Opinión
La importancia de publicar obras literarias o el desafío a la ineditez/ Miguel Collado
Este tema sobre la importancia de publicar las obras inéditas consideradas por sus autores como productos acabados que deberían ser lanzados al mercado del libro, nos obliga a recordar a otro importante historiador: Vetilio Alfau Durán, el maestro del detalle relevante
Por Miguel Collado*
A tres paladines de la difusión del libro dominicano:
José Rafael Lantigua,
Virtudes Uribe y
Luisa Rodríguez de Povedano
UN POCO DE HISTORIA
El tema relativo a la publicación de obras literarias como fórmula eficaz –y lógica- de desafío a la ineditez ha ocupado siempre un preponderante lugar en la vida cultural del país a través de toda su historia: desde el inicio de la actividad literaria en estas tierras colonizadas por los españoles –es decir, desde el siglo XVI, en que nacieron los primeros autores de ficción en la Isla-, ese histórico problema ha gravitado, como factor desmotivante, en el quehacer de los hombres y mujeres de letras, no tan sólo en la República Dominicana, sino también en el resto de los países latinoamericanos en los que el libro nunca ha sido asunto prioritario en la agenda de los gobernantes.
El necesario Emilio Rodríguez Demorizi nos cuenta, en su ensayo «El primer libro de poesía de escritor dominicano»,(1) que «La falta de imprenta contribuía a que quedase dispersa la obra literaria de escritores nativos y de extranjeros radicados en Santo Domingo, o que se perdiese para siempre, con desmedro del caudal literario de La Española. Por esto –sigue diciendo Rodríguez Demorizi-, algunos escritores como Sánchez Valverde(2) en 1785, habían de ir a España a imprimir sus obras. Además, cuando hubo imprenta, los problemas de la colonia y los temas de política relegaban la poesía a planos inferiores. Veinte años después de establecida la imprenta de Andrés Joseph Blocquerst, es cuando el prócer José Núñez de Cáceres imprime, en 1820, su Epinicio a los héroes de Palo Hincado».
Pero hoy la situación del escritor dominicano es muy distinta, pues el problema para dar a la luz pública su obra en forma impresa y en volumen, en esa impresionante tipografía garamond o times new roman, presenta otros matices: ya no es la ausencia de talleres de impresión, porque existen miles distribuidos en toda la geografía nacional; ni es la efervescencia política que a diario nos asalta con su absurdidez y cadena de desatinos. La situación es fundamentalmente –aunque no exclusivamente- de carácter económico, con otros ingredientes agregados que bloquean toda posibilidad de que, sin dolores y tropiezos, el autor pueda ver convertido en realidad su anhelo más profundo de hojear un volumen de sus cuentos o poemas, los cuales simbolizan girones de su alma, momentos estelares de su vida interior como creador.
Este tema sobre la importancia de publicar las obras inéditas consideradas por sus autores como productos acabados que deberían ser lanzados al mercado del libro, nos obliga a recordar a otro importante historiador: Vetilio Alfau Durán, el maestro del detalle relevante. Fue él, a nuestro entender, el primer escritor dominicano en comenzar a preocuparse por las obras literarias de autores criollos que permanecían inéditas.
Era tanto el interés de Alfau Durán por la suerte —no siempre buena— de dichas obras que muchas de ellas las cita en su ensayo bibliográfico «Apuntes para la bibliografía de la novela en Santo Domingo».(3) Y no dejaba de tener fundamento esa preocupación del destacado historiador y bibliógrafo, ya que posiblemente sea la República Dominicana uno de los países de la América Hispánica con mayor número de obras literarias inéditas, pues las múltiples e insalvables inconveniencias que el autor dominicano tiene que enfrentar para publicar son material suficiente para dictar más de una conferencia o escribir más de un ensayo quejumbroso.
