Arte, Ciencia y Literatura
¿De dónde viene el nombre de Europa? Entre raíces griegas, semíticas y mitológicas
El concepto de Europa es secular, pero los historiadores no se ponen de acuerdo con respecto a su origen.
Mucho antes de que los cartógrafos discutieran si el mundo está constituido por cinco o seis continentes —la Organización de las Naciones Unidas, a día de hoy, contabiliza 6—, los mapas dibujados desde el «Viejo Continente» ya configuraban una visión del mundo conocido (sin América y otros numerosos territorios lejanos en ellos, por supuesto): las proyecciones griegas contemplaban únicamente Europa, Asia y Libia, y sobre esta base fue que Ptolomeo presentó su propia cartografía en su Guía de Geografía (Geōgraphikē hyphēgēsis), allá por el siglo II d.C.
Estas evidencias no solo nos emocionan por imaginar todo el territorio que les quedaba por descubrir entonces, sino que además demuestran que el concepto de Europa —geográfico, mas no político todavía— es extremadamente longevo. Y aun a pesar de ello, los historiadores no logran ponerse de acuerdo para responder a una pregunta a priori sencilla: ¿de dónde viene el nombre del continente?
Entre el griego y los términos semíticos
Algunos especialistas sugieren que Europa proviene del término semítico ereb, que significa “ocaso” o “poniente”. Desde la perspectiva de los pueblos del Cercano Oriente, las tierras al otro lado del mar Egeo eran, literalmente, el lugar hacia donde se ocultaba el sol. Esta idea conecta con una tradición muy extendida en las civilizaciones antiguas: denominar a los territorios no por límites políticos, sino en función de los puntos cardinales o de fenómenos naturales. En este caso, Europa no sería un continente con fronteras precisas, sino el “occidente” del mundo conocido.
Otros investigadores, en cambio, defienden un origen griego. Según esta teoría, el nombre deriva de eurys (ancho) y ops (rostro o mirada), una etimología que evocaría una “mirada amplia” o un “horizonte extenso”. Y en un sentido poético, la palabra describiría la amplitud del territorio más allá del mar, en contraposición con Asia, que se percibía como un espacio más cercano y delimitado. Para los griegos, que concebían el mar como el centro articulador de su mundo, Europa se presentaba como la tierra vasta, misteriosa, casi infinita en comparación con el Mediterráneo que habitaban.
Lo que dice la mitología
Pero quizás la versión más célebre sea la de la mitología griega, que coloca a Europa no como un lugar, sino como una persona. De acuerdo con el mito, era una princesa fenicia de Tiro, raptada por Zeus, quien disfrazado de toro blanco la llevó a Creta. Allí se convirtió en madre de Minos y, por extensión, en figura fundacional de la civilización minoica.
Este relato no solo explica un nombre, sino que simboliza el intercambio constante entre Oriente y Occidente: Europa nace del encuentro de culturas fenicias, cretenses y griegas. A lo largo de los siglos, su imagen se transformó en alegoría política y cultural. Monedas, mapas medievales y emblemas la representaron como una reina coronada, montada sobre un toro, metáfora de un continente que aspiraba a dominar y a unificar.
Así, sea como el “occidente” desde la mirada semítica, como la “mirada amplia” de los griegos o como la princesa mítica que cruzó mares, el nombre de Europa condensa la pluralidad de sus orígenes. Y quizá sea justamente esa ambigüedad —entre la geografía, la lengua y el mito— la que ha permitido que el término perdure por casi tres mil años.
Tomada de National Gegraphic