Faculty Member
En el transcurso de las tres décadas que Rafael Leonidas Trujillo Molina gobernó la República Dominicana, el fallecimiento de cualquier miembro importante de su familia fue un acontecimiento nacional propicio para que su vanidad y petulancia alcanzaran matices consonantes con su egolatría.
Exceptuando escasos adversarios suyos dispuestos a asumir las consecuencias que conllevaba incumplir la ordenanza oficial de cerrar sus negocios, como muestra de duelo, las instituciones públicas y privadas cumplían cabalmente el mandato cesando sus actividades por periodos de tiempo que oscilaban entre tres y cinco días, dependiendo del grado de afección que le produjera al tirano la partida del mundo terrenal del fallecido.
La prensa, particularmente los diarios La Nación, Listín Diario y El Caribe, tenía como única opción ceder sus páginas por una o dos semanas para destacar las virtudes del muerto e inculcar en la mentalidad de la población dominicana lo pernicioso de dicha pérdida para la salud emocional y social del país.
La muerte más singular fue la de su padre, José Trujillo Valdez[1], ocurrida el 10 de junio de 1935. Según una buena camada de lisonjeros del dictador y de periodistas que cubrieron la noticia de su deceso, José Trujillo Valdez era “tronco noble y fecundo, ciudadano de acrisoladas virtudes, connotado estadista, recia encina que brindó todos sus frutos a la sociedad a cambio de nada, y varón de gloriosa estirpe española.”
“Ante semejante desgracia, y asumiendo como suyo el estado emocional pesaroso de sus conciudadanos, las autoridades civiles, educativas, militares y diplomáticas nacionales tomaron las medidas que, a su entender, aliviarían el dolor que tan infausta y repentina muerte había causado a la nación. A pocas horas del deceso, el Congreso Nacional hizo pública una resolución ordenando que el país entrara en duelo por tres días (lunes 10, martes 11 y miércoles 12 de junio). Todas las actividades comerciales, civiles y oficiales fueron suspendidas, hasta los colmados y ventorrillos cerraron sus puertas. Incluso, los servicios de emergencia también desaparecieron
Con su muerte, el entonces Diputado al Congreso Nacional y, por añadidura, Hijo Adoptivo de Santo Domingo y de otras provincias del país, José Trujillo Valdez (don Pepe o Pepito, como lo apodaban sus allegados de confianza) se convirtió en el primer miembro importante de la familia Trujillo Molina en fallecer luego del ascenso al poder del tirano, en 1930. Desde ese momento, y hasta finalizada la dictadura, el nombre de José Trujillo Valdez fue estampado en calles, parques, hospitales, escuelas, etc.
La mañana posterior al sepelio Virgilio Álvarez Pina, presidente del Gobierno del Distrito Nacional (Consejo Administrativo), elaboró una resolución proponiendo el nombre José Trujillo Valdez para la avenida que llevaba el nombre del padre de la patria dominicana, Juan Pablo Duarte. La propuesta fue aprobada por unanimidad y enviada inmediatamente al Congreso Nacional. Pocos días después la avenida Duarte fue rotulada José Trujillo Valdez.
. Pero las lisonjas de los acólitos de Trujillo superaron los límites de la realidad. Al cuarto día del fallecimiento el señor Andrés Julio Espinal, del entorno trujillista y Gobernador de San Cristóbal en 1949, conmovido por lo que él calificó de “terrible desgracia,” remitió una correspondencia a Miguel A. Roca, presidente de la Cámara de solicitando: “Que la honorable Cámara de Diputados dictara una resolución en virtud de la cual, el asiento que en ella ocupaba el ilustre fenecido José Trujillo Valdez quedara vacío, hasta tanto un busto de bronce que perpetuara su presencia en esa honorable Cámara viniera a ocuparlo, para gloria del padre, consuelo de la esposa, orgullo de los hijos, satisfacción de sus admiradores y ejemplo objetivo para las generaciones sucesivas”. Diputado de Santo Domingo, José Trujillo Valdez fue sepultado en la capilla de los inmortales, de la Catedral Primada de América, y sus restos permanecieron allí hasta el 18 de diciembre de 1961. Actualmente está en el sótano de un panteón abandonado del cementerio Nacional de la avenida Máximo Gómez, junto a su hija Marina Trujillo Molina, el esposo de esta, José García, y varios de sus nietos y sobrinos.