UNA ENCUESTA SINGULAR
Treinta y dos años transcurrieron entre 1960, año en que Alfau Durán concluye la publicación de su ensayo bibliográfico, y 1992, año en que realizamos la primera encuesta en el país sobre obras inéditas, y el problema de la ineditez en República Dominicana seguía –y sigue- siendo el mismo. Gran parte de los autores encuestados (Víctor Villegas, Manuel Matos Moquete, Bruno Rosario Candelier, Hilma Contreras, Odalís G. Pérez, Antonio Fernández Spencer, Freddy Gatón Arce, Pedro Mir, Diógenes Valdez, Armando Almánzar, Franklin Domínguez, Rafael García Romero, Jorge Piña, César Zapata y otros). En ese momento no existía la Secretaría de Estado de Cultura, por lo que los encuestados coincidieron al considerar que el Estado dominicano debería intervenir, mediante la creación de una Editora Nacional, en la búsqueda de la solución a ese dramático problema que —todavía hoy, casi 31 años después de llevada a cabo la singular encuesta— enfrenta la mayoría de los autores dominicanos para publicar sus obras. Sería de gran valor informativo, ahora que contamos con una Editora Nacional, que el Ministerio de Cultura, auspiciara otra encuesta sobre obras inéditas en poder de los autores dominicanos, a partir de la cual quizá podría contemplar la posibilidad de implementar un plan de publicaciones estableciendo un orden prioritario en función de la calidad y de la importancia histórica y/o documental de dichas obras. Ese plan sugiere la creación de la “Serie Rescate” para incluir en la misma aquellos textos de gran valor de autores fallecidos.
Los resultados de la citada encuesta los dimos a conocer públicamente a través del periódico Listín Diario del 16 de mayo de 1993, específicamente en la página 4 de la sección “Ventana”. Sólo un dato impresionante queremos consignar aquí: determinamos que en el país existían, en ese momento, aproximadamente de 4,500 a 5,000 obras inéditas cuyos autores no habían podido darlas a conocer por razones básicamente económicas. Recordamos que el impacto de dicha encuesta motivó que el crítico José Rafael Lantigua le dedicara el editorial del suplemento Biblioteca: «[La encuesta de Miguel Collado] demuestra la necesidad de apoyo financiero para la edición de estos libros. […] Sin dejar de reclamar la participación del Estado en la empresa de facilitar medios para la impresión de los libros de autores dominicanos que no tengan los recursos para emprender la edición de sus obras —habida cuenta de la inexistencia de editores locales— creemos que debiera existir cierto esfuerzo mixto –de Estado, autores y empresa privada- para echar adelante un proyecto editorial que resulte ventajoso para la proyección de nuestros escritores».(4)
LA IMPORTANCIA DE ESCRIBIR Y PUBLICAR
Doble es la importancia de dar a conocer al público lector las obras literarias que permanecen inéditas: el autor experimenta la grandiosa emoción de ver un sueño materializado, la culminación feliz de una fantástica aventura espiritual que produce, por lo regular, sacudimientos interiores embelesantes; y el país crece en su acervo bibliográfico. Al dar a la luz pública las creaciones literarias de sus autores, el país se enriquece espiritual e intelectualmente, razón por la que quizá Gustavo Jiménez Cohén sentenció diciendo: “El índice bibliográfico de un país es su índice cultural, en el que se refleja el quehacer intelectual de un pueblo a través de sus escritores, investigadores y científicos».(5)
De lo anterior se deduce la urgencia de crear mecanismos y diseñar estrategias tendentes a evitar que obras literarias valiosas corran el riesgo de perderse y de que sea el olvido más atroz quien las acoja en su odioso seno. Una obra inédita, que es el resultado de un esfuerzo realizado, fácilmente puede convertirse en una obra extraviada o perdida para siempre, habiendo podido ser, quizá, una obra de significativa relevancia literaria. Nunca haber dejado la obra inédita y morir ha contribuido con el éxito de ningún autor ni con el esplendor de ninguna literatura.(6) Someter la obra escrita al fuego de las opiniones de los lectores, adquiriendo vida propia y dejando de ser pertenencia exclusiva de su autor, representa para éste todo un mundo de infinitas posibilidades de crecimiento en la medida en que los juicios de esos lectores —especializados o no— sean recibidos con sentido autocrítico, con actitud reflexiva. Esto le agrega valor a ese proceso de madurez del creador, no importa el género literario de que se trate. Es propicio, en este punto, citar al crítico Raúl H. Castagnino: “Se escribe para ser leído, se escribe para el público. La creación es una primera instancia que supone correlativamente la lectura por el público. A su vez, el lector es otro ‘revelador’ frente a la obra».(7)
Consideraba el poeta español Antonio Machado que el autor que nunca publica su obra se convierte en un esclavo de ella, pues tendrá que volver a ella y vivirá en permanente agonía haciendo cambios y modificaciones a la misma. No fueron estas sus palabras exactas, pero sí suya la idea, que a través de los años hemos asimilado como valioso consejo de un maestro. Y es que una obra inédita debe ser entendida como un proyecto literario inconcluso, al cual debemos volver una y otra vez o para cambiar el título o para sustituir algún elemento —palabra, frase o idea— que quizá, con el transcurrir del tiempo, se haya tornado extemporáneo. Sólo ha concluido ese proyecto escritural con la publicación de la obra en forma de libro, convencional o virtualmente.
