Opinión

A la memoria de Eugenio María de Hostos, Ciudadano Eminente de América (9)/ Miguel Collado

¡Hostos es para todos los días por la perennidad de sus ideas luminosas, especialmente en el ámbito de la educación y en el plano ético-moral!

Por Miguel Collado

REVERENCIAR A HOSTOS TODOS LOS DÍAS ES UN DEBER DE TODOS LOS DOMINICANOS

En la cultura dominicana a la hora de escoger una fecha para rendirle tributo póstumo a un personaje de indudable relevancia histórica se suele tomar en cuenta, casi siempre, dos efemérides: la del natalicio y la del fallecimiento. En el caso del prócer puertorriqueño Eugenio María de Hostos, el 11 de enero y el 11 de agosto: nacimiento en Puerto Rico en 1839 y muerte en República Dominicana en 1903, respectivamente. Es como si acaso se pensara que solamente esos dos momentos revisten importancia en su ruta vital. Y Hostos no es caso único. Suele ocurrir con los héroes que dan brillo a nuestra historia: Juan Pablo Duarte, Francisco del Rosario Sánchez, Matías Ramón Mella, María Trinidad Sánchez, Gregorio Luperón, Gaspar Polanco, Pedro Francisco Bonó, Ulises Francisco Espaillat y Benito Monción, por ejemplo. También acontece con las más connotadas figuras que enaltecen las letras dominicanas: Salomé Ureña de Henríquez, Gastón Fernando Deligne, Pedro Henríquez Ureña, Juan Bosch, Francisco Gregorio Billini, Franklin Mieses Burgos, Aída Cartagena Portalatín, Manuel del Cabral y Pedro Mir, entre otros tantos nombres relevantes.

Luego de las actividades celebrando el aniversario del natalicio o conmemorando el aniversario del fallecimiento, el nombre del personaje —héroe o heroína, hombre o mujer de letras— jamás será objeto de mención o de reverencia ni en los círculos intelectuales ni en las aulas universitarias y mucho menos en las aulas de las escuelas públicas y colegios. Es como si nada que mereciera ser destacado tuvo lugar en los 10 meses restantes de la vida del personaje cuya memoria se ha pretendido preservar o con el montaje de una conferencia o con el acto solemne de una ofrenda floral ante su tumba, que no siempre tiene lugar en el Panteón de la Patria.

Esa práctica, totalmente injusta, no está muy divorciada de aquella, muy común también, de lanzar al olvido a figuras fallecidas que entregaron sus vidas pensando en la patria, por ejemplo. La lista es larga y podríamos, involuntariamente, olvidar nombres de inmortales si nos dispusiéramos a elaborarla. Por ahora, quedémonos con el caso del Ciudadano Eminente de América: Eugenio María de Hostos, padre de la educación.

Una breve anécdota que ilustra lo que llevamos dicho. Luego de los actos realizados en el mes de agosto del año 2021 —con ocasión de cumplirse el 118 aniversario del fallecimiento de Hostos—, varios escritores amigos reaccionaron al comentarles que el libro Visión de Hostos sobre Juan Pablo Duarte sería puesto en circulación en el mes de septiembre de ese año. «¿Y por qué no dejas eso para el mes de enero?», nos preguntó, casi sugiriéndolo, uno de ellos. Sonreímos, observándolo detenidamente por unos segundos, como si estuviéramos escarbando en nuestro cerebro las palabras precisas. Y he aquí nuestra respuesta: «Apreciado colega y amigo, Eugenio María de Hostos es para todos los días, para todos los meses, para toda la vida, porque su luminoso pensamiento sigue encendido, vivo, actual, y todavía puede servirnos de guía en medio de las sombras por las que continúa atravesando la sociedad dominicana en términos morales, pero, sobre todo, en la reorientación del sistema de enseñanza en República Dominicana, ámbito en el que su legado es incomparable».