El sepelio de despedida del mundo de los vivos de su tío materno, Plinio Pina Chevalier[2], no fue menos extravagante que el de su padre José Trujillo Valdez. Señalado como una de las personas más cultas y brillantes del San Cristóbal de la primera mitad del siglo XX, Plinio Pina Chevalier falleció el 18 de octubre de 1956 en New York, ciudad adonde había sido trasladado semanas antes de morir en busca de mejorar su salud. Sus restos fueron transportados desde New York a Santo Domingo en un avión de la Compaña Dominicana de Aviación dispuesto exclusivamente para ese fin. Ya en el país, el cadáver fue recibido en el aeropuerto General Andrews personalmente por Trujillo acompañado por una abultada comitiva compuesta por familiares, funcionarios gubernamentales y oficiales de los distintos cuerpos castrenses. Del aeropuerto lo llevaron a la capilla San Elías situada en el cementerio del Cementerio Nacional de la avenida Máximo Gómez donde, tras un rimbombante velatorio fue inhumado en dicho camposanto. La ceremonia de descenso del féretro al sepulcro estuvo encabezada por el propio dictador.
Siendo Trujillo un chicuelo de 16 años Plinio Pina Chevalier, en su condición de Jefe de Servicios Telegráficos San Cristóbal, le consiguió un puesto como ayudante de telegrafista, siendo ese su primer trabajo remunerado. La gratitud de Trujillo a Plinio Pina Chevalier se reflejó no solamente en el trato distinguido que siempre le dispensó, sino en los cargos públicos importantes con los que éste lo favoreció en el transcurso de su mandato.
El mismo día del arribo del cadáver el “Jefe” a Santo Domingo, el gobierno dispuso duelo nacional de tres días. Todas las banderas del país ondearon a media asta. Poco después, empeñado en preservarlo en el recuerdo del pueblo dominicano, ordenó que una calle del sector más cotizado de la capital: Gazcue, llevara su nombre. Cuando Santo Domingo dejó de ser Ciudad Trujillo y las instituciones públicas y privadas del país fueron despojadas de los nombres de la familia del tirano, la calle Plinio Pina Chevalier pasó a llamarse Pedro Henríquez Ureña.
Aunque no con la misma suntuosidad que José Trujillo Valdez y Plinio Pina Chevalier, otros familiares de Trujillo, entre ellos su hermano Aníbal Julio Trujillo Molina (fallecido en 1948), otro de sus tíos predilectos, Teódulo Pina Chevalier (1952) y su suegra Sebastiana Alba de Martínez (1951) tuvieron sepelios resonantes, con muy buena cobertura de prensa y enterramientos en zonas privilegiadas del cementerio Nacional de la Máximo Gómez.
Si la muerte de esos miembros de la familia de Trujillo trastocó su estado emocional al punto de inducirlo a efectuar funerales ostentosos y a disponer medidas estatales que afectaban la economía y el funcionamiento normal de la nación, procede preguntarse ¿por qué su abuela materna, Luisa Erciná Chevalier, quien fue su tutora en sus primeros años de instrucción escolar, quien contribuyó al desarrollo de la educación dominicana como maestra de primera enseñanza y a quien el insigne educador puertorriqueño Eugenio María de Hostos calificó de brillante formadora de jóvenes, no tuvo un sepelio igual que ellos?
La respuesta es fácil de desvelar: Luisa Erciná Chevalier fue para Trujillo una sombra tenebrosa bajo la que él nunca quiso guarecerse, la abuela que jamás deseó tener, la abuela de quien siempre sintió vergüenza por ser haitiana.
