manera al abuso de poder, olvidando que este tiene límites.
Pero es que desde la perspectiva de la evolución espiritual, la humildad es una virtud de realismo, pues consiste en ser conscientes de nuestras limitaciones e insuficiencias y en actuar de acuerdo con tal conciencia. Más aun, exactamente, la humildad es la sabiduría de lo que somos, de aceptar nuestro nivel real evolutivo y esto se traduce en un ejercicio de la grandeza y la sabiduría del ser humano como tal, pues esta es un valor que nos enseña a ser felices con lo que tenemos y lo que somos.
La historia del pensamiento económico nos recuerda que tres grandes obras que representan este fueron escritas con humildad y criterios ponderados como son la riqueza de las naciones, de Adam Smith en, 1776, el capital de Karl Marx, 1867, el primer tomo, y los dos restantes 1885 y 1894, respectivamente, post muerte, y la teoría general de la ocupación del interés y el dinero de John M. Keynes, 1936.
Estos tres gigantes del pensamiento económico practicaron la humildad al reconocer que sus escritos no eran perfectos por lo que recurriendo a sus íntimos para su corrección.
La humildad practicada por estos tres hombres les generó respeto y confianza hasta de sus adversarios, fueron obras que han trascendido a toda la humanidad a pesar de que su salida al mundo científico ha sido objeto de duras críticas y fuertes controversias.
Sin embargo, la seriedad investigativa, el no creerse que era lo más acabado de la perfección y la humildad con que aceptaron las discrepancias explican el por que en las mismas se encuentran una explicación objetiva del mundo y su evolución.
Una retrospectivas por el mundo de los grandes pensadores de la ciencia, nos conduce a la conclusión de que estos fueron seres humanos dotados de humildad, en particular los economistas que nunca se llegaron a creer dueños de la verdad absoluta, criterios que encuentran sus fundamentos en que la producción de sus ideas la colocaron a disposición de los demás y hoy en día ha servido de guía para profundizar en los avances científicos de la humanidad derivada de esa humildad de los pensadores. Y ha de ser de esa manera ya que esta es uno de los valores esenciales en la educación del ser humano, lo cual se traduce en el respeto hacia los demás, no infravalorar a nadie, no considerarse superior y sobre todo, tener una actitud permanente de aprendizaje, lo que en los hechos permite eliminar la arrogancia, reconocer las capacidades físicas, intelectuales y emocionales de los demás.
Es en tal contexto que la historia permite que recordemos la frase célebre del filosofo Sócrates cuando dijo: “Solo sé que no sé nada”. Conclusión a la cual arribó a raíz de que su amigo Querofonte, acudió al oráculo de Delfos para preguntarle si había alguien más sabio en el mundo que Sócrates, cuya respuesta fue negativa, noticia que fue transmitida de inmediato y este sorprendido emitió la respuesta más humilde que conoce la humanidad de “Solo sé que no sé nada”.