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¿Por qué no se alineó la España de Franco con Hitler?
Acabada la Guerra Civil, Franco dudó entre ingresar en una nueva contienda en apoyo de su aliado alemán o quedarse al margen, corriendo el riesgo de una posible invasión
El 1 de abril de 1939 terminaba la Guerra Civil española. Las tropas nacionalistas se habían alzado victoriosas con la ayuda de la Alemania de Hitler y la Italia de Mussolini. El régimen de Franco se disponía a recomponer las estructuras de un país destruido por tres años de conflicto cuando, en septiembre, Francia y Gran Bretaña declaraban la guerra a Alemania después de que esta invadiera Polonia.
Acababa de empezar la Segunda Guerra Mundial. Un conflicto que, aunque previsible, para el régimen franquista suponía un factor de riesgo. Podía poner en peligro su futuro, dado que su implantación era inestable: no contaba con plena confianza popular, las heridas de la guerra estaban abiertas; la represión primaba por doquier; el país estaba económica y psicológicamente exhausto; las infraestructuras y vías de comunicación eran escasas y deficientes tras los combates; el Ejército no tenía medios; el maquis seguía operando en determinadas zonas del país; y, pese al poder absoluto que ejercía Franco, las tensiones se sucedían entre las familias políticas gobernantes: militares, monárquicos alfonsinos y carlistas, viejos y nuevos falangistas, cedistas, conservadores…
Nada más estallar el conflicto europeo, Franco declaró la “neutralidad” de España. No podía abandonar a Hitler, que le había ayudado en la Guerra Civil, aunque le hubiese contrariado el Pacto germano-soviético que precipitó la invasión de Polonia. Pero el nuevo régimen trataba de ganarse la confianza de las democracias europeas, especialmente de Francia y Gran Bretaña, con las que reanudaba lazos económicos. Para la supervivencia del régimen era vital el combustible y el grano que llegaban por mar desde Argentina, Canadá y Estados Unidos. La alineación de España con Alemania pondría en peligro ese abastecimiento: sobrevendría un bloqueo naval británico que aumentaría la hambruna que atenazaba el país.
Nuevas perspectivas
Franco siguió con atención lo que sucedía en Europa por las repercusiones que pudiera representar. El ministro de Asuntos Exteriores, el coronel Juan Beigbeder, y el de Gobernación, Ramón Serrano Suñer, cuñado de Franco, le habían hecho saber al embajador alemán en Madrid los temores del gobierno a que el cambio de situación le obligase a entrar en guerra cuando el país no se hallaba preparado y su ejército no contaba con los medios suficientes.
La situación se precipitó en abril de 1940, cuando las tropas alemanas invadieron Dinamarca y Noruega. Antes de que terminara esa campaña, Alemania lanzó una ofensiva contra Bélgica, Holanda y Luxemburgo, países a los que venció en pocas semanas. Después los alemanes alcanzaron la desembocadura del Somme y las tropas británicas se vieron obligadas a retirarse del continente por Dunkerque, junto a un contingente militar francés con el que el general De Gaulle organizaría en Londres el ejército de la Francia Libre.
La oleada de victorias relámpago alemanas alteraron el tablero geoestratégico europeo. Rumanía declaró su alineación con el Tercer Reich, mientras que Mussolini abandonaba su condición de “no beligerancia” y declaraba la guerra a Francia y Gran Bretaña. El gobierno francés abandonó París y, ante el vacío de poder, el veterano mariscal Pétain, embajador francés en España, asumió la jefatura del Estado.
En ese contexto, España cambió su posición de “neutralidad” por la de “no beligerancia”. Es decir, se alineaba con el Tercer Reich, pero sin entrar en guerra, porque Gran Bretaña no había sido derrotada y seguía dominando los mares. No obstante, Franco empezó a contemplar la posibilidad de comprometerse algo más con el bando ganador. Quería obtener una posición privilegiada en el nuevo orden internacional que, bajo la batuta de Alemania, se iba configurando. Y, de paso, reconstituir un “imperio” colonial, que permitiría a España equipararse a las grandes potencias.
Un imperio cuya expansión natural sería por África. En concreto, por el Magreb, considerado “espacio vital”, al ser España el país europeo más próximo. Siguiendo esta lógica, y aprovechando la situación, las tropas españolas tomaron el control de la ciudad internacional de Tánger. La maniobra no agradó a Alemania, y mucho menos a Francia, que controlaba la mayor parte del Magreb, y a Italia, que albergaba ambiciones coloniales en la zona.
El embajador español en Berlín entregó al secretario de Estado alemán un documento en que se afirmaba que, una vez derrotada Francia, y en caso de que Gran Bretaña siguiera en guerra, España estaría dispuesta a alinearse con Alemania en su esfuerzo bélico tras un breve período de preparación. A cambio, España pedía el control del Oranesado, el Marruecos francés y la ampliación territorial del Sahara y de Guinea, así como recibir una ayuda importante en alimentos y material militar, necesarios para tomar Gibraltar y defender las islas Canarias de un posible ataque británico.