La repulsa de Trujillo a los haitianos fue un estigma del que él nunca quiso ni pudo separarse; también lo fueron sus acciones contra ellos. La reafirmación más fehaciente de esa conducta suya es la llamada Matanza del perejil, ocurrida entre el 28 de septiembre y el 8 de octubre de 1937, a siete años de instalada su dictadura. En esa matanza fue eliminada físicamente una cantidad de haitianos que todavía ninguna fuente historiográfica ha podido establecer[3].
Los razonamientos de la maquinaria represiva trujillista y de los historiadores subvencionados por ésta para justificar dicha atrocidad han sobrado: a) temor a la fusión de República Dominicana y Haití, b) asentamiento de haitianos en zonas dominicanas aptas para la agricultura, c) penetración irregular de haitianos a territorio dominicano y, d) contrabando de mercancías de alto valor comercial.
Esos porqués insinúan que con la matanza de millares de personas cuyo plan no trascendía su interés de establecerse en República Dominicana para paliar la miseria y la escasez de empleos de su inhóspito suelo natal, Trujillo reafirmó el alto sentido nacionalista que les adjudicaban sus partidarios. Sin embargo, ¿quién ignora que su xenofobia hacia los haitianos superaba su sazonado nacionalismo?
Los conflictos fronterizos entre la República Dominicana y Haití no surgieron ni terminaron con el gobierno de Trujillo, estos datan del momento en que los franceses y los españoles dividieron la isla en dos colonias. Desde entonces, los reiterados intentos de fijación de la frontera dominico-haitiana han sido infructuosos, pues Haití siempre ha aspirado a que la isla sea un solo país bajo su tutela, como lo expresa su constitución.
Mediante el tratado de Ryswick, del 20 de septiembre de 1697, España valida la presencia de Francia en la parte occidental de la isla, poblada mayormente por esclavos negros africanos con lengua, cultura y religión diferentes llevados allí por Francia durante un largo periodo de colonización. Pero en esa ocasión no se establecieron límites divisorios lo que motivó el desplazamiento indiscriminado de pobladores de la banda occidental a la oriental.
Al tratado de Ryswick le siguieron numerosos convenios en el siglo XVIII (1715, 1719, 1727, 1731, 1735, 1773, 1776)[4], destinados a fijar una frontera oficial que regulara el cruce de pobladores del lado controlado por Francia al dominado por España, y viceversa, mas todos fueron defectuosos e incumplidos por los gobiernos haitianos.
El deslinde fronterizo acordado en el tratado de San Miguel de la Atalaya el 29 de febrero de 1776; ratificado en el tratado Aranjuez del 3 de junio de 1777 y en la constitución dominicana del 6 de noviembre de 1844, a independencia nacional, se prolongó hasta 1929[5]. El hecho de que en 1929 dicha división tenía 153 años de trazada apuntaba a que el dilema limítrofe entre Haití y la República Dominicana había terminado, pero no sucedió así.
A poco tiempo de la fijación de la línea divisoria en 1776, que otorgaban 58,160 kilómetros cuadrados al lado oriental (Santo Domingo) y 18,900 al occidental (Saint Domingue), miles de moradores de Saint Domingue comenzaron a desplazarse a Hincha, San Miguel de la Atalaya, San Rafael de la Angostura y Las Caobas, terrenos comprendidos entre Dajabón y Bánica, abandonados paulatinamente por los pobladores y por las autoridades del Santo Domingo español debido a su aridez e improductividad. Las autoridades del territorio oriental de la isla no implementaron ningún tipo de medida para impedir la ocupación.
