Opinión
A la memoria de Eugenio María de Hostos, Ciudadano Eminente de América (y 11)/ Miguel Collado
Por Miguel Collado
HOSTOS, EL PADRE AMOROSO, TIERNO Y RESPONSABLE
Visto desde la perspectiva espiritual, desde su profunda sensibilidad como ser humano, justo es destacar en el prócer puertorriqueño Eugenio María de Hostos el amor inmenso sentido por su familia: por sus progenitores, por sus hijos, por sus hermanos y, de un modo muy especial, por la que fuera su compañera hasta el último instante de su vida, Belinda Otilia de Ayala, quien siempre dio muestra de un profundo amor, de un respeto tal hacia Hostos que rayaba en la veneración… hasta el momento triste de su partida física definitiva.
Hostos siempre tenía muy presente a sus seres queridos cuando estaba distante en su misión patriótica. Casi un centenar de cartas dirigidas a sus hijos, desde la infancia hasta la juventud, constituyen un claro ejemplo de esa atención constante propia de un padre responsable y preocupado. Una evidencia de ello: el 14 de enero de 1890, estando en la ciudad de Santiago de Chile, le escribe una carta a su esposa Belinda en la que le dice:
«Inda mía: ¿Cómo estás? ¿Y los niños? […] Recoge todos los besos que te envío y ponlos en la frente de cada uno de los niños. A ellos y a ti, buena noche, mil caricias y cambio de bendiciones. Mañana escribiré a todos; hasta a Adolfo, para imitar a Eugenio Carlos. Más besos de Eugenio María».
Belinda, que lo comprendía y lo apoyaba en su lucha independentista antillana, se encontraba con los niños en Chillán, ciudad chilena fundada en el siglo XVI y donde, en 1897, habría de nacer la prominente escritora Marta Brunet.
Luego de haber disfrutado de la lectura de ese epistolario familiar hostosiano,* nos asaltó la idea de hacer una reseña de esas emotivas comunicaciones enviadas por Hostos a seis de sus hijos (a los que vivieron hasta alcanzar la adultez): Eugenio Carlos (RD, 1879), Luisa Amelia (RD, 1881), Bayoán Lautaro (RD, 1885), Adolfo José (RD, 1887), Filipo Luis Duarte (Chile, 1890) y María Angelina (Chile, 1890). A Luisa Amelia le llamaba Toda-ojos y a María Angelina, Mariíta.
1) Para Eugenio Carlos
En su página íntima escrita en la ciudad de Santo Domingo el 5 de septiembre de 1882, a las 8 de la noche, Hostos, apelando a un recuerdo que lo transporta a San Cristóbal, describe el emocionante momento vivido por él y su esposa Belinda motivado por el cumpleaños de su hijo primogénito Eugenio Carlos:
«Tres años cumplió, en San Cristóbal, a las ocho y veinte de la mañana hermosa del 26 de agosto pasado, mi amable hijito Eugenio Carlos. No pude consagrarle entonces las dulces palabras con que deseo recordar la memoria de esos cumpleaños, que el curso siempre turbio de los años podrá hacer dolorosos algún día. ¡No lo quiera el buen Dios! Hasta hoy, no lo quiere. Cada día que llega, es un nuevo motivo de bendiciones para los padres felices de la encantadora criaturita: cada nuevo cumpleaños, motivo nuevo de complacencia paternal.
Estábamos en San Cristóbal, en la pastoril campiña en donde pasamos tan apacibles días. El niño, más bullicioso y alegre todavía de lo que suelen tenerlo su robusto cuerpo y su robusta almita, parece que instintivamente se empeñaba en aumentar el placer que su buena madre y yo sentíamos al felicitarnos mutuamente por el dichoso cumplimiento del tercer año de vida de nuestro primogénito».
2) Para Luisa Amelia
Luisa Amelia había cumplido sus dos años de edad en marzo de 1883, pero debido a una afección gripal o algo así, Hostos y Belinda, en su natural preocupación de padres responsables y amorosos, no le habían hecho celebración alguna todavía en el mes de mayo. El día 13 de este mes el padre angustiado y tierno que latía dentro de Hostos reflexionaba del siguiente modo:
«En el día aniversario, tenía el alma en suspenso: la amaba chiquitita estaba enferma. No era nada; pero nada en un hijo de mis entrañas es todo para mí; inquietud, desasosiego, zozobra, horizonte turbio, día nublado, noche negra. Y como ya son dos los cumpleaños de mi Toda-ojos, y en ambos ha estado nublado para nosotros su día por haber estado indispuesta en ambos».
