Opinión

Recuerdos personales del 24 de abril de 1965

Genaro, a quien le compraba peces de colores y era un muchacho muy tranquilo, era uno de ellos. Al verlo levanté ambos hombros y dije "¿qué?", y él me respondió "¡prepárate, que llegó la  revolución!"

Por: Cassandro Fortuna
El 24 de abril de 1965 fue un día singular, para mí .  Me desperté muy temprano. Estaba acostumbrado a hacerlo para irme a la escuela Chile donde cursaba el tercero de primaria, en Santo Domingo. Aquel día, sin embargo, no había clase, porque era sábado. Sin embargo, por el hábito de levantarme temprano, de lunes a viernes, no resistí la cama y me levanté. Toda mi familia continuó disfrutando un rico sueño.
Una vez cepillado los dientes, y lavada la cara, abrí la puerta del frente de la casa y me senté en el piso a mirar. Frente a mí estaba la calle Barahona, en el barrio San carlos, y mi casa se ubicaba frente a frente a la vivienda de Don Mateo de la Rosa, funcionario de la Cervecería Nacional Dominicana y un fanático escogidista insoportable (quien no fuera  del Escogido en su familia lo consideraba un traidor, y no le daba buen trato).  Así estaba  yo, pantalones cortos, camiseta, sin peinar… y no pasaron más que algunos diez minutos cuando un hombre pasó  montado en un motor  Honda C70 y de pronto se estrelló contra un perro viejo que cruzaba la calle lentamente. Al caer al pavimento el motor se deslizó por un lado y su conductor por otro. El perro, por su parte, gimiendo, caminó con dificultad, subió la acera, y se recostó  a una casa, adolorido. Era “copito”, el perro de doña Chana, una señora mayor que vivía sola en una habitación del patio de una casa del sector.

La achina, reconocida revolucionaria de abril del 65, junto a otras valiosas mujeres dominicanas que también “cogieron los jierros”
Parecía que esa historia iba a terminar ahí, sin embargo, el hombre se paró del pavimento, sacó una pistola que llevaba al cinto, y con la cara llena de odio y resentimiento, le dio dos tiros al perro que gemía impotente.  Acto seguido levantó su motor. Lo encendió y se marchó. Al oír los disparos numerosos vecinos se despertaron  y corrieron hacia el perro, que era conocido por todos en el barrio. “Copito” no había muerto. Estaba herido de muerte y caso inmovilizado. Pero seguía vivo.  Había una gran tristeza ensus ojos de moribundo.
Mientras Copito agonizaba todos pensábamos en doña Chana. Ese era su único acompañante ? Cómo decirle que lo habían matado de dos tiros?  Ese hombre furioso no sabía que había hecho un mal innecesario. El perro había sido tan agraviado como él. ¿Quien era?  Nadie supo. Tiempo después me enteré de que era un sargento de la Policía Nacional.  Tenía yo para entonces 11 años y esas imágenes quedaron grabadas en memoria para siempre.
Nunca supe la reacción de doña Chana. Esa mañana fue muy intensa. No salíamos del triste incidente de la muerte de Copito cuando el sector cobró una vida inusitada y comenzaron a escucharse disparos por todas partes que provenían de armas de diferentes calibres.
Unos muchachos del barrio, con los que había jugado pelota en la s calles hacía poco, llegaron de pronto en un jeep del ejército. Ninguno pasaba de los 20 años. Estaban armados hasta  los dientes. Genaro, a quien le compraba peces de colores y era un muchacho muy tranquilo, era uno de ellos. Al verlo levanté ambos hombros y dije “¿qué?”, y él, levantando un enorme fusil,  me respondió “¡prepárate, que llegó la  revolución!”
Aquello fue un pandemónium a partir de entonces. Luego les contaré un poco más. En el fondo me alegré, por la revolución que esperábamos y por el pueblo, y  porque con toda aquella agitación doña Chana tendría poco tiempo para pensar en su perro muerto.
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