Con el paso de los años esa indiferencia del Estado dominicano, más la presión de los Estado Unidos a favor de Haití, alentaron al gobierno haitiano a reclamarles a las autoridades dominicanas derecho de propiedad de estos. Es así como el 21 de enero de 1929 el presidente Horacio Vásquez firma un tratado fronterizo y de paz (convenio de entrega de Tierra a cambio de Paz, llaman algunos historiadores), donde cede a Haití el área dominicana usurpada por éste, quedando los 58,160 kilómetros cuadrados que tenía la República Dominicana desde el tratado de Aranjuez, reducidos a 48,442. Aun así, las autoridades haitianas no quedaron totalmente satisfechas con todos los términos del acuerdo y en diciembre de 1930, con Trujillo ya en el poder, presentaron al gobierno dominicano la revisión de cinco apartados del acuerdo en cuestión[6].
Resuelto a encontrar una solución definitiva al problema fronterizo, Trujillo se reúne, en octubre de 1933, con el presidente de dicha nación Stenio Vincent en un punto común: la frontera de la provincia dominicana Dajabón y del poblado haitiano Ouanaminthe. El segundo ocurrió en Puerto Príncipe, en noviembre de 1934. Finalmente, Vincent viajó a Santo Domingo, en febrero de 1935. De esas tres reuniones resultó la firma de un protocolo, el 27 de marzo de 1936, donde Trujillo logró mantener la equidad de uso de los ríos Artibonito y Libón, pero ratificó la línea divisoria fijada en el tratado de 1929, dejando a Haití en posesión definitiva del territorio dominicano que había ocupado ilegalmente. Tan intransigente y demandante resultaron las exigencias de las autoridades haitianas, y tan convencido estaba Trujillo de su incapacidad para sostener su defensa que terminó cediendo Valle de la miel[7], una franja de tierra con una extensión cercana a los 8,500 metros, distribuidos entre las poblaciones Hincha, San Miguel de la Atalaya, San Rafael de la Angostura y Las Caobas.
El gobernante dominicano justificó la entrega arguyendo que esa acción sellaba la paz entre la República Dominicana y Haití, y aligeraba la tarea de los técnicos encargados del trazado de la línea que marcaría definitivamente la frontera entre ambas naciones. De hecho, la frontera quedó establecida, pero la paz nunca floreció. Peor aún, con los pactos rubricados por Horacio Vásquez en 1929, y por Trujillo en 1936, el país perdió alrededor de diez mil kilómetros de territorio. Desde entonces, la República Dominicana tiene un área de 48,442 kilómetros cuadrados.
Al analizar las consecuencias de la firma del Protocolo de La miel, el historiador José Israel Cuello observa: “La imposición haitiana de condiciones onerosas a Trujillo, y la consecuencia interna del nuevo acuerdo, que le colocó en ridículo frente a sus adversarios internos, son elementos para tener en cuenta como determinantes en la decisión que un año después condujo a una matanza masiva de haitianos en la zona fronteriza del norte[8].
Es evidente que Trujillo no quedó satisfecho con los resultados de sus negociaciones fronterizas, pero su deuda con los Estados Unidos por haberlo llevado al poder un lustro atrás le impidió actuar de otro modo. Consecuentemente, optó por dominicanizar las ciudades, las villas y las colonias situadas en la línea fronteriza, olvidadas por los gobiernos que le antecedieron. Para estimular a la gente a establecerse en esos terrenos, afirma Luis Julián Pérez, “construye caminos y carreteras, presta la mayor atención a los servicios de educación y de salud pública y emprende la creación de extenso trabajo en la agricultura y la ganadería”[9]. Aun así, el fracaso de Trujillo para someter a su voluntad a un país que él consideraba inferior al que gobernaba, fortaleció su odio a los haitianos al extremo de ordenar, en 1937, su desaparición del suelo dominicano.
La panorámica histórica anterior ayuda a desentrañar la actitud de Trujillo para con su abuela haitiana Luisa Erciná Chevalier. La virtud que le atribuían al tirano de ser fiel protector de su familia no favoreció a Erciná Chevalier. Casi nunca la tuvo presente en vida y mucho menos dispuso ningún trato especial en su beneficio después de muerta.
