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Dominicanos en tierra foránea, ¡arriba! / Oscar López Reyes

Mi sobrino Melvin nació en Nueva York, pero en su sentimiento y actos obra como un dominicano de pura sangre y proclama, con un orgullo desbordante, su condición de dominicano

Por Oscar López Reyes

              Mi sobrino Melvin nació en Nueva York, pero en su sentimiento y actos obra como un dominicano de pura sangre y proclama, con un orgullo desbordante, su condición de dominicano. Sueño con lograr la ciudadanía de la tierra de donde están las raíces de sus ancestros: la República Dominicana, que le atrae más que Estados Unidos. Y observa que se encarama como una estimulante sustancia química que lleva por dentro, y que nunca se absorberá.

              Melvin suspiró a la 1:35 de la tarde del viernes 10 de junio de 1994 en Union Hospital, de El Bronx, pero le arropa la sensación de que fue en la República Dominicana, en virtud de que abraza con más fervor sus símbolos patrios, y degusta con más satisfacción el arroz, las habichuelas y la carne; los pasteles en hojas y los pastelitos, los yaniqueques, los chimichurris, los morí-soñandos, los jugos de tamarindo y chinolas, y baila con más soltura el merengue y la bachata.

              Identifica a simple vista y admira a los oriundos residentes en Nueva York por sus  relatos de cómo fueron criados, sus chistes, la  jactancia que sienten por el país de su origen,  la gran cantidad de pequeños negocios que han instalado  en esa urbe. Para el hijo menor de mi hermana Miriam, los artistas y  peloteros  dominicanos son los mejores, en las escuelas neoyorquinas se aprende más fácil con los maestros criollos, porque son  más amenos.

              Señala que en los bandereos  y  la graciosidad en las  paradas de Manhattan y  el Bronx se refresca imaginándose la candidez de la gente, las calles,  playas y el clima, y en la Guardia Communitty College, donde se tituló en ciencias sociales y humanidades,  entre los iguales promovía la cultura y valores dominicanos. 

Para Melvin,  la bandera es una energía dominicanista. Venera  y enaltece los símbolos patrios  (la bandera, el escudo  y el himno  nacionales) y las figuras de los  padres de la Patria, Duarte, Sánchez y Mella, y hace un gran esfuerzo por practicar su ideario. Por esa razón le gustaría pertenecer al Instituto Duartiano en la urbe de residencia.  

Acerca de la bandera dice: Ella me seduce, porque representa nuestra identidad y la cultura nacional. Es el único lienzo del mundo con la biblia y con su escudo con las palabras Dios, Patria y Libertad, que para mí es igual que Duarte, Sánchez y Mella. Ella nos encasilla como  un país cristiano, que busca la protección del Creador del universo.      

Significa unidad, con sus colores azul, que simboliza  el cielo; el blanco, que revive  las nubes, y el rojo alusivo a  la sangre derramada por los patriotas en la creación de la Nación.   Al mirar esos colores –azul,  blanco y rojo- respiro  aire, como los árboles, y mi cuerpo se baña de oxígeno patriótico.

 La bandera es  el símbolo que más amo, y cuando me arropo con ella me siento más útil, más fuerte,  más puro y más patriota.

Respecto al Himno Nacional Dominicano, afirma que siente alegría y se le eriza la piel cuando escucha el clarinete, el violín, la tromba, el contrabajo, la flauta  y la bombardino. Por su contenido y originalidad, siento paz y tranquilidad, como una bendición, cuando suena en la televisión y en los eventos que se efectúan en el Consulado y en el Centro de Cultura de Nueva York.

De la composición musical  patriótica escrita por Emilio Prud’Homme y  con partitura de José  Reyes,  le estremece la estrofa que dice ¡Salve! el pueblo que, intrépido y fuerte,/A la guerra a morir se lanzó;/Cuando en bélico reto de muerte/Sus cadenas de esclavo rompió.

Indica que tiene tanta fe en su país que si se enferma en República Dominicana mejora su estado de salud y hasta se curara, especialmente se le toca la brisita del mar Caribe. Y quiere la ciudadanía dominicana para tener derecho a voz y voto. Y matiza que “me gustaría demostrar con papeles que soy dominicano, hacer una fila para votar, aunque tenga que levantarme de madrugada, para escoger a quien pueda conducir mi país por la ruta del progreso”.

              Hijos de padres o madres nativos con extranjeros, nacidos en Estados Unidos,  Europa y otros territorios,  se definen, con altivez,  como dominicanos, aunque nunca hayan venido a la República Dominicana. La herencia sanguínea, cultural y patriótica se impone a la foránea de la pareja, como un torrente cálido y abrazador.

El temperamento y autenticidad, el peculiar fervor  de cuna y raza, los relatos históricos, pormenores cotidianos, leyendas, cuentos y anécdotas de sus progenitores les despiertan  admiración y se inculcan espléndidamente en ellos, con aliento y esperanzas.

              El originario residente en el  extranjero predica con el ejemplo: prefiere el  plato nacional (arroz, habichuelas y carne); sigue, día a día, los  aconteceres de su patria, muchas veces con más interés que los que están en el suelo patrio; proclaman que vivirán los últimos años de su vida donde  le cortaron el ombligo, y dejan de tirarse un bocado para mandar “cosas” a sus familiares.

              Durante los primeros seis meses del Covid-19 (marzo-septiembre) se desbordó la solidaridad familiar del  1.3 millones de autóctonos en el exterior, radicados en un 90% en Estados Unidos, España e Italia. En ese empuje, las remesas aumentaron, en septiembre, por quinto mes consecutivo,  alcanzando 777.4 millones, e incrementándose  a 5 mil 849.8 millones, lo que significa  un crecimiento de un 31.7%. Ellos se acoplan en la templanza,  esculpen asistencia,  destilan amor,  sirenan patriotismo y deleitan con su gratitud.  

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El autor es periodista-mercadólogo, escritor y artículista de El Nacional,

Ex Presidente del Colegio Dominicano de Periodistas

Oficina: 809-688-6507,
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