Su «Toda-ojos». ¡Qué modo más dulce de describir los ojos grandes de la primera de sus hijas, la que habría de ser la fuente de inspiración del barco de papel que ha circundado todos los mares! A los dos días de haber cumplido 14 años de edad, ya una jovencita, el 9 de marzo de 1895 Luisa Amelia recibe de su sabio padre una lección sobre el valor de la moderación al agradecer o reconocer:
«Luisa Amelia, hijita querida: Gracias por tu cartita y por las calurosas expresiones con que nos agradeces el telegrama de felicitación. Bien haces en agradecer, hija mia; pero esfuérzate para tu bien en no exagerar nada ni exaltar tu imaginación y tu sensibilidad por nada. Queriéndote y manifestándotelo, nada de extraordinario hacemos; por tanto, no es bueno que expreses un agradecimiento extraordinario».
3) Para Bayoán Lautaro
Menos de dos meses le faltaban a Bayoán Lautaro para cumplir los 13 años de edad cuando recibió de su abnegado padre una carta datada en Nueva York el 4 de agosto de 1898, la cual transcribimos a continuación:
«Hotel América
Irving Place 15th St.
Nueva York, agosto 4 de 1898.
Sr. Bayoán Lautaro de Hostos
[El Valle, Venezuela]
¡Ay, mi amigo!: cuando yo vi aquella escopeta la laldo de la firma de usted, por poco me muero, pero no de miedo, sino de risa.
Pocas veces me ha hecho reir tanto una picardihuela tuya, picarillo; pero no tengas cuidado, que yo no he hecho en el aire mi promesa, y como parece que mamá y maestros Eugenio Carlos y Luisa Amelia participan de mis esperanzas con respecto a ustedes, no será extraño que don Bayoán encuentre algo que le convenga en el baúl de los regalos. Precisamente ayer me decía Molina que había visto escopetitas de esas que son preciosas; pero me preguntó: “¿Y ese caballero es juicioso? Porque el arma es fuerte, y si el niño es imprudente…” A lo cual contesté que usted, caballero, es el mozo más juicioso que hay diez leguas a la redonda de usted mismo. Y usted ¿qué dirá? ¿Se embaulará la escopeta, o no embaulará? En fin, como eso está subordinado a los informes, notas y exámenes, y yo espero que todo será bueno, allá veremos.
Ahora, un beso a
Papá».
Sería una lástima no transcribir íntegra la carta más tierna que hayamos podido leer de un padre contestando la recibida de su hijo al que solo le falta un mes para los 13 años de edad: es la que Hostos le envía a su hijo Bayoán Lautaro el 23 de agosto de 1898, la cual quedaría olvidada en la edición de 1939 de las Obras completas del prócer puertorriqueño:
«Nueva York, agosto 23 de 1898.
Señor Bayoan L. de Hostos,
El Valle [Venezuela]
Mi querido Bayoán:
Tus dos últimas cartitas me han llenado de alegría, porque con una de ellas, por el mero hecho de escribirme de puño y letra, se me quitó el miedo que me causó la noticia de tu fiebrecita; y con la otra carta me demuestras de nuevo tu cariño, demostración que es para un padre la mejor que puede hacérsele.
Mamacita me cuenta, enternecida, que tú andabas buscando suscripciones para hacer un recibimiento a papacito. Muchas gracias te da él; pero desea que te contentes con recibirlo con los brazos abiertos y con tu buen corazoncito lleno de alegría.
Pronto, si Dios quiere, tendremos la felicidad de reunirnos; y entonces veremos cómo mi hijito Bayoán sigue estudiando y complaciendo a su amantísimo
Papá».
4) Adolfo José
«Caballero y señor mío», así se dirige el Gran Maestro a su hijo Adolfo José cuando éste aún no había cumplido los 12 años de edad: había nacido el 1ro. de enero de 1887. Le envía una carta escrita en la ciudad de New York el 4 de agosto de 1898. El quinto de los siete vástagos de Hostos y Belinda se encontraba en El Valle, Venezuela. Ese cariñoso padre le dice:
«Con esas pruebas de cariño que en tu cartita das a tu mamá querida, con las que a mí me das, y con las buenas notas que de ti dan Mamá y Maestros, imagina si me tendrás contento.
Casi estoy por creer que se van ustedes a ganar el premio, y que el padre más feliz que va a haber cuando nos reunamos de nuevo, será tu amantísimo
Papá».