Luisa Erciná Chevalier falleció el 3 de septiembre de 1940 (tendría sobre 90 años) y fue sepultada al día siguiente en el cementerio de la avenida Independencia, luego de una funeral sencillo, íntimo y con escasos de su familia. De su muerte y enterramiento ningún periódico nacional, incluyendo los diarios La Nación y Listín Diario, alcahuetes del dictador, publicó una sola línea. De las excusas esgrimidas por el tirano para no asistir al funeral de su abuela, la más sólida es: tenía agendados compromisos personales y de Estado ineludibles.
En efecto, la mañana del 3 de septiembre de 1940, mientras Erciná Chevalier exhalaba su último aliento de vida, en Santo Domingo, Trujillo iba con su esposa María Martínez Alba; el Ministro Plenipotenciario de la República Dominicana en Estados Unidos y Panamá, Andrés Pastoriza; el Agregado Comercial de la Legación Dominicana en Washington, Plinio Pina Chevalier; el Teniente Coronel y Director del Cuerpo Médico del Ejercito Nacional, doctor Manuel A. Robiou y el Teniente Coronel Charles Mc Laughlin, rumbo al aeropuerto de San Pedro de Macorís a abordar un avión con destino a Miami, desde donde volaría a New York. Una comisión integrada por altos funcionarios del gobierno, por servidores públicos y privados, por autoridades gubernamentales petromacorisanas y por delegaciones de la mayoría de las provincias de la región Este del país concurrieron al aeropuerto para despedirlo.
Simultáneamente con la partida de Trujillo a Estados Unidos la prensa local destacaba en sus primeras páginas la trascendencia del viaje del “Padre de la Patria Nueva” y lo fructífero del mismo para los dominicanos. Al arribar al aeropuerto newyorquino La Guardia, Andrés Pastoriza declaró a los medios de comunicación allí presentes que el viaje del Generalísimo Doctor Rafael Leonidas Trujillo Molina a Norteamérica era exclusivamente de salud[10].
Agotada la jornada de chequeos médicos, bajo la supervisión del doctor Pedro Castillo, Trujillo destinó el resto de su estadía en Norteamérica al motivo real de su viaje: firmar un acuerdo con el Secretario de Estado estadounidense Cordell Hull que liberaría a República Dominicana de su deuda con los Estados Unidos y devolvía las aduanas al Estado dominicano. Con ese propósito viajó de New York a Washington el 19 de septiembre. Las rúbricas de Trujillo y Hull fueron estampadas el 24 de septiembre de 1940, en la oficina de Hull, con sede en la capital norteamericana. Rebozado de orgullo patrio y en posesión de varios agasajos internacionales[11], Trujillo retornó al país el 30 de septiembre siendo recibido como héroe nacional, redentor de la Patria y libertador. Para celebrar su proeza sus acólitos más cercanos organizaron incontables fiestas, reconocimientos, misas, responsos, desfiles militares y conciertos musicales en toda la geografía nacional[12].
La despedida del mundo terrenal de Erciná Chevalier fue tan desolada que ni siquiera su hijo Plinio Pina Chevalier estuvo presente, debido a que era parte de la comisión que acompañó a Trujillo a los Estados Unidos. Sin embargo, cabe destacar que la de Erciná Chevalier no fue la única ausencia del tirano en los funerales de un miembro de su familia cercano a él. Nueve años después de la partida de Erciná, tampoco asistió al de su hermano Aníbal Julio Trujillo Molina. Pese a que la plana mayor del gobierno trujillista estuvo presente en el velatorio y en las honras fúnebres, la muerte de Aníbal no “conmocionó” tanto al pueblo dominicano como la de José Trujillo Valdez. Los medios de comunicación fueron bastante conservadores en la difusión de la noticia del “accidente”, que terminó con su vida. Igual actitud asumió la mayoría de las instituciones públicas y privadas en cuanto a solidaridad, duelo, envío de flores, misas y pésame. Los problemas personales entre Trujillo y Aníbal eran de conocimiento público y nadie estaba dispuesto a solidarizarse con el fallecimiento de un hermano a quien Trujillo no le profesaba gran afecto familiar. Caer en desgracia con el “Jefe” tenía consecuencias funestas. Sobre todo, porque durante un buen tiempo se especuló que Trujillo había ordenado el asesinato de su hermano”.
