El Mundo

Nikolas Cruz, retrato de un joven listo para matar

Nikolas Cruz, ante la juez Kim Theresa Mollica en la corte del condado de Broward. AP
Otro rostro para buscar las raíces del mal. Como en cada asesinato en masa que ocurre en Estados Unidos, la fotografía policial de Nikolas Cruz tras perpetrar su irracional matanza y ser capturado se vuelve un objeto de contemplación. ¿Quién era? Otra faz que se olvidará de una enfermedad social. Un muchacho de 19 años, miembro de una organización supremacista, que fue expulsado de la secundaria de Parkland (Florida) y que regresó para vaciar en sus excompañeros un torrente de ira fraguado en quién sabe qué caldera personal de fantasmas y delirios. Un continuador de la saga americana de los individuos que explotan, apuntan y asesinan.
En el instituto, Cruz, depresivo sin tratamiento, tenía fama de ser una granada lista para reventar. Tanto le temían que le llegaron a prohibir la entrada con mochila y en 2017 fue expulsado por indisciplina y sus amenazas a otros alumnos. Sus compañeros lo recuerdan portando armas, sin reparos en mostrarlas, y que una vez, en un arranque violento, destrozó a patadas una ventana del colegio. Apartado de los demás, callado y respetuoso dentro del aula, con “problemas con algunas chicas” según un profesor, cultivó un perfil de adorador de las armas.
En sus redes sociales publicó contenidos “muy, muy inquietantes”, ha afirmado la policía. Eran frases como: “Quiero matar gente con mi AR-15 [el fusil de asalto que a la postre usó en la escuela]. Auténticas amenazas que llevaron a un usuario de YouTube a alertar en septiembre al FBI, que realizó pesquisas sin resultados concluyentes. Cruz, huérfano y cuyos padres adoptivos había muerto, también había colgado retratos suyos con pistolas y con la cara cubierta y empuñando cuchillos, o de una cama deshecha sobre la que aparecían tendidas varias armas largas y un chaleco antibalas. El AR-15 lo había adquirido de forma legal gracias a la permisividad de Florida con las armas. Y aún más: había emprendido un programa de entrenamiento militar para jóvenes, cosechando óptimas calificaciones. Nadie detuvo a Nikolas Cruz, pero él había completado con esmero el autorretrato de un individuo listo para matar.
Nikolas Cruz, en una fotografía policial. 
El miércoles le dio a su lienzo el brochazo último, de sangre real. Pertrechado con su fusil de uso policial y militar y aprovechando su conocimiento como exalumno de los protocolos de alarma por tiroteo de la escuela, hizo saltar la sirena para provocar caos, lanzó botes de humo para aumentar la confusión y con la boca y la nariz tapadas con una mascarilla avanzó entre la neblina disparando con su fusil de asalto mientras alumnos y profesores buscaban un aula donde encerrarse para salvar su vida.
EL PAÍS habló la noche de la matanza con Daniel Journey, 18 años, un estudiante superviviente que lo conoció. Dijo lo mismo que otros compañeros a los medios. Que era un bicho raro, un marginal sin amigos que tenía la manía de activar la alarma de incendios de la escuela, como hizo en la matanza. Journey no le daba vueltas a la naturaleza humana de Cruz. “Estaba loco. Acabó matando a 17 personas”, dijo. Sus compañeros lo miraban con recelo y pensaban que si algún día en su escuela irrumpía un tirador armado con un deseo ciego de aniquilar, ese sería Nikolas Cruz. “Todos lo habíamos previsto”, sentenció un alumno.

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