Poco después, el general Vigón transmitió personalmente estas peticiones a Hitler y a su ministro de Exteriores, Joachim von Ribbentrop, en Berlín. Al mismo tiempo, esperando el plácet de Berlín, Franco concentró tropas en la frontera con el Marruecos francés. Fue bajo la apariencia de unas maniobras militares, muy desorganizadas, según el informe del cónsul alemán en Tetuán. Pero Hitler no respondió a las demandas. La ayuda económica y militar le pareció desorbitada.
En cuanto al Magreb, Hitler esperaba conseguir que la Francia del mariscal Pétain le secundase, tanto en el asalto a Gran Bretaña como en el norte de África. Y si tenía que escoger entre Francia, potencia colonial con un poderoso ejército, aunque hubiera sido derrotado, y España, acosada por la hambruna tras una guerra civil y con unas fuerzas armadas desorganizadas y anticuadas, prefería quedarse con la primera. Además, Alemania en esos momentos daba la guerra por ganada, y la ayuda española resultaba insignificante.
La idea de Gibraltar
Hitler no volvió a acordarse de España hasta que en agosto vio que su victoria sobre Gran Bretaña no iba a resultar ni tan fácil ni tan rápida como esperaba. Para doblegarla era necesario asentar tropas en Marruecos y en las islas próximas (Canarias, Azores, Madeira y Cabo Verde), desde donde podría seguir la guerra en el norte de África, controlar el Atlántico y prevenir una entrada en el conflicto de Estados Unidos. La vía natural para llegar a Marruecos era a través del territorio español, pero antes había que tomar Gibraltar para controlar el estrecho.
Las exigencias españolas para entrar en guerra les seguían pareciendo a los alemanes desorbitadas
Un mes antes ya se había personado en España el almirante Canaris, jefe del Abwehr, con algunos de sus colaboradores para inspeccionar el campo de Gibraltar. Su informe sirvió para cambiar el plan inicial de destruir el puerto y los barcos británicos en Gibraltar por el de invadir el peñón, idea que aprobó Hitler. Por un momento, el Führer contempló la posibilidad de atender las demandas españolas, sobre todo después de que Pétain le negara la cesión de una base militar en Casablanca.
Pero si España controlaba Marruecos sería a cambio de ceder a Alemania la explotación minera del territorio, así como bases en Agadir, en Mogador y en una isla canaria. En septiembre, Serrano Suñer viajó a Alemania al frente de una amplia delegación españolapara abordar estos aspectos. Se entrevistó con su homólogo alemán, Von Ribbentrop, y después con Hitler. Pero ninguna de las entrevistas llegó a buen puerto. Las exigencias económicas y militares españolas para entrar en guerra les seguían pareciendo a los alemanes desorbitadas.
En cuanto a las reivindicaciones territoriales, se limitaron a ofrecer a España la participación en el nuevo orden internacional, que conllevaría un nuevo reparto colonial africano –algo que anhelaba Alemania después de haber perdido sus posesiones tras la Primera Guerra Mundial–, pero esto sería cuando terminase el conflicto.
En cambio, Hitler y Von Ribbentrop apremiaron a Serrano Suñer para que España atacase Gibraltar, facilitase el paso por su territorio a las tropas alemanas y les permitiera tener bases militares en Canarias y Guinea. Serrano rechazó cualquier cesión territorial, especialmente en Canarias, dado que era una provincia, y no una colonia.
Ante la falta de acuerdo, Hitler le entregó a Serrano una carta para Franco en la que planteaba su interés por discutir estos temas en una entrevista personal en la frontera franco-española. En Francia la situación estaba cambiando. El régimen autoritario de Pétain se disponía a colaborar con Alemania, lo que suponía un serio inconveniente para las ambiciones españolas en Marruecos. En septiembre, las tropas francesas de Vichy rechazaron en Dakar (Senegal) un ataque de británicos y unidades de la Francia Libre de De Gaulle.
Días después, Hitler confesó a Mussolini en Brennero que no podía ceder Marruecos a España porque perdería a Francia. Mussolini estaba de acuerdo, pero en su caso por sus ambiciones territoriales en la zona. Unas semanas más tarde, Hitler acordaba celebrar un encuentro con Pétain para convenir los términos de la colaboración francesa. El encuentro tendría lugar en Montoire a finales de octubre, un día después del que iba a celebrar con Franco en Hendaya.
Ante este panorama, la posición española con respecto al Tercer Reich quedaba debilitada, una de las razones de que la entrevista de Hendaya no obtuviera los frutos deseados para ninguna de las partes. Hitler volvió a insistir en que España entrase en guerra y Franco se resistió: por un lado, por la falta de concreción con respecto a la obtención de los territorios y la ayuda económica y militar solicitada; por otro, porque Gran Bretaña seguía resistiendo y, por tanto, controlando los mares.
Lo único que logró Hitler fue que España se adhiriera al Pacto Tripartito, lo que implicaba su entrada en guerra, aunque con la condición de que fuera cuando el gobierno español lo creyese conveniente.
