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Robert Ciolek era un joven seminarista en la década de 1980 y se sentía orgulloso al escuchar a Theodore E. McCarrick, su brillante y carismático obispo en Metuchen, Nueva Jersey, quien le decía que era un alumno destacado y que estaba destinado a estudiar en Roma y ascender en la jerarquía eclesiástica.
McCarrick comenzó a invitarlo para que lo acompañara en viajes largos, a veces solo y otras con algunos jóvenes seminaristas más. Ahí, a menudo el obispo designaba a Ciolek para compartir su habitación, que solamente tenía una cama. En algunas ocasiones los dos hombres pronunciaban sus oraciones nocturnas juntos, antes de que McCarrick le dijera: “Ven y sóbame un poco los hombros”, lo que terminaba en tocamientos indeseados en la cama.
Ciolek, que tenía poco más de 20 años en esa época, dijo que se sentía incapaz de negarse, en parte porque un maestro en su secundaria católica ya había abusado sexualmente de él, un trauma que le había contado al obispo.
“Le tenía fe, era mi confidente, lo admiraba”, dijo Ciolek en una entrevista este mes, la primera vez que ha hablado en público sobre el abuso, que duró varios años durante su vida como seminarista y después como sacerdote. “No podía imaginar que él estuviera pensando en algo que no fuera para mi bien”.
Una de las razones por las que es posible que las acusaciones no impidieran el ascenso de McCarrick es que el tocamiento indeseado a un adulto por parte de un obispo o superior no se considera explícitamente un delito bajo los cánones legales de la Iglesia, según dijeron académicos en leyes católicas.
“Podría haber sido destituido de su cargo; ciertamente no debería haber subido de categoría”, dijo monseñor Kenneth Lasch, un abogado canónigo y sacerdote retirado en Nueva Jersey que trabaja como defensor de víctimas.
Muchas diócesis en Estados Unidos tienen sus propias políticas para atender el acoso sexual en el ambiente laboral. Pero no hay políticas globales en la Iglesia católica para atender el acoso sexual contra adultos, y no existen procedimientos estandarizados para informar sobre conductas sexuales incorrectas por parte del propio obispo local, dicen los expertos.
El Estatuto para la Protección de Niños y Jóvenes, elaborado y puesto en vigor por los obispos de Estados Unidos en la cúspide del escándalo por abusos sexuales a niños en 2002, no incluye a víctimas de más de 18 años. El estatuto de los obispos tampoco contiene procedimientos para responsabilizar a estos más allá de una “corrección fraternal” por parte de los otros obispos. McCarrick ayudó a redactar el borrador del estatuto.
La red de sacerdotes y monjas llamada Catholic Whistleblowers envió hace poco una carta en la que les exigía a los obispos estadounidenses expandir la categoría de víctimas para incluir a adultos. También les exigió aplicar su política de tolerancia cero a los obispos, dijo Lasch, un miembro de Whistleblowers.
El pago por el acuerdo que Ciolek recibió en 2005 no venía acompañado de un reconocimiento formal de culpa, y le prohibía totalmente hablar con los medios sobre el abuso. Sin embargo, desde que suspendieron a McCarrick, el cardenal Joseph W. Tobin de Newark y el obispo de Metuchen, James F. Checchio, se han disculpado personalmente con Ciolek en nombre de la Iglesia.
“No encuentro las palabras para ofrecer una disculpa, y me avergüenzo infinitamente de esta conducta atroz”, Checchio le escribió.
Ciolek ha sido liberado de sus acuerdos de confidencialidad para hablar públicamente de los hechos. “Si la Iglesia de verdad quiere arreglar todo este desastre, está obligada a hacer algo”, dijo. “Entonces podré juzgar la sinceridad de las expresiones de pesar que me han ofrecido”.
McCarrick comenzó a subir en la jerarquía de la Iglesia católica: de ser el director de la pequeña diócesis de Metuchen a ser arzobispo de Newark y después arzobispo de Washington, donde fue nombrado cardenal. Permaneció en el puesto hasta entrados sus ochenta y tantos años y fue uno de los cardenales estadounidenses más reconocidos mundialmente.
De pronto, el mes pasado, McCarrick fue destituido del ministerio, después de que la arquidiócesis de Nueva York consideró creíble la acusación de que había abusado de un niño de 16 años hace casi 50 años.
McCarrick, de 88 años, que se negó a hacer comentarios para este artículo, dijo en un comunicado el mes pasado que no recordaba el abuso. Es el dirigente católico de mayor rango en Estados Unidos que ha sido destituido por abuso sexual de un menor.
Sin embargo, aunque la Iglesia respondió con rapidez a las acusaciones de que McCarrick había abusado de un niño, algunos funcionarios eclesiásticos sabían desde hacía décadas que el cardenal había sido acusado de acosar y tocar inapropiadamente a adultos, según entrevistas y documentos obtenidos por The New York Times.
Entre 1994 y 2008, los obispos estadounidenses, el representante del papa en Washington y hasta el papa Benedicto XVI recibieron varios reportes sobre las transgresiones del cardenal con seminaristas adultos. Dos diócesis en Nueva Jersey pagaron acuerdos extrajudiciales en secreto en 2005 y 2007 a dos hombres, uno de ellos Ciolek, por acusaciones en contra del arzobispo. Todo ocurrió mientras McCarrick desempeñaba un papel importante en la promoción de la nueva política de tolerancia cero de la Iglesia en contra del abuso infantil.
Aunque la Iglesia católica ha hecho grandes avances para lidiar con el abuso sexual infantil, ha evitado en gran medida el reconocimiento de acoso sexual y abuso contra seminaristas adultos y sacerdotes jóvenes a manos de sus superiores. Como los obispos tienen control sobre las actividades de los sacerdotes y según la cultura clerical esperan su lealtad absoluta, los seminaristas y los sacerdotes se encuentran en una posición especialmente vulnerable al acoso sexual por parte de sus superiores.
“En la iniciativa privada, siempre hay maneras de informar sobre conductas indebidas”, dijo Ciolek, de 57 años, en su casa en Nueva Jersey. “Tienes a un encargado en Recursos Humanos, tienes un departamento legal o cuentas con la denuncia anónima; existen sistemas. ¿La Iglesia católica tiene algo así? ¿Cómo se supone que un sacerdote haga una denuncia sobre abuso o actividades indebidas por parte de su obispo? ¿Cuál es el medio establecido para que cualquiera haga algo así? Creo que eso no existe”.
Ahora, después de la caída de McCarrick, algunos católicos dicen que la Iglesia está a punto de enfrentarse con su propio movimiento #MeToo (yo también). El sacerdote jesuita Hans Zollner, miembro de la comisión del Vaticano para asesorar al papa sobre la protección de menores, dijo que ha visto más víctimas salir a la luz en los meses recientes para acusar a miembros de la Iglesia de haber abusado sexualmente de ellos ya como adultos.
“El movimiento #MeToo ha impulsado estas revelaciones”, dijo. “Ha generado un nuevo nivel de atención a este tipo de abuso”.
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