Arte, Ciencia y Literatura
El mito de Prometeo: en qué consiste
Prometeo: el mito que prefiguró a Cristo y fascinó a Marx

por David Rubio
Sirvan estas palabras del filólogo clásico Werner Jaeger que aparecen en la introducción del libro Prometeo: Mito y Literatura de Carlos García Gual como síntesis de la relevancia que ha adquirido en la historia de la cultura humana el mito de Prometeo: el mito entre los mitos griegos, un relato con diversas versiones que enriquece su inagotable significado en cada una de ellas.
Prometeo: el mito que prefiguró a Cristo y fascinó a Marx

Tal y como señala García Gual en su libro que tomamos con referencia para esta síntesis sobre el mito prometeico, este mito es una suma de versiones sucesivas y variables con la permanencia de cierto esquema.
Es decir, los hechos fundamentales se mantienen, pero el enfoque, incluyendo la personalidad de Prometeo y de algunos de los personajes secundarios de la trama varían en mayor o menor grado, de forma que no hay un Prometeo igual a otro… lo que amplía, como hemos dicho, su simbolismo y resonancia filosófica.
Pero, en esencia, te recordamos: Prometeo es un titán (los dioses que gobernaban el mundo antes de los olímpicos comandados por Zeus) que reta a los dioses robando el fuego para entregárselo a los humanos facilitando así su progreso y su civilización.
Pero, ya desde la primera versión conocida expuesta en dos obras de Hesíodo, el mito de Prometeo ofrece otros episodios claves en la mitología griega, incluyendo la aparición de la primera mujer (Pandora, modelada por Hefesto por orden de Zeus para vengarse de los humanos tras “lo de Prometeo”), así como la existencia de los males en el mundo, el fatigoso trabajo como una necesidad… y la esperanza.
Prometeo, la inflexible arrogancia contra la tiranía

Pero la fuente clásica más inspiradora que aborda el mito de Prometeo es Esquilo, que escribió una trilogía cuya primera parte ha llegado íntegra hasta nosotros: Prometeo encadenado. Pese a que los filólogos dudan de su autoría, la tradición se la sigue adjudicando al considerado primer representante de la tragedia griega y protagonista de una mítica regla mnemotécnica escolar con sus compañeros trágicos.
Es con Esquilo como Prometeo adquiere su carácter más complejo, “revistiendo de tragedia el viejo mito de Hesíodo”. No solo se nos presenta como un titán filántropo, el patrón del progreso humano, sino también como un dios traidor a los privilegios de su clase, “un mártir de la obcecación”, que termina sacrificándose por la humanidad, por los débiles, en una escena que ha estremecido desde entonces
Como castigo por no relevar el destino del fuego, Zeus ordena que Prometeo sea encadenado a una roca del Cáucaso donde un águila le come el hígado para toda la eternidad, puesto que su hígado, al ser inmortal, volvía a crecer cada mañana.
Para García Gual esta escena simboliza el destino de la humanidad, condenada a sufrir para toda la eternidad: “la humanización del personaje mítico es el gran mérito de la versión trágica de Esquilo”.
Del sacrificio cristiano a la rebeldía proletaria

Una historia tan fascinante no podía más que inspirar por los siglos de los siglos… encontrando obvios paralelismos con la figura de Cristo, hijo de Dios en la tradición cristiana, que también sacrifica su (parcial) divinidad por los débiles. No cabe duda de que la escena de Prometeo padeciendo en lo alto de una roca tiene mucho paralelismo también con la de Cristo en la cruz del Gólgota.
Porque ambos, según sus respectivas mitologías, son plenamente conscientes de sus actos, de su sacrificio. Prometeo roba “con plena conciencia” el fuego, sabiendo lo que puede pasar en cuanto Zeus se entere. Pero no cede, y sufre eternamente por la humanidad nutriéndose de su philanthropia… y su divina soberbia.
Algo similar sucede con Jesucristo, que aún con dudas (por su “vertiente humana”), como expone en la famosa escena de la Oración en el Huerto, termina por liderar esa lucha “contra poderes, contra autoridades, contra potestades que dominan este mundo de tinieblas”.
El radical antiautoritarismo de Prometeo y la lucha de tú a tú contra Zeus, el tirano del Olimpo en la tragedia de Esquilo, no podía pasar desapercibido tampoco para Marx que lo abrazó como “el primer rango entre los santos y los mártires del calendario filosófico”.
No es para menos, puesto que Prometeo no es un (simple) humano que reta al poder, no. Es un dios, con los privilegios propios de su clase, que renuncia a ellos impulsado por una excepcional combinación de insensatez, altruismo, egolatría y revolución. Un mito, en el más amplio sentido de la palabra.
Prometeo como modelador de humanos y origen de la civilización