Un incidente alteró todos los planes. Italia atacó Grecia . De forma tan desastrosa que se puso de moda un chiste en el que se recomendaba alistarse en el ejército griego si se quería visitar Roma.
Hitler mandó llamar nuevamente a Serrano Suñer para explicarle cómo iba a ser la toma de Gibraltar
Al mismo tiempo, el estado mayor alemán informó a Hitler que los italianos difícilmente podrían tomar el canal de Suez para cerrar la puerta oriental del Mediterráneo, por lo que era necesario atacar Gibraltar para controlar el estrecho como paso occidental. Hitler, aún sin respuesta española, puso en marcha con su estado mayor la Operación Félix. Se planificó atacar Gibraltar a mediados de enero de 1941. El Ministerio de Defensa alemán urgió al de Exteriores a que alcanzase un acuerdo cuanto antes con España. Era necesario para iniciar las operaciones de reconocimiento que completasen la labor del Abwehr del almirante Canaris.
La toma de Gibraltar debía finalizar antes de marzo, porque ya se había previsto para después la invasión de la Unión Soviética, para la que había que contar con todas las unidades disponibles. Hitler mandó llamar nuevamente a Serrano Suñer para explicarle la operación. La cita puso al gobierno español entre la espada y la pared: los alemanes daban por hecho el ataque a Gibraltar, pero no habían dicho nada con respecto a las compensaciones españolas. Así se lo había hecho saber Franco a Hitler en una carta.
Se reunieron en El Pardo Franco, Serrano Suñer, Vigón y otros para discutir si se acudía a la cita. Al final se optó por ir para evitar un enojo de Hitler, que quizá podía traducirse en una invasión de España. La cita tuvo lugar en Berchtesgaden.
Von Ribbentrop expuso a Serrano Suñer su malestar por el hecho de que España no ayudase militarmente a Alemania. Este le replicó que la situación española era crítica y que, sin promesa alguna por escrito de las ventajas que obtendría el país con este nuevo sacrificio, no habría manera de implicarse en el conflicto. Ratificó, eso sí, el protocolo definitivo de Hendaya, por el que España se comprometía a entrar en guerra, pero reservándose la decisión de cuándo y cómo hacerlo.
Cambio de amistades
A principios de diciembre, el almirante Canaris se entrevistó en Madrid con Franco y con Vigón y les expuso los planes de la Operación Félix. Estaba previsto que el 10 de enero llegasen las tropas alemanas a España, y, en consecuencia, que el país entrara en la guerra. Franco lo rechazó, entre otras razones porque la situación militar no era la misma de junio.
Ese mismo día, Italia había sufrido un serio revés en el norte de África frente a los británicos. Ante la falta de acuerdo y el empeoramiento de la situación en los Balcanes y en el norte africano, Hitler ordenó la congelación de la Operación Félix y la suspensión del envío previsto de baterías para el sur de España, Canarias y norte de Marruecos. Para reducir los descalabros militares italianos, se entrevistó con Mussolini.
Poco después caía Tobruk en manos británicas, lo que llevaría a Hitler a poner a uno de sus mejores generales, Erwin Rommel, al frente del Afrika Korps. En las semanas siguientes continuaron las presiones alemanas sobre España. En busca de apoyos para sus tesis, Franco se entrevistó con Mussolini en Bordighera. No logró apoyo a sus reivindicaciones territoriales en el norte de África, pero al menos consiguió que el Duce mediara ante Hitler informándole sobre la desesperada situación económica de España.
Aun así, las presiones desde Berlín no cejaron, provocando cada vez más en el gobierno el temor a sufrir una invasión alemana. Solo se pudo calmar en parte el malestar alemán con el envío a Rusia de la División Azul, a mediados de año, y con el suministro a Alemania de materias primas, el avituallamiento de sus barcos, submarinos y aviones y el apoyo en asuntos de inteligencia e información. Si algo salvó a España de una implicación en la guerra fue la absorción de las fuerzas alemanas en el frente balcánico, en ayuda de Italia, y en el ruso después.
La entrada en guerra de Estados Unidos supuso el olvido casi definitivo de la cuestión española por parte de Alemania. Lo cual no quiere decir que Berlín no tuviera previstos, desde mediados de 1942, los planes Isabella e Ilona para la “defensa” de la península ibérica ante una posible invasión aliada del continente por España.
Las progresivas derrotas del Eje llevaron a Franco a maniobrar hacia el bando aliado. Mantuvo una entrevista con el máximo mandatario de Portugal, Oliveira Salazar, con el propósito de establecer contactos con los aliados. Serrano Suñer fue cesado tras un incidente entre falangistas y carlistas en Begoña. Fue sustituido por Gómez Jordana, presumiblemente aliadófilo. Alemania empezaba a flaquear y, sin romper del todo los lazos con Berlín, el régimen de Franco cambió de rumbo para sobrevivir cuarenta años.
lavanguardia.es
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