Pero la actitud de Trujillo con respecto a su abuela materna no tiene parangón: en su tumba no aparece su apellido haitiano, Chevalier. Su lápida reza” Luisa Erciná Pina. Julia Erciná Chevalier, oriunda de San Cristóbal, era hija natural de la pareja haitiana compuesta por Alexis Turenne Carrié Blaise y Eleonore Juliette Chevalier (Diyetta), procedentes de familias ligadas a la milicia y a la administración pública de Haití[13]. Sus padres emigraron a la República Dominicana el primer tercio del siglo XIX y establecieron su residencia en San Cristóbal, donde Alexis Turenne y Eleonore Chevalier se conocieron. El 3 de noviembre de 1863 Erciná Chevalier tuvo una hija con Pedro Molina llamada Julia Molina Chevalier, procreadora, en 1891, de Rafael Leonidas Trujillo Molina y sus nueve hermanos. Tras separarse de Pedro Molina, Erciná contrajo matrimonio con Juan Pablo Pina Rezón, hijo del patricio y trinitario Pedro Alejandrino Pina García, de esa relación nacieron Plinio y Teódulo Pina Chevalier, figuras destacadas de la dictadura trujillista.
El fracaso por la delimitación de la frontera dominico-haitiana en las negociaciones con Vincent, sumada a la matanza de haitianos de 1937, acontecimientos temporalmente cercanos al fallecimiento de Erciná, fortalecieron el antihaitianismo de Trujillo al mismo ritmo que éste acrecentó su rechazo por su abuela haitiana. Por cuanto al momento de elaborar la lápida para su tumba, el apellido haitiano (Chevalier) fue sustituido por el de su segundo esposo (Pina).
El plan de erradicar o de mantener distante a Erciná Chevalier del recuerdo de sus compatriotas contemporáneos fue bien orquestado, casi maquiavélico. Basta recordar que los nombres de Trujillo y su familia fueron inscritos en centenares de instituciones públicas y en decenas de calles, parques y plazas de los sectores más privilegiados del país, muchos de ellos estando todavía vivos, y otros poquísimos días después de fallecer; sin embargo, no fue sino un año después de muerta que la otrora calle La Gloria, que nace en la calle Benito González y muere en la avenida Padre Castellanos, tocando los barrios pobres Villa Francisca, Mejoramiento Social y Villa María, fuera rotulada con el suyo. Actualmente esa calle dignifica a la independentista Juana Saltitopa, combatiente de la batalla del 30 de marzo librada en Santiago de los Caballeros en 1844.
El 1 enero de 1945, más por presión de su madre Julia Molina Chevalier que por deseo propio, Trujillo consintió que una escuela normal de la provincia Monseñor Nouel (Bonao) llevara el nombre de su extinta abuela[14]. La edificación donde funcionó dicho centro educativo es actualmente el Liceo Elías Rodríguez.
Como la mayoría de las tumbas de los miembros de la familia de Trujillo, la de Luisa Erciná Chevalier está en total abandono en el cementerio de la avenida Independencia. Sus compañeros de sepultura son: Arístides Méndez, Eugenio A. Pina y Manuel F. Pina, parientes de su esposo. Hace décadas que la soledad y la ausencia de dolientes las hicieron suya. Ni siquiera el frondoso árbol de mango que la guarece, atrae curiosos a su entorno.
[1] Véase: Las tumbas de los Trujillo. Franklin Gutiérrez. Santo Domingo: Editora Búho, 2016: 27-32.
