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“La conocí hace 31 años… y hoy la pierdo para siempre”, carta del esposo de ginecóloga que falleció en accidente
“La conocí hace 31 años… y hoy la pierdo para siempre”, este es el título de la carta que Robert de León, esposo de la fallecida doctora Ruth Altagracia Infante, ha publicado en la red social Facebook.
En el escrito, De León explica cómo se conocieron, su noviazgo y la química que hacían como pareja.
Infante falleció el domingo en un accidente de tránsito cuando regresaba a Santo Domingo por el kilómetro 32 de la Autopista Duarte. Iba acompañada de su esposo e hijo de cinco años, quienes resultaron ilesos. Trabajaba en Profamilia y era gineco-obstetra y especialista en fertilidad.
La carta data de 2015 y tiene agregado las palabras de De León tras la muerte de su esposa.
A continuación la carta íntegra publicada por De León
La conocí hace 31 años… y hoy la pierdo para siempre
Íbamos por caminos distintos a ver un concierto de Pablo Milanés (gratis, por cierto), y nuestras vidas se juntaron de la manera más inusual. Me llamó la atención su sonrisa tímida, sus bellas piernas, su inteligencia y lo interesante de su conversación (obviamente, a la edad que yo tenía lo de las piernas estaba primero).
Y así discurrió esa amistad por mucho tiempo, ella pragmática, yo soñador. Conocimos nuestras familias. Alejamientos, acercamientos. Hasta que un buen día comenzamos a disfrutar más de lo habitual el tiempo que pasábamos juntos.
El noviazgo no fue largo. No tenía por qué serlo; pensamos que ella me conocía, pensaba que yo la conocía. Pese a la insistencia de su padre en el sentido de que se estaba precipitando y que se estaba casando “sin disfrutar la vida” (ya tenía 39), y las sabias amonestaciones de mi madre que le recordó que “ahí no hay ni un quiquí”, un buen día de abril nos casamos.
El recorrido ha sido maravilloso, hemos tenido lágrimas, desacuerdos, peleas, viajes, pruebas, risas, la “adopción” de Javier, pasión (aunque no lo crean por aquello de los 20 años de amistad), y amor, que en un momento dado se hizo carne y le pusimos por nombre Lucas.
Hoy mi compañera de vida está de cumpleaños. Me siento sumamente feliz. Todavía nos estamos conociendo; ha sido un largo camino, pero tengo la certeza de que lo mejor aún está por venir.
Muchas felicidades, mi amor.
(Esa historia la relaté el 3 de septiembre del 2015, a propósito del cumpleaños de Ruth… Hoy, con el corazón destrozado, les digo que vino después)…
Y efectivamente llegaron los mejores tiempos… Una etapa de pruebas, de crecimiento (dolor incluido) y de completar aprendizajes.
Tú descubriste que yo no era perfecto, yo descubrí que era el hombre más amado sobre la faz de la tierra. Así las cosas, nos tocó elegir de nuevo: Y tú me elegiste a mí nuevamente pese a mis defectos y yo te elegí a ti nuevamente porque con tu entrega total renovaste mi amor.
Esto debiste leerlo el próximo 3 de septiembre, cuando estuviéramos celebrando la vida con todas las bendiciones que el Señor nos ha dado. Sin embargo, hoy tengo que despedirte para siempre, con lágrimas en mis mejillas, con el corazón roto y las dudas (por suerte momentáneas), de si podré sacar dos hombres de bien de Javier y de Lucas.
Aún después de tu muerte me sigues enseñando… Te diré que la gente te adora y ya te extraña. Que los abrazos pueden sustituir las comidas y que el cuerpo humano tiene la capacidad de producir lágrimas infinitas.
Cuánto dolor Ruth. Entre tanta confusión, he sobrevivido porque he incorporado una nueva frase a mi discurso de vida: No le preguntemos a Dios ¿por qué?, preguntemos ¿para qué?
Así las cosas, te tomaré la palabra en la última recomendación que me hiciste antes de partir:
Hoy, pese a mi dolor, alabo y le doy gracias a Dios por este maravilloso viaje de 31 años que hemos compartido.