Al margen de la vertiente clásica del mito, existen otras versiones que también deben ser conocidas y que ayudan a entender el puesto de privilegio que tiene esta figura en la historia de la cultura humana.
No hay que olvidar, en este sentido, que Platón también narra el mito de Prometeo en su diálogo Protágoras aunque lo enfoca de un modo diferente, con una intención didáctica más allá de su vertiente épica y trágica: la historia de Prometeo sería una alegoría que refleja simbólicamente las etapas del desarrollo de la civilización humana, de las sombras de la caverna el ciudadano iluminado de la polis.
En esta versión del mito, no obstante, no hay enfrentamiento directo entre Zeus y Prometeo, puesto que el primero también interviene para darles la “ciencia política” y puedan gobernarse a sí mismos y manejar el progreso que han alcanzado a través del fuego.
Así mismo, y tal y como se le representa en un famoso relieve funerario del Museo del Prado, Prometeo también es, según se extrae del texto de Apolodoro, entre otros, el dios que modela al ser humano: “Prometeo modeló a los humanos con agua y tierra, les dio además el fuego, oculto en una férula, sin conocimiento de Zeus”. Una faceta que también recuerda, ciertamente, al Génesis bíblico.
La cara oculta de Prometeo

Es lógico que, a nivel popular, incluso literario, nos hayamos quedado con lo que “mejor suena” del mito de Prometeo, buena parte de lo que ya hemos expuesto, pero esta historia de inagotable significación, también tiene su dosis de reverso tenebroso, puesto que, al fin y al cabo, nos faltan partes de sus fuentes clásicas: la obra de Esquilo era un trilogía de la que solo nos ha llegado la primera parte íntegra.
Así pues, existen algunas dudas acerca de la “tirante” relación entre Zeus y Prometeo que es probable que se recondujese a posteriori, ya que no hay que olvidar que Prometeo es finalmente rescatado de su castigo eterno por Heracles, hijo de su némesis.
Más interesante, aún, es la reinterpretación que hace Goethe de Prometeo en el Retorno de Pandora, en la que el escritor germano aporta una visión menos idealizada del titán filántropo. Y es que, como han expuesto también muchos filólogos clásicos, Prometeo “rivaliza con Zeus en trampa y engaño” empezando la “refriega divina” él mismo con la burla del sacrificio del buey por el que toma el pelo al mandamás del Olimpo… antes de robar el fuego.
Además de reivindicar la figura de Pandora, como origen de la belleza en el mundo, revirtiendo la legendaria “misoginia helénica”, y la de Epimeteo, el hermano “lento” de Prometeo (literalmente, puesto que su nombre significa “el que piensa después” frente a Prometeo que es la “previsión”, el que ve lo que va a pasar), Goethe ofrece una visión diferente del divino rebelde con causa.
Lo dibuja como un hombre de acción entregado a su voluntad de dominio, que en su enfrentamiento con el poder que representa Zeus, termina por urdir toda suerte de planes maquiavélicos para salirse con la suya, justificando sus loables fines, con medios poco ortodoxos.
Lo dibuja, en fin, como un adalid de la peor cara del progreso, el que deja atrás, el que se enajena en su afán por perseguir un sueño imposible y rendir homenaje a su propia e infinita vanidad.
Porque, a buen seguro que habéis conocido alguna que otra figura pública, más o menos prometeica que, envuelta en la bandera del progreso perpetuo y la supuesta filantropía, ha terminado por creerse un mesías en cuyos hombros descansa el destino de los más débiles, saltándose, por supuesto, la escena del sacrificio prometeico y la renuncia a sus privilegios de clase. Y es que la línea que separa la revolución de la tiranía es muy, muy fina, al menos aquí, bajo el Olimpo. Y si no, que se lo digan a Napoleón.