Diecinueve días después Hostos vuelve a escribirle a Adolfo José, es decir, el 23 de agosto de 1898. Seguía en la ciudad de New York:
«Querido Adolfito:
Tienes mucha razón, cuando me dices en todas tus cartitas que un padre hace mucha falta en su hogar; y por eso he decidido ya mi vuelta a él, en donde espero encontrarte completamente restablecido de la fiebrecita de que, felizmente, ya estaban tú y Bayoán convaleciendo.
[…]
Pero, en fin, gracias a Dios, ya están buenos, y es necesario que recobren el tiempo perdido, y que se preparen para el examen, cuando llegue tu amantísimo
Papá».
5) Para Filipo Luis
Filipo Luis, nacido en la capital chilena el 12 de junio de 1890, estaba muy pequeñín, por lo que Hostos les escribía con más frecuencia a sus hermanos: «Besos a todos, especialmente (porque a los otros escribo) a Filipo. Te besa y te abraza tu Hostos», le dice a su amada esposa Belinda en carta fechada en la ciudad de New York el 19 de julio de 1898. Filipo recién había cumplido los ocho años de edad.
Ese padre amoroso siempre estaba pendiente del más pequeño y comentaba sobre él en cartas que dirigía a sus otros hijos, como en la que le envía a su primogénito Eugenio Carlos —ya un jovencito— el 22 de septiembre de 1894: «Filipo se reía desde su cama, porque ha tenido un catarro que ha servido para que tu madre muestre una vez más lo buena madre que es». Toda la familia Hostos-Ayala se encontraba en ese momento en la patria de Gabriela Mistral y ahí estaría hasta agosto 1898, cuando partiría hacia Venezuela.
Pero el 22 de agosto de 1898, estando en New York, comisionado por el gobierno chileno para estudiar los institutos de psicología experimental en los Estados Unidos de América, Hostos le escribe al sexto de sus hijos de una manera enternecedora:
Nueva York, agosto 22 de 1898.
Señor Filipo L. D. de Hostos
El Valle.
¡Hombre! Don Felipe: ¿será verdad lo que me dicen? ¿será verdad que usted se está olvidando de papá? Dicen que usted no se aleja ya para nada de mamá, y que vive pegado a ella como antes vivía pegado a mí. Pero, ¡hombre!, Don Filipo ¿es eso posible? ¿conque todavía no van dos meses desde que salí de ahí, y ya está usted faltándome a la pegaduría?
Hace usted bien, caballerito; tan bien, que yo lo voy a premiar, en cuanto llegue ahí, por su pagaduría a mamacita.
Mientras llega el día de que te bese de veras, te manda muchos besos en esta cartita
Tu papá».
6) Para María Angelina
María Angelina (Mariíta) es el último retoño de Eugenio María de Hostos y Belinda Otilia de Ayala: la menor de todos sus hijos. Y por ser la más pequeña se muestra el padre tan juguetón con ella. Leamos esta carta:
Nueva York, agosto 22 de 1898.
Señorita María A. de Hostos
El Valle.
¡Aloo! ¿Hablo con la señorita María Angelina Laura Hostos de Ayala?
¿Sí? ¿Y cómo está la señorita? ¿Y la familia? ¿Y don Serapio? ¿Y el señor don Braulio sigue comiéndole las pastillas? Pero ¡qué tragón es don Braulio…! ¡Si parece hermano del Pae Zampabollos…! Y ahora que hablo de él, me acuerdo de doña Estebanía. ¿Hace mucho tiempo que no ha ido usted a verla? ¿Y la última vez que estuvo usted en… vió usted a doña Candela? ¡Jesús ¿Hizo ella el gesto tan feo que acostumbra hacer? ¡Qué doña Candela tan…!
Me dicen, Misia Mariíta, que estuvo usted de visita en casa de los González Bravo. ¿Es verdad? ¿Y se portó usted bien, por supuesto? ¡Vaya!… mi señorita, que me dan ganas que vengan ustedes a visitarme aquí. Pero ya iré yo: mientras tanto, le manda un beso por teléfono
Su papá».
7) Para Bayoán Lautaro y Adolfo José
Bayoán Lautaro tenía 13 años de edad y Adolfo José 11 —dos adolescentes ya— cuando su padre, desde Washington (Estados Unidos de América), les escribe la siguiente carta:
«Washington, D. C., julio 27 de 1898.
Señores Bayoán y Adolfo José de Hostos,
El Valle.
Queridos hijitos mios: he pasado casi todo el día pensando en ustedes dos.
