Opinión

Escribir sin condescendencia / Aníbal de Castro

Por qué el lenguaje exigente no es elitista

Por Aníbal de Castro

A menudo se me reprocha que escribo para una élite ilustrada, que elijo palabras demasiado pulidas y metáforas que, lejos de facilitar, traban la comprensión.

Que mis textos no son “para dominicanos“, como si hubiera una sola manera legítima de ser dominicano; o como si pensar con hondura fuera un gesto ajeno a nuestra identidad. Escucho esas críticas con la deferencia que merecen, pero discrepo de su premisa.

No escribo para halagar al lector con simplicidades ni para confirmar lo que ya sabe. Escribo porque creo que la sensibilidad y la reflexión pueden ir juntas, y deben hacerlo. Que el fondo, cuando es genuino, encuentra en la forma su aliada natural, no su enemiga. Y que el lenguaje puede ser exigente sin ser excluyente.

A mis lectores no los considero inferiores, ni les arrojo verdades masticadas. Los trato como anhelo siempre se refieran a mí: con respeto intelectual.

Si mi estilo a veces roza quizás lo elevado, es porque albergo la convicción de que el lector también puede ascender. No lo miro desde una torre de marfil, sino desde el llano de quien busca aprehender mejor el mundo que habita.

No me creo superior a nadie: me niego, más bien, a subestimar la inteligencia ajena.

No escribo para demostrar que sé, sino para compartir lo que me inquieta, lo que me atraviesa. Para provocar una mirada más atenta, una pausa. Convencido estoy, honestamente, de que en esta época de ruido y velocidad, una buena frase puede ser una forma de resistencia.

¿Mi clave? Siempre, el respeto. No el que se exige, sino el que se ofrece. Ese que aspiro nos dispensemos todos: en la palabra, en el pensamiento y en la lectura.

El autor es director del Diario Libre

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