Sorprendido ante esa respuesta, nuestro amigo solo atinó a decir: «Miguel, ahora entiendo; tienes toda la razón». Y es que en verdad son muchas las fechas trascendentes en la cronología vital de Eugenio María de Hostos. Tantas, que diariamente, y durante todo el año, podríamos montar un evento que ratificaría la grandeza del apóstol antillano en numerosos campos del saber humano. En esa cronología vital hostosiana, en la parte correspondiente al mes de septiembre, por ejemplo, observamos dos acontecimientos de alta significación histórica ambos: el aniversario del natalicio de don Eugenio de Hostos y Rodríguez —el ejemplar padre del Sr. Hostos—, nacido el 15 de septiembre de 1807 en la ciudad de Mayagüez, Puerto Rico; y el 10 de septiembre el aniversario de la muerte de Belinda Otilia de Ayala Vda. de Hostos, acontecimiento que tuvo lugar en 1917 en la ciudad de San Juan, Puerto Rico.

Y por esas dos efemérides históricas fue que optamos por realizar ese acto de puesta en circulación de la segunda edición de Visión de Hostos sobre Juan Pablo Duarte en el mes de septiembre de 2021. No tirar en el baúl de los olvidos esas dos efemérides referidas a dos de los seres más amados por Eugenio María de Hostos constituyó un modo de rendirle tributo a su memoria desde la sensibilidad más profunda. Su padre lo procreó con la mayagüezana María Hilaria de Bonilla, quienes lo educaron con amor y con valores; y Belinda Otilia, desde mucho antes de cumplir los 20 años de edad, fue siempre su sostén emocional constante, en las buenas y en las malas, desde julio de 1877, cuando contrajeron matrimonio en Caracas (Venezuela), hasta el momento final de sus días en agosto de 1903 en la ciudad de Santo Domingo.

Pero sobre todo reverenciamos en ese evento la figura del patrocinio Juan Pablo Duarte, a quien tanto admiraba y valoraba Eugenio María de Hostos. Y en este punto, oportuno es consignar que el pensamiento pedagógico del Gran Maestro Eugenio María de Hostos estaba atravesado por las mismas ideas políticas que animaban al patricio Juan Pablo Duarte. Eran dos idealistas, dos abanderados de la causa patriótica de sus respectivos pueblos, por cuya independencia lucharon: Puerto Rico y República Dominicana.

Hostos dejó evidencias en su obra intelectual del respeto que le inspiraba la figura histórica del forjador de la nacionalidad dominicana. En su texto titulado «Duarte», contenido en el libro compilado y editado por nosotros, contando con el copatrocinio del Centro Dominicano de Estudios Hostosianos (CEDEH) y la Academia de Ciencias de la República Dominicana, el insigne pensador puertorriqueño dice lo siguiente lo siguiente:

«En el seno de esa sociedad embrionaria, mucho más embrionaria todavía cuando la dominaban los haitianos y estuvieron a punto de absorberla, nació el primer dominicano. Llamábase Duarte, y tenía nombres bautismales, buena alcurnia, antecedentes de familia y cuanto la biografía aprovecha para enaltecer la personalidad que ensalza. A nosotros baste el apellido: con él basta, porque ese es el nombre que ilustró el primer patriota quisqueyano, y ese es el que con la historia de su triste patria lo conoce. Duarte, enviado a España por sus padres, se educó y adquirió allí la tenacidad de propósitos de que dio ejemplo hasta el momento de su muerte. Viendo esclava de esclavos emancipados a Quisqueya, antes de volver a su seno había resuelto, y al volver llevó a cabo, la independencia del vergonzoso yugo».

En conclusión, de haberse conocido y tratado, estamos plenamente seguros de que Juan Pablo Duarte y Eugenio María de Hostos hubieran sido verdaderos amigos, soldados de una misma tropa antiimperialista antillana, porque ambos eran hombres de armas a tomar y estaban impulsados, atravesados, por las mismas ideas libertarias.

NUESTRA PROPUESTA: reverenciemos al Ciudadano Eminente de América todos los días. Sería lo justo; sería una muestra de permanente gratitud. Asumamos su legado, que en esta hora incierta y oscura en la que se encuentra inmerso todo el mundo americano nos serviría de

faro. Como ya lo ha declarado el poeta Julio Cuevas: «¡Volvamos a Hostos!» Y el mejor y más positivo modo de rendirle tributo permanente al Gran Maestro de América y padre de la educación moderna en República Dominicana es entrando en su pensamiento luminoso diariamente, porque él no es tan solo para el mes de enero ni para el mes de agosto solamente: ¡Hostos es para todos los días por la perennidad de sus ideas luminosas, especialmente en el ámbito de la educación y en el plano ético-moral!

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