Pero a pesar tanta adversidad contra a la cual debe enfrentarse el autor dominicano, debe haber espacio siempre para el optimismo y la determinación. Y en este punto, le recomendamos a todo autor joven que se inicia en los menesteres literarios que se acostumbren a hacer —como un recurso de automotivación— un ejercicio de mentalización interesante, parafraseando un poco el consejo del psicólogo y educador francés Paul C. Jagot en su obra El poder de la voluntad: al dar inicio a un proyecto literario es estimulante imaginarse el resultado (poemas, cuentos o novela) recogido en un hermoso volumen de 100, 200 ó 300 páginas con portada a todo color y con su subyugante olor a libro nuevo recién salido de las entrañas de una máquina de impresión moderna. Es un recurso de autoayuda que quizá pueda parecer pueril, pero no lo es.
Hacer eso sirve de acicate editorial, motiva profundamente y nos hace pensar en las posibles vías para gestionar los recursos financieros que permitirán convertir en realidad ese hondo deseo que invade a todo autor de ver que su obra ya no es suya, sino de dominio público, porque se ha convertido en una propiedad colectiva a través del libro impreso. Que no quepa la menor duda: aquí radica su mayor satisfacción como creador, más aún que cuando escribe la obra, que regularmente constituye todo un proceso de sufrimiento, de catarsis dolorosa.
UN POCO DE MARKETING EDITORIAL
Casi siempre el escritor dominicano publica sus obras por su cuenta y riesgo, no llevando a cabo una gestión editorial acorde con la visión gerencial que el marketing editorial sugiere, por lo que no difunde ni promueve ni publicita su obra impresa aplicando criterios mercadológicos que le permitan obtener niveles de beneficio económico ni tampoco un posicionamiento en el mercado que le garantice un número aceptable de lectores y compradores. No articula el autor dominicano —salvo contadas excepciones— una efectiva y bien concebida estrategia mercadológica, tal como lo sugiere el marketing editorial, ni tampoco tiene presente una regla esencial en materia editorial: no se debe publicar un libro si el autor o el editor no sabe a quién y cómo lo venderá. De ahí su estado de orfandad y el porqué, al final, terminando regalando sus libros publicados.
Es redundante —pero no deja ser oportuno— decir que el medio dominicano ofrece un alto grado de dificultad al escritor para publicar y hacer llegar su obra a los potenciales lectores (compradores) con la efectividad deseada, que posibilite la obtención de beneficios económicos que estimulen al autor a seguir escribiendo y publicando. No existe una cultura de la lectura del libro dominicano. Todo lo contrario: hay enraizada una cultura de la antilectura del libro dominicano. Quizá a esto se deba, en parte, que los pocos lectores que van a las librerías buscando novedades casi siempre preguntan, en primer orden, por las novedades editoriales extranjeras. Existe en el país, en materia literaria, un “extranjerismo delicioso” que se pone de manifiesto cuando a un escritor dominicano se le pregunta qué está leyendo y casi nunca dice que está devorando o releyendo la obra de uno de nuestros autores más representativos. Esa actitud negadora de nuestros valores literarios se levanta como un muro —quizá peor que el derrumbado en Berlín— entre autores y consumidores de libro en nuestro país. Decimos esto por un asunto de simple razonamiento económico: si hay problemas para vender un producto, también habrá problemas para recuperar lo invertido en la fabricación del producto, es decir, el libro. Qué estímulo tendrá el autor si no se motiva a esos lectores potenciales para que compren y lean el libro dominicano. Hay que hacer ya lo que tanto se ha dicho repetidas veces: promover la lectura de los textos escritos por los dominicanos de ayer y del presente. Volvemos a pensar en el Ministerio de Cultura, pero también pensamos en el Ministerio de Educación; ambos organismos estatales, con una estrategia combinada de estímulo a la lectura del libro dominicano, podrían ejecutar un efectivo programa en ese sentido. Ya sabemos que el primer ministerio cuenta con una Editora Nacional y que el segundo cuenta con una Dirección General de Cultura, pero ocurre que ambos órganos funcionan como islas de un caótico archipiélago institucional.
LA CRUDA REALIDAD
En vista de que a pesar de la existencia de una Editora Nacional la situación de los autores dominicanos en términos editoriales continúa siendo la misma de hace 31 años —y no se vislumbra, en los años por venir, ninguna solución desde el Estado que pueda contribuir con la solución del grave problema que históricamente han venido sufriendo los autores dominicanos para la publicación de sus obras literarias—, procedemos a lanzar al aire algunas sugerencias, ya que no aspiramos a concluir con un discurso de desaliento, sino de esperanza.