[2] Véase: Las tumbas de los Trujillo. Franklin Gutiérrez. Santo Domingo: Editora Búho, 2016: 33-35.
[3] El número de asesinados, según los historiadores, es como sigue: Rufino Martínez (10,000), Emilio Rodríguez Demorizi (17,000), Joaquín Balaguer (17,000), Frank Moya Pons (18,000), Jean Price Mars (12,136), Valentina Peguero (entre 12, 000 y 25,000), periódicos Listín Diario y La Opinión (entre (200 y 8,000).
[4] Para detalles sobre dichos convenios, véase: Historia de la cuestión fronteriza dominico-haitiana, de Manuel Arturo Peña Batlle.
[5] Aunque el 20 de junio de 1795, mediante el tratado de Basilea, España cede a Francia el territorio bajo su dominio, pasando toda la isla a ser posesión francesa, la división fronteriza no fue alterada.
[6] Los reclamos son: a) Determinar la cabeza del río Libón. b) Determinar el curso que después de la estación de tránsito 805 en el camino d Restauración a Bánica debe seguir la frontera hasta llegar al río Artibonito. c). El curso que debe seguir la frontera entre San Pedro sobre el río Macasías y el Fuerte Cachimán. d). El curso que debe seguir la frontera entre la cabezada del arroyo Carrizal, Rancho Las Mujeres y Cañada Miguel. e) El curso que debe seguir la frontera entre Gros Mare y la cabezada del río Pedernales.
[7] En la obra El protocolo de La Miel y la frontera Dominico-haitiana. Estados Unidos: Middletown, DE, 2017: 118-122, sus autores: Danilo Féliz Sánchez y Arturo Féliz Camilo exponen tres de las múltiples razones que pudieron determinar que Trujillo firmara dicho acuerdo.
[8] Prólogo de: La política exterior en la Era de Trujillo. Luis Arias Núñez.
[9] Santo Domingo frente al destino. Luis Julián Pérez. Santo Domingo: Editora Taller, 1990.
[10] Periódico Listín Diario, 5 de septiembre de 1940, primera página.
[11] Durante su estadía en los Estados Unidos el gobierno mexicano lo distinguió con la Orden del Águila Azteca; el estadounidense le rindió honores en el Washington Navy Yard, una de las bases navales más importantes de los Estados Unidos, situada en el suroeste de Washington, y el coronel Joseph Fegan, del Cuerpo de la Marina norteamericana, lo festejó en el Army and Navy Country Club. Trujillo agradeció el gesto de las autoridades militares de Washington ofreciéndoles a estos una fastuosa cena en el lujoso yate Ramfis, pocas horas después de firmado el acuerdo con Hull.
[12] Los reconocimientos al tirano incluyeron también una ofrenda floral en la tumba de su padre José Trujillo Valdez, sepultado, entonces en la capilla de los inmortales de la Catedral Primada de América.
[13] Antonio José Ignacio Guerra Sánchez. Periódico Hoy (Areíto), 12 de abril de 2008. “El bisabuelo de Trujillo, fue ministro del gobierno haitiano de Nissage-Saget (1869-1874), y antes lo había sido del gobierno provisional del mismo Nissage-Saget. Victorin Chevalier, pariente de Diyetta, también fue miembro del Consejo de Secretarios que gobernó Haití en 1874. De su lado, Juliette (Diyeta) Chevallier Moreau, de quien procederá el nombre de Julia tan vinculado a estas familias, era hija de Bernard Chevallier, quién casó alrededor de 1808 con Louise Moreau en Puerto Príncipe. Bernard Chevallier, bisabuelo materno de Trujillo, fue miembro del Consejo de Notables de San Cristóbal y formó parte del conjunto de familias mulatas haitianas”.
[14] La bendición del edificio de la Escuela Normal Luisa Erciná Chevalier, fue conducida por Monseñor Eduardo Ross. Entre los invitados especiales estuvo el destacado profesor vegano Luis Despradel Piantini.