Opinión
La vida eterna / Juan Francisco Puello Herrera
Bajo esa percepción, la vida eterna no es la “inmortalidad, sino la comunión, de estar con Cristo”
Por Juan Francisco Puello Herrera
¿Es una utopía la vida eterna? El sentido de la vida nos dice que es una utopía, pero no a la usanza del término que se emplea como una quimera irrealizable. Lo es, desde la perspectiva de un proyecto de vida espiritual que constituye un auxilio para “crecer en la imitación de Cristo dentro del propio estado de vida”.
Bajo esa percepción, la vida eterna no es la “inmortalidad, sino la comunión, de estar con Cristo”, es un don, el don de la salvación, que no es una promesa de asegurar a los creyentes una vida sin tropiezos en la vida temporal, pues siempre estará marcada por la Cruz.
Jean Gitton, en Mi pequeño catecismo, explica que la vida eterna es una vida que no acaba, en la que estaremos siempre presentes en Dios, y Dios presente en nosotros. Se trata de la eternidad, un presente perpetuo, un presente de gozo creciente, de alegría siempre presente, se puede afirmar, dice Gitton, que la vida eterna es nuestra vida transformada en esta presencia.
En fin, se trata de un eterno presente en la que el alma se unirá de nuevo a un cuerpo que no morirá ya más, que será imagen de nuestra alma, que unida a Dios estará revestida de gloria. De esta manera, se cumplirá lo anunciado en una de las bienaventuranzas al manifestar que es de los pobres de espíritu el reino de los cielos.
Gitton cita al santo Cura de Ars quien decía: “Si no hay nada después de la muerte, habré sido engañado, pero no lamentaré haber vivido en el amor de Dios”.
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