Vean por qué:
Fui al Instituto Smithsoniano, que es un enorme y magífico castillo a la normanda, que un ricacho de sanas miras dedicó a la ciudad de Washington, a fin de que en él se reunieran y coleccionaran cuantos objetos de Historia Natural pudieran reunirse y coleccionarse.
En ese instituto, al entrar, se da uno con una soberbai colección de aves y pájaros de todos tamaños; desde el zumbador de nuestras Antillas hasta el cóndor de la patria chilena; de todas edades, recién nacidos, polluelos, ya formados. ¡Y si vieran ustedes qué maravillosamente disecados están esos pájaros! Los chiquititos, que los hay más chiquitos que el dedo meñique de Ñañita, parecen que están vivos y dan ganas de cogerlos, y de besarles la perucita y de estrujarlos; pero cariñosamente, no como hacía Bayoán.
[…]
Y ¿qué diría mi don Adolfo de una colección de mariposas, que, expresamente para pensar en é, recorrí de cabo a rabo? ¡Ah, mi amigo! ¡esa sí que es colección de mariposas! Y
eso, que faltan muchas de América, muchísimas de África y Asia; pero con las que hay habría podido Su merced entretenerse, cogiéndolas y coleccionándolas un año entero.
[…]
¡Vaya! Que Dios me los bendiga, como los bendigo yo, y que cuando llegue yo, enseñen colecciones a
Papá».
8) Para Luisa Amelia, Eugenio Carlos, Bayoán Lautaro y Adolfo José
A los cuatro hijos nacidos en Santo Domingo y que emigraron con él a Chile en diciembre de 1888, el Hostos-padre les escribe una misiva desde Santiago el 21 de abril de 1890 con una confesión de amor paternal tan enternecedora que sensibiliza al más duro de los humanos. Aún no habían nacido ni Filipo Luis ni María Angelina, aunque Belinda estaba embaraza del varón, que nacería en junio de ese año. A continuación dicha carta:
«Santiago, abril 21 de 1890.
Srta. Luisa Amelia y señores Eugenio Carlos, Bayoán y Adolfo José:
Hijitos mios, esta noche hay aquí muchas fiestas en memoria de Blanco Encalada, que fue un hombre que sirvió mucho a su patria; pero yo no he ido a las fiestas, porque he querido escribir a mamá y a ustedes, y porque prefiero a todas las fiestas el pensar en ustedes. Mejor me parecería el estar viéndolos jugar y el contarles el cuento de la fiera y de Pepota.
[…]
Vamos a ver, hijitos mios, si ahora no mortifican a su mamá. Nunca deben los niños ser más juiciosos, respetuosos y obedientes que cuando su papá está lejos y su mamá está sola luchando con tantos picaritos.
Y usted, mi don Eugenio Carlos, corrija y modere a sus hermanitos, pero sin tratarlos con violencia.
Adios, hijitos mios: quieran mucho a su papá, que los bendice.
Eugenio María».
¡Cuánta dulzura! ¡Qué manera tan educada —¡de tanta admirable formalidad!— para expresar amor y respeto por sus hijos, pero, a la vez, para enseñarles modales y valores familiares! Eran niños los cuatro: Eugenio Carlos tenía 11; Luisa Amelia, 9; Bayoán Lautaro, 6; y Adolfo José, 3. Hostos se refiere a Manuel José Blanco y Calvo Encalada (1790-1876), patriota chileno, político y diplomático, que tuvo una sobresaliente participación en las luchas libradas por el pueblo chileno en procura de su independencia frente al imperio español.
FINALMENTE
Para Eugenio María de Hostos ser padre entrañaba una gran responsabilidad. Él confiesa que había «pasado toda su vida declarando poco dignos de ser padres a la mayor parte de los padres que había conocido» y que «anhelaba con fervor ser padre digno de sus hijos». Así lo consigna en su página íntima escrita en Santo Domingo el 5 de septiembre de 1882 a las 8 de la noche. ¡Y lo fue! En su opinión la tarea de ser padre era difícil: consideraba que «si difícil es educar niños cualesquiera, más ha de serlo el dirigir entendimiento y espíritu» en nuestros hijos del alma.
Fue Hostos un padre poseedor de una profunda conciencia de la importancia del padre como sostén fundamental de la familia. Por eso le confiesa a su hijito Adolfo José: «Querido Adolfito: Tienes mucha razón, cuando me dices en todas tus cartitas que un padre hace mucha falta en su hogar; y por eso he decidido ya mi vuelta a él».
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(*) Eugenio María de Hostos. Obras completas. La Habana, Cuba: Cultural, 1939. Tomo III: «Páginas íntimas».
El autor es poeta, escritor y editor dominicano.
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