Es por eso que dicha solución debe provenir, como en la mayoría de los países del mundo editorial organizado, de la iniciativa privada, con lo cual podrían coadyuvar los propios autores, nucleándose en entidades sin ánimo de lucro, como círculos de lectura, asociaciones o clubes de autores, que, con el pago de las cuotas por concepto de membresía, y con el producido de las ventas de los libros, logren crear un fondo editorial que les permita, con espíritu de autogestión, sustentar programas de publicaciones de difusión internacional. Combinadas, la Unión de Escritores Dominicanos (UED), la Asociación Dominicana de Escritores (ASODE), la Asociación de Escritores y Periodistas Dominicanos (ASEPED), la Asociación de Escritores Dominicanos en los Estados Unidos de América (ASEDEU), la Cámara Dominicana del Libro y otras entidades similares, podrían articular un proyecto en esa línea. Sería una ocasión propicia para rescatar la Cámara, que no es privativa de los libreros, sino, además, de los editores y autores.
Lógicamente, esos recursos del fondo editorial deberán ser administrados con impecable sentido gerencial para garantizar su éxito, haciendo lo que mandan los principios de administración científica: planificando, organizando, dirigiendo y controlando con prudencia y tino cada acción, cada actividad desarrollada por la entidad creada con ese fin editorial. Esta o cualquier otra idea tendrá que ser puesta en marcha, pues hasta ahora quejarnos, lamentarnos y cuestionar al Estado por su apatía e indiferencia frente al problema, no nos ha conducido a nada positivo. Con la globalización avasallante que vivimos a diario y con la alienante presencia de las redes sociales en la vida de los creadores y de los lectores, quien no cuente en el futuro con mecanismos de autogestión a su alcance perecerá o no avanzará.
NOTAS:
(1) Cuadernos Dominicanos de Cultura, Año I, Vol. I, Núm. 12, Agosto de 1944.
(2) Antonio Sánchez Valverde. Idea del valor de la Isla Española [1785]. 2.a ed. Santo Domingo: Editora Nacional, 1971. 228 p. (Anotaciones a la edición por Emilio Rodríguez Demorizi y Fray Cipriano de Utrera).
(3) Revista Anales de la Universidad de Santo Domingo. Núms. 85-86 y 87-88, de 1958; y 93-96, de 1960.
(4) «Mi Acento», en Suplemento «Biblioteca», Listín Diario, sábado 16 de enero, 1993, pág. 7. (En diciembre de 1992 le habíamos suministrado a José Rafael Lantigua, a manera de primicia, los resultados de la encuesta).
(5) Epígrafe en nuestra obra Apuntes bibliográficos sobre la literatura dominicana. Santo Domingo: Biblioteca Nacional, 1993. Pág. 11. (Colección Orfeo: 2a. Etapa. Serie Bibliografía; 2.). Con esta obra el autor obtuvo el Premio Casa del Escritor Dominicano 1993.
(6) Una obra publicada 50 ó 100 años después, fuera del contexto histórico en el que la misma fue escrita, no causará el mismo impacto ni tendrá idéntico significado al que podría haber tenido al ser publicada en la época en que fue creada. Si la novela Ojos entreabiertos, escrita en 1939 por Livia Veloz, y con la que la olvidada escritora fue finalista en un importante concurso internacional de novelas inéditas, hubiera sido publicada en los años ’40, no en 1992 por gestión de rescate realizada por nosotros, de seguro que Veloz estaría considerada como una de las pioneras en la narrativa de tema urbano en la literatura dominicana. La historia narrada por ella se inicia en el Parque Colón de la ciudad de Santo Domingo, escenario de su obra, la cual fue editada por la Biblioteca Nacional. El crítico Odalís G. Pérez publicó, en 1997, un interesante estudio de la misma editado por el Centro Dominicano de Investigaciones Bibliográficas, Inc. (CEDIBIL): Ojos entreabiertos, de Livia Veloz: un retablo realista y psicológico en la novelística dominicana.
(7) Raúl H. Castagnino. ¿Qué es literatura? Naturaleza y función de lo literario. 5.a ed Buenos Aires: Editorial Nova, 1970. Pág. 109..
EL AUTOR *Miguel Collado, reconocido investigador literario, es el presidente-fundador del Centro Dominicano de Investigaciones Bibliográficas, Inc. (CEDIBIL).
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