Opinión

Nombres y literatura isleña / Bernardo Vega

Cuando los esclavos haitianos lograron vencer, en su gran epopeya, a sus amos franceses, en vez de llamar a su nuevo país con un nombre que recordase sus raíces africanas, optaron por “Haití”, vocablo taíno con que se denominaba a la isla entera y que aludía a lo montañosa que era

Por Bernardo Vega

Desde la llegada de los españoles en 1492 hasta mediados del siglo XVII la isla entera era una posesión española. Consecuentemente, el período de contacto con los taínos fue parte de la historia común de los que devinieron dominicanos y haitianos.

Quisqueya, Haití y Bohío (gran casa) fueron los nombres que los taínos dieron a la isla. Salomé Ureña en 1880 usó Quisqueya en uno de sus poemas y Emilio Prud Homme lo incorporó al himno nacional en 1883. En vez de “dominicanos valientes alcemos” optó por “quisqueyanos valientes alcemos”, pero tienen derecho los haitianos a denominar a una de sus universidades privadas con el nombre de Quisqueya.

Cuando los esclavos haitianos lograron vencer, en su gran epopeya, a sus amos franceses, en vez de llamar a su nuevo país con un nombre que recordase sus raíces africanas, optaron por “Haití”, vocablo taíno con que se denominaba a la isla entera y que aludía a lo montañosa que era. Por eso es que en nuestro propio país tenemos zonas llamadas “Haitises”, por ser muy escarpadas.

En ambos países en la literatura escrita posteriormente hay referencias comunes a la época del contacto con los indios. Anacaona probablemente habitaba en un punto entre San Juan de la Maguana y Puerto Príncipe y tanto Salomé Ureña como Pedro Mir (Tres leyendas de colores, 1984) hicieron referencia a su cruel destino y a la matanza de Jaragua, tema que también aparece en la obra de teatro “Anacaona” del haitiano Jean Métellius, que fue presentada en París en el Teatro Nacional en 1988. Esta tragedia también predomina en la novela Anacaona, Flor de Oro 1490 de Edwidge Danticat y en Los árboles músicos (1957) de Jacques Stephen Alexis.

La rebelión de los esclavos negros contra los franceses estimuló a dos dominicanos a tratar el tema: Manuel Rueda con su novela La metamorfosis de Makandal (1999) y Carlos Esteban Deive con Viento negrobosque de caimán (2002). Este tema devino universal  y por eso Víctor Hugo lo trató en su novela Bug jargai.

La masacre de entre 4,000 y 6,000 haitianos ordenada por Trujillo a finales de 1937 es tratada en la novela de Freddy Prestol Castillo El Masacre se pasa a pie. Fue redactada en el propio Dajabón donde el autor había sido trasladado por Trujillo para ser parte de los jueces que tenían que actuar en los juicios contra inocentes campesinos achacándoles la culpa por la matanza, pero quien metió el texto en una lata bajo tierra durante por lo menos veinte años, publicándolo tan solo después de caída la dictadura. Tres autores haitianos René Philoctete con La gente de tierras morenas (1989) , Edwidge Danticat con La siembra de los huesos (1998) tratan sobre esa tragedia, así como Anthony Lespes en Las semillas de la ira. Marcio Veloz Maggiolo con El hombre del acordeón (2003) trae otra vez el tema de la matanza.

La vida en la zona fronteriza, la de los “rayanos”, es tratada por Manuel Rueda en Bienvenida y la noche (1994) donde se describe la boda de Trujillo con Bienvenida Ricardo y también en sus poemas “Cantos de la frontera” y La criatura terrestre. El haitiano Gary Klang, en su novela La isla con dos vistas (1997) habla muy bien del gobierno de Antonio Guzmán, posiblemente por ser el autor pariente de la esposa de ese presidente dominicano. Máximo Avilés Blonda en Pirámide (1968) se refiere a las pirámides que delimitan la frontera. Junot Díaz en el cuento corto Monstro hace un uso muy surrealista de la problemática haitiana. Con su cuento Ahora es nunca (2007) Frank Báez también toma el tema fronterizo tal y como lo había hecho en 1943 Freddy Prestol Castillo en Paisajes en meditaciones en una frontera. Sergio Reyes también aborda en Cuentos y leyendas de la frontera. Juan  Carlos Mieses en El día de todos (2008) deja correr su imaginación para, al igual que Junot Díaz, proyectar un futuro negativo sobre el pueblo haitiano.

De ambos lados seguiremos escribiendo sobre el otro lado.

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