Opinión
El costo de usar los cargos como trampolín personal / Mavelin Ramírez
Cuando una persona asume una posición con visión estratégica, orientada a la excelencia, los resultados se traducen en eficiencia, transparencia, calidad y verdadero impacto
Por Mavelin Ramírez
En sociedades donde la confianza ciudadana en las instituciones se erosiona día tras día, se vuelve inevitable poner bajo la lupa el modo en que se gestionan las posiciones de poder, tanto en el ámbito público como privado. ¿Para qué se ocupa un cargo? ¿Para servir a la misión de la organización y aportar valor? ¿O para responder a intereses personales que van desde el estatus hasta el dinero, pasando por redes de favores y complicidades?
La respuesta, aunque incómoda, revela un patrón peligroso: con demasiada frecuencia, los puestos se convierten en plataformas de autopromoción, no en herramientas de gestión al servicio de lo colectivo.
Cargos: servicio o privilegio
Cuando una persona asume una posición con visión estratégica, orientada a la excelencia, los resultados se traducen en eficiencia, transparencia, calidad y verdadero impacto. Pero cuando la motivación es estatus o conveniencia personal, la gestión se degrada en clientelismo y oportunismo, dejando de lado lo que realmente importa: los resultados tangibles para la institución y la comunidad que se supone debe beneficiar.
En el sector público esto se traduce en políticas improvisadas, contrataciones por afinidad en lugar de por mérito, y estructuras obesas que diluyen recursos. En el sector privado, aparece como nepotismo, compadrazgos y promociones vacías que minan la competitividad frente a mercados globalizados.
No hay mayor retroceso que aquel en el que se prefiere colocar a “los cercanos” por encima de los más competentes. La cultura de la mediocridad se perpetúa cuando los decisores priorizan la conveniencia inmediata de un aliado sobre la sostenibilidad de largo plazo que garantiza un talento probado.
Esta práctica, repetida en múltiples niveles de liderazgo, asfixia la innovación, aleja a los profesionales más capaces y coloca a las organizaciones en un círculo vicioso: aparentan funcionar, pero nunca despegan.
Pero, por otro lado, cada cargo ocupado por alguien que no lo merece es una oportunidad perdida:
- Una política pública que no mejora la vida de la gente.
- Una empresa que no crece porque se gestiona desde la comodidad y no desde la estrategia.
- Una sociedad que se resigna a pensar que “así son las cosas”.
La factura la paga toda la comunidad en forma de servicios deficientes, baja competitividad y pérdida de confianza.
Entonces, vale decir, que no basta con criticar; urge cambiar la narrativa:
Que por un lado apostemos a la transparencia radical en los procesos de designación, contratación y ascenso.
Que apelemos y trabajemos en pos de la instauración de una cultura de mérito y resultados: premiar al que aporta valor real, no al que teje relaciones.
Que sea practicada una rendición de cuentas permanente: medir y evaluar gestiones con indicadores claros.
Y no menos importante, se trabaje en la formación de líderes íntegros que entiendan que el cargo es una responsabilidad y no un privilegio.
Finalmente, las organizaciones, sean públicas o privadas, son tan sólidas como lo sean las personas que las lideran. Si seguimos normalizando el uso de los cargos como trampolines de conveniencia, estaremos hipotecando no solo el futuro institucional, sino el de toda una sociedad.
Que todos y todas tengamos claro que la excelencia no es un lujo ni una alternativa: es la única vía para que el poder tenga sentido. Y si no se entiende así, el costo será siempre más alto que cualquier beneficio efímero.
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Mavelin Ramírez es Project Manager, Especialista en Gestión Humana, Desarrollo Organizacional y Direccionamiento Estratégico en la Gestión Empresarial, Docente Universitaria, Comunicadora.