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Cristiano apunta a Cardiff
Cuando esta noche Madrid se eche a dormir, en todas las casas, en todas las camas, se aparecerá Cristiano Ronaldo. Media ciudad le aceptará en su sueño y sonreirá y celebrará como únicamente una persona que duerme puede hacerlo. La otra media se llenará de luces encendidas, de grifos abiertos, de sudores fríos. Un derbi es un viaje a la memoria y el Real Madrid siempre aterriza en el mismo recuerdo de triunfo.
Al Atlético le faltan aurícula derecha y ventrículo izquierdo, recuerdo de dos puñaladas recibidas en Lisboa y Milán. Y a pesar de ello sigue apretando como si tuviera el corazón completo. Dos heridas que no esconde, que luce con orgullo para no olvidar que tras cada caída hubo que levantarse. Y apareció en el Bernabéu con las cicatrices incandescentes por tener al enemigo cerca. Salió a morder y a apretar, pero tuvo que recular.
Porque Carvajal es un jinete con espuelas afiladas. Se colocó las espigas en las botas y golpeó en el lomo del equipo para hacerlo reaccionar. Se marcó un jugadón con Modric e Isco, le tiró un caño a Godín en el área y comprobó que Oblak se había puesto los guantes. Benzema, al que se le olvidó hacerse la transfusión de sangre de la Liga a la Champions, no cazó el rechace, pero el susto estaba dado.
El Madrid aprendió dónde había plantado las minas Simeone y empezó a pisar a diez centímetros de ellas. Salió de la presión y visitó a Oblak. En uno de esos arranques blancos, la bola le cayó en el lateral a Ramos, que recordó sus tiempos empadronado en ese código postal y puso un balón al área que despejó Savic y que llegó a dominios de Casemiro, quien ensayó una volea contra el suelo que se convirtió en un alley-oop perfecto que Cristiano cabeceó a la red.
El gol fue cafeína para un partido al que le hacía falta poco para volverse esquizofrénico. Oblak sacó un ala para volar y un guante para parar un cabezazo con muy mala idea de Varane. Casi al instante, al siguiente sorbo, Gameiro se plantó en la taquilla de Keylor, solo, con el balón a favor, pero el tico le sacó una mano efectiva, salvadora y fina, como un cordón de terciopelo, para negarle la entrada a su portería.
Y apareció el miedo. Los ataques era de tres jugadores. El resto aguantaban en el asiento trasero, con el cinturón puesto. Benzema tuvo una chilena que rozó el larguero y que le define a la perfección, único futbolista en el planeta en rematar en tal escorzo apenas sin ganas. Godín también rozó el gol tirándose en plancha intentando estirar su pierna más allá de los límites del cuerpo humano.
Pero nada cambió hasta que lo cambió el que cambia las cosas. Un pase que parecía ir a la nada de Marcelo lo recogió en la frontal Benzema, con la publicidad de la camiseta de Godín cosida a su dorsal. Karim preguntó quién había ahí detrás y en la mirada vio a Cristiano, le cedió el balón, Filipe se precipitó al suelo, nunca mejor usado el verbo, y Ronaldo soltó un zapatazo que pudo dejar rastro de pólvora para batir otra vez a Oblak.
La salida de Asensio y Lucas le dio al Madrid lo que más falta le hacía y lo que ya no tenían Isco ni Benzema. Oxígeno y sangre, necesidades básicas. Sacó el descabello de la funda y esperó que el Atlético humillara la cabeza para utilizarlo. Cada vez que los de Zidane robaban, la mirada rojiblanca se llenaba de niebla. Hasta que se apagó. Cristiano corrió como sólo un loco que olvida el último gol a los tres segundos del saque de centro siguiente puede correr, cedió a Lucas y el centro del gallego pasó por debajo de las piernas de Casemiro para caer en las botas de Ronaldo, que buscó la nuca atlética y no falló.
El plan de Simeone siempre fue darle la vuelta a ese calcetín llamado fútbol, pero el Madrid se lo comió igual que la zapatilla se traga el calcetín, irremediablemente. No se rendirá hasta ver el pitido inicial de la final de Cardiff, pero en el Bernabéu se quedó al borde de su área técnica, con su inquietante pero seductora mirada, mirando como si aquello que se abría ante él entre cuatro líneas de cal no fuese un terreno de juego sino un pozo, una oscuridad sin fondo donde había ido a parar su plan.
Cristiano pactó el entierro de un Atlético de luto. No hace falta esperarle ondeando un pañuelo en la estación, siempre está donde tiene que estar y cuando tiene que estar, es un tren sin retrasos, un reloj de arena siempre lleno en los dos lados del embudo. Un monstruo que seguirá apareciendo en las pesadillas rojiblancas, en cada esquina pintada de blanco. Cristiano tiene encargado